Índice de textos que encuentran aquí:
1) "Oralidad y escritura" en base al Texto de Walter Ong.
2)Raymond Williams y la Historia de la comunicación
3) "La opinión pública digital"
4) El concepto de flujo televisivo en Raymond Williams
5) "Espacio público y opinión pública en Habermas"
Fiicha
de cátedra: “Oralidad y escritura”, en base al texto de Walter Ong, Oralidad y escritura, tecnologías de la
palabra.
Profesora Dra: María Marta
Luján
Los aportes de Walter Ong al estudio de la Historia de la comunicación,
tal como la abordamos desde la cátedra, son de vital importancia, puesto que
van más allá de una historia de los medios, entendida como una historia de los
medios masivos de comunicación que arrancarían con la historia de la prensa.
Ong aborda los modos de comunicación
humana a lo largo de la Historia, remontándose
al lenguaje oral, previo a la escritura.
Señala
que la tecnología no es más importante que su usuario, puesto que es éste el
que le da sentido y valor agregado, y, de hecho, nos invita a situar el
ejercicio de escribir en distintos escenarios, con muy diversas intenciones y
alcances.
Sin caer en un determinismo tecnológico ni en la concepción de las
tecnologías de la comunicación como síntomas de una sociedad,[1] Ong resalta el rol decisivo
de lo que él llama las tecnologías de la palabra.
Como toda tecnología, las tecnologías de la palabra (escritura, imprenta,
computadora) no han sido solamente, en la historia de la humanidad, recursos
exteriores al hombre sino más bien transformaciones interiores de la conciencia
que no degradan la vida del hombre sino que, por el contrario, la mejoran, han
enriquecido su espíritu y su expresión. Lejos de las visiones apocalípticas de
los medios como técnicas deshumanizadoras, Walter Ong señala que incluso éstas
pueden enriquecer la psique humana, desarrollar el espíritu e intensificar la
vida interior de los sujetos.
Entender el papel crucial que la técnica ha desempeñado en la vida
social entraña no solamente explorar las características de los nuevos
instrumentos técnicos, sino más bien las condiciones de vida y la cultura que
está dispuesta a utilizarlos y extenderlos. De hecho, por ejemplo, menciona las
necesidades del registro económico como una de las condiciones de emergencia de
la escritura, o el rol que desempeña la mujer (su manejo de la lengua materna,
al margen del latín) en el surgimiento de la novela
El
suyo es una suerte de ensayo-historia de la evolución de la relación entre lo que él supone el cambio
cultural, las modificaciones de la percepción, las fuerzas del poder, los
individuos y la forma en cómo hemos transmitido la información de generación en
generación. Advierte que los cambios de una tecnología a otra comprometen las
estructuras sociales, económicas, filosóficas,
literarias, afectando lo que él llama la
“mentalidad” de una cultura.
El
objetivo de la propuesta teórica y analítica de Walter Ong es la investigación
de la oralidad y su relación con el sonido, la recuperación de las características
de este primer medio de comunicación del hombre, no sólo como canal, sino como
forma de conocimiento, pensamiento y de expresión y como un medio que pauta,
además los modos de relacionarse comunitariamente.
Ong destaca la condición oral
básica del lenguaje y el hecho de que la escritura posibilita extender la
potencialidad del mismo:
“Donde
quiera que haya seres humanos, tendrán un lenguaje, y en cada caso uno que
existe básicamente como hablado y oído en el mundo del sonido”. “Leer”
significa convertir el texto escrito en sonidos, en voz alta o en la
imaginación. La escritura nunca puede prescindir de la oralidad.
En
tal sentido, y siguiendo a Juri Lotman, dice que podemos llamar a la escritura
un “sistema modelizante secundario” que depende de un sistema primario anterior: la
lengua hablada. La expresión oral es capaz de existir, y casi siempre ha
existido, sin ninguna escritura en absoluto; empero, nunca ha habido una
escritura sin oralidad.
Si
el autor deja claro que la oralidad “precede” a la escritura, hace hincapié,
sin embargo, en el hecho de que ambas
formas de comunicarse suponen diferentes formas de articulación.
Se
trata de dos lenguajes derivados de zonas distintas de la corteza cerebral: la
audición, que se relaciona con los sonidos, y la visión, la posibilidad de ver
los símbolos materializados gráficamente.
La
escritura es consignación de la palabra en el espacio, del sonido, no del
objeto ni de su idea. La escritura consiga, plasma, concreta, registra,
transcribe, materializa, contiene, inmoviliza, estabiliza[2] el sonido sobre alguna
superficie. El autor sostiene que la escritura era y es la más trascendental de
todas las tecnologías humanas. No constituye un mero apéndice del habla: puesto
que traslada el habla del mundo oral y auditivo a un nuevo mundo sensorio, el
de la vista, transforma el habla y también el pensamiento.
La escritura, (que implica
producción manual y recepción visual) es mucho más que un habilidad técnica
consistente en la transcripción gráfica del lenguaje; la escritura “reestructura
la conciencia”; el cambio de la oralidad a la escritura compromete la
estructura social, económica, política y religiosa, conlleva -sostiene- un cambio de mentalidad.
La escritura es una
tecnología interiorizada
En
su texto Oralidad y escritura.
Tecnologías de la palabra,[3]
Walter Ong se propone establecer las diferencias entre la oralidad y
escritura, o, más específicamente, entre el pensamiento y la expresión verbal
en la cultura oral y el pensamiento y la expresión plasmados por escrito desde
el punto de vista de su aparición a partir de la oralidad y de su relación con
la misma.
Ong
reconoce no solamente la importancia de analizar y estudiar esta emergencia,
sino también la dificultad que conlleva la investigación de estos cambios,
puesto que estamos tan acostumbrados a leer que nos resulta muy difícil
concebir un universo oral de comunicación o pensamiento salvo como una variante
de un universo que se plasma por escrito; debemos superar estos prejuicios, y remarca
que, en ese sentido, las nuevas tecnologías de la comunicación electrónica, nos
han sensibilizado frente a la disparidad anterior entre oralidad y escritura.
Muchas de las características que hemos dado por sentadas en el pensamiento y
la expresión dentro de la literatura, la filosofía y la ciencia, y aún en el
discurso oral entre personas que saben leer, no son necesariamente inherentes a
la existencia humana como tal, sino que se originan debido a los recursos que
la tecnología de la escritura pone a disposición de la conciencia humana.
Como
punto de partida, para establecer los contrastes entre ambos medios, Ong
distingue entre las culturas orales
primarias, aquellas que no conocen la escritura bajo ninguna forma (a pesar de
lo cual se practica el conocimiento y se dan procesos de aprendizaje), y la
cultura de la oralidad secundaria de la era electrónica, la de los teléfonos,
la radio, la televisión e internet, que
depende de la escritura y la impresión para su existencia.
Por otro lado, y
siguiendo la línea metodológica que
proponemos desde la cátedra, resulta útil abordar de manera sincrónica
la oralidad y el conocimiento de la escritura mediante la comparación de las
culturas orales y las caligráficas que coexisten en un espacio dado de tiempo.
Pero es absolutamente indispensable enfocarlos también diacrónica o
históricamente por medio de la comparación de períodos sucesivos. La sociedad
humana se formó primero con la ayuda del lenguaje oral, aprendió a leer en una etapa muy posterior de
su historia y al principio solo ciertos grupos podían hacerlo. El homo sapiens existe desde hace 30 mil y 50 mil años; el escrito más
antiguo data de apenas 6 mil años. El examen diacrónico de la oralidad, de la
escritura y de las diversas etapas en la evolución de una a la otra establece
un marco de referencia dentro del cual es posible llegar a una mejor
comprensión no sólo de la cultura oral primaria y de la posterior de la
escritura, sino también de la cultura de la imprenta, que conduce la escritura
a un nuevo punto culminante, y de la cultura electrónica[4], que se basa tanto en la
escritura como en la impresión. Dentro de esta estructura diacrónica, el pasado
y el presente, Homero y la televisión, pueden iluminarse recíprocamente.
CARACTERÍSTICAS
DE LA CULTURA ORAL PRIMARIA
Al
carecer de todo conocimiento de la escritura o la impresión, las culturas
orales primarias tenían la limitación de que el discurso no podía ser
examinado, en la medida en que no podía detenerse y registrarse. El lenguaje oral se desarrolla en el ámbito del
sonido, que guarda una relación especial con el tiempo, muy distinto de los
demás campos que se registran en la
percepción humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia; más que
perecedero, es evanescente, dinámico: no existe manera de detener el sonido y
contenerlo, de fijarlo, se resiste a la inmovilización, a la estabilización; el lenguaje oral no tiene noción del nombre
como etiqueta, como algo que pueda visualizarse.
Ong
hace hincapié en una de las características del sonido mismo: su relación con
el tiempo, su fugacidad. El sonido cobra vida solo cuando está dejando de
existir. Otras particularidades del sonido también determinan o influyen en la
psicodinámica oral. La más importante es la relación única del oído con la
interioridad, cuando se lo compara con el resto de los sentidos: la voz humana
proviene del interior del organismo humano.
La vista aísla; el oído une
.Mientras la vista sitúa al observador fuera de lo que está mirando, a distancia, el sonido envuelve al
oyente. La vista divide; llega a un ser humano de una sola dirección a la vez,
sin embargo, cuando oigo, percibo el sonido que proviene simultáneamente de
todas direcciones: me hallo en el centro de mi mundo auditivo, el cual me
envuelve, ubicándome en una especie de núcleo de sensación y existencia. Es
posible sumergirse en el oído, en el sonido. No hay manera de sumergirse de
igual modo en la vista.
En una cultura oral
primaria, donde la existencia de la palabra radica sólo en el sonido, sin
referencia alguna a cualquier texto visualmente perceptible y sin tener idea
siquiera de que tal texto pueda existir, la fenomenología del sonido penetra
profundamente en la experiencia que tienen los seres humanos, como es procesada
por la palabra hablada, pues la manera como se experimenta la palabra hablada
es siempre trascendental en la vida psíquica. La acción concentrada del oído
afecta la percepción que el hombre tiene del cosmos. Para las culturas orales,
el cosmos es un suceso progresivo con el hombre en el centro. El hombre es el
ombligo del mundo. Sólo después de la imprenta y el extenso uso de los mapas
que ésta puso en práctica, cuando los seres humanos piensan en el cosmos, el
universo o el mundo, se imaginan algo dispuesto ante sus ojos, como en un
moderno atlas impreso, una vasta superficie o conjunto de superficies lista
para ser explorada. El antiguo mundo oral conoció unos cuantos exploradores,
pero muchos errantes, viajeros, aventureros y peregrinos.
Oralidad> natural>
oído >sonido >tiempo
Escritura>artificial>
vista> imagen> espacio
En
una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina no sólo
los modos de expresión sino también los procesos de pensamiento. Como una
cultura oral no dispone de textos, un interlocutor resulta esencial, el
pensamiento sostenido está vinculado a la comunicación y ceñido a una situación
comunicativa, al aquí y el ahora.
Sin
la escritura, las palabras como tales no tienen una presencia visual, aunque
los objetos que representan sean visuales. Las palabras son sonidos. Tal vez se
las “llame” a la memoria, se las “evoque”. Pero no hay dónde buscar para
“verlas”. No tienen foco ni huella (una metáfora visual, que muestra la
dependencia de la escritura), ni siquiera una trayectoria. En
una cultura oral, las palabras son acontecimientos, hechos, no dispone de
textos ¿cómo reúne material organizado para recordarlo?
Con la ausencia total de escritura no hay nada fuera del
pensador, ningún texto, que le facilite producir el mismo curso de pensamiento
otra vez, o aún verificar si lo ha hecho o no.
Una
característica fundamental de las culturas orales tradicionales es que los
modos de expresión y de pensamiento están restringidos al sonido, dependiendo
el conocimiento de aquello que uno pueda
recordar, lo que es posible retener, para lo cual se debe acudir a la
repetición y a la memoria, a lo que Ong
denomina “ pautas mnemotécnicas” (recursos que se utilizan para memorizar y que
son de tipo sintáctico, rítmico y semántico). Es por ello que deberá seguir pautas equilibradas y claramente rítmicas con repeticiones o antítesis, alteraciones, y asonancias,
expresiones calificativas y de tipo formulatorio, marcos temáticos comunes, (la
asamblea, el banquete, el duelo, el ayudante, del “héroe”, etc.) proverbios y
refranes que todo el mundo escuche constantemente, de manera que vengan a la
mente con facilidad, y faciliten las asociaciones y la retención.
En
la cultura oral, la experiencia es intelectualizada mnemotécnicamente.
La cultura oral acude a las
fórmulas del tipo: “el error es humano, el perdón es divino”, “divide y triunfarás”,
que ayudan a aplicar el ritmo, y sirven
como expresiones fijas, rítmicamente equilibradas, que circulan de boca en boca y de oído en
oído.
ALGUNAS
CARACTERÍSTICAS DE LAS CULTURAS ORALES PRIMARIAS
En una cultura oral primaria
el pensamiento y la expresión tienden a ser:
1-
Acumulativas
antes que subordinadas
Se trata de de culturas donde las narraciones son
aditivas, o sea, acumulan datos, suman, como en el siguiente ejemplo del
Génesis citado por Ong:
Y en principio creó Dios el cielo y la
tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre
el haz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre el haz de las aguas. Y
dijo Dios sea la luz y fue la Luz. Y vio Dios que la luz era buena y apartó
Dios las luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día y a las tinieblas
llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día…
Por el contrario, el discurso escrito despliega una gramática
más elaborada y fija, está más pendiente de la sintaxis; para transmitir
significado, la escritura depende más de la estructura lingüística, pues carece
del contexto que rodea a la comunicación oral. Un ejemplo de subordinación
sería: “Walter Ong, cuyo extenso análisis sobre las culturas orales es un punto
de referencia de los estudios de comunicación, nos brinda ejemplos acabados,
que ilustran las modalidades comunicativas orales, siendo un precursor de los
subsiguientes estudios antropológicos sobre el lenguaje, no obstante su
pertenencia al mundo de la historia literaria”. En esta oración hay ideas que
se subordinan a otras, en una cadena compleja que sería muy difícil de retener
en una narración oral y que solo es posible en un texto escrito, al que se
puede volver a leer.
2-
Acumulativas
antes que analíticas
Esta
característica está íntimamente ligada a
la dependencia de fórmulas para
practicar la memoria. Los elementos del pensamiento y de la expresión de la condición oral no
tienden tanto a las entidades simples sino a grupos de entidades, tales como
términos, locuciones u oraciones paralelos, antitéticos, y, particularmente, a los epítetos. Un epíteto es un adjetivo que expresa una cualidad del sustantivo al cual está
asociado. Se emplea para caracterizar o calificar a alguien o
algo, añadiendo o subrayando alguna de sus características. La palabra, como
tal, proviene del latín epithĕton,
y este a su vez procede del griego ἐπίθετον (epítheton), que significa ‘de
más’, ‘agregado’.
Se emplean epítetos para referirse a personas, divinidades,
personajes históricos, reyes, santos, militares, guerreros. En
dichos casos, tiende a aparecer a continuación del nombre. Por ejemplo, Bolívar
“el Libertador” para referirse a Simón Bolívar, Alfonso “el Sabio” en alusión a
Alfonso X de Castilla, Juana “la Loca” en referencia de Juana de Castilla,
Alejandro “Magno” para aludir a Alejandro III de Macedonia, etc.
La tradición oral prefiere, en el discurso, no al
soldado, sino al valiente soldado, no a la princesa, sino a la hermosa
princesa, no al roble, sino al fuerte roble. Ello responde a la necesidad de
recordar, de totalizar, de mantener intactos las fórmulas y los epítetos; la
alta escritura rechaza esta carga acumulativa por pesada y tediosamente
redundante; la escritura posibilita un pensamiento que divide en partes, es
decir, que analiza, por ejemplo:
“En el Lejano Norte, donde
hay nieve, todos los osos son blancos. Novaya Zembla se encuentra en el Lejano
Norte y allí siempre hay nieve. ¿De qué color son los osos?”.
El silogismo, como el
ejemplo citado, es un tipo de discurso analítico que separa, deduce, concluye,
y que sería muy difícil para una comunicación oral.
Cuando Ong analiza las capacidades de la oralidad,
advierte que todo pensamiento, incluso el de las culturas orales primarias, es
hasta cierto punto analítico: esto quiere decir que divide sus elementos entre
varios componentes. Sin embargo, el examen abstractamente explicativo,
ordenador y consecutivo de fenómenos o verdades reconocidas resulta imposible
sin la escritura y la lectura. Los seres humanos de las culturas orales
primarias, aquellas que no conocen la escritura en ninguna forma, aprenden
mucho, poseen y practican gran “sabiduría”, pero no “estudian”. Aprenden por
medio del entrenamiento –acompañando a cazadores experimentados, por ejemplo-
por discipulado, que es una forma de aprendizaje, escuchando, por repetición de
lo que oyen; mediante el dominio de los proverbios y de las maneras de
combinarlos y reunirlos; por asimilación de otros elementos formularios; por
participación en una especie de memoria corporativa, y no mediante el estudio
en sentido estricto.
La paradoja es que, cuando el estudio, en la acepción
rigurosa de un extenso análisis consecutivo, se hace posible con la
incorporación de la escritura, a menudo una de las primeras cosas que examinan
los que saben leer es la lengua misma y sus usos. En Occidente, entre los
antiguos griegos, la fascinación se manifestó en la elaboración del arte
minuciosamente elaborado y vasto de la retórica, la materia académica más
completa de toda la cultura occidental durante dos mil años. El “arte de
hablar”, en esencia, se refería al discurso oral, aunque siendo un “arte” o
ciencia sistematizado o reflexivo – por ejemplo el Arte Retórica de Aristóteles- la retórica era y tuvo que ser un
producto de la escritura.
3-
Redundantes
o copiosas
El pensamiento requiere cierta continuidad. La escritura
establece en el texto una “línea” de continuidad fuera de la mente. Si una
distracción me confunde, o borra de mi mente el contenido de lo que estoy
leyendo, es posible recuperarlo repasando selectivamente el texto anterior, se
puede “volver atrás”, aquello a lo que se vuelve yace inmóvil fuera de mi mente
en fragmentos siempre disponibles sobre la página escrita.
En el discurso oral la situación es distinta. Fuera de la
mente no hay nada a qué volver pues el enunciado oral desaparece en cuanto es
articulado. Por lo tanto, la mente debe avanzar con mayor lentitud, conservando
cerca del foco de atención mucho de lo que ya se ha tratado. La redundancia, ….?la repetición de lo apenas dicho, mantiene
eficazmente tanto al hablante como al oyente en la misma sintonía.
La redundancia es favorecida también por las condiciones
físicas de la expresión oral. Ante un público numeroso, no todos los integrantes entiende cada palabra pronunciada por un
hablante: es conveniente que el orador diga lo mismo o algo equivalente dos o
tres veces. Por otro lado, la necesidad del orador de seguir adelante mientras busca en la mente
qué decir a continuación, también propicia la redundancia, es mejor repetir
algo antes que simplemente dejar de hablar mientras se busca la siguiente idea.
El pensamiento y el habla escuetos, lineales y analíticos,
representan una creación artificial, estructurada por la tecnología de la
escritura. La eliminación de la redundancia exige de una tecnología que ahorre
tiempo; con la escritura, la mente está obligada a entrar en una pauta más
lenta, que le da la oportunidad de interrumpir y reorganizar sus procesos de
pensamiento y de expresión.
4-
Conservadoras
y tradicionalistas.
Dado que en una cultura oral primaria el conocimiento que
no se repite en voz alta desaparece pronto, las sociedades orales deben dedicar
gran energía a repetir una y otra vez lo que se ha aprendido arduamente a
través de los siglos. Esta necesidad establece una configuración altamente
tradicionalista o conservadora de la mente que, con buena razón, reprime la
experimentación intelectual. El conocimiento es precioso y difícil de obtener,
y la sociedad respeta mucho a aquellos ancianos sabios que se especializan en
conservarlo, que conocen y pueden contar las historias de los días de antaño.
Al almacenar el saber fuera de la mente, la escritura, y aún más la impresión,
degradan las figuras de sabiduría de los ancianos, repetidores del pasado, en
provecho de los descubridores más jóvenes de algo nuevo. El texto escrito
libera la mente de las tareas conservadoras, es decir, de su trabajo de
memoria, y así le permite ocuparse de la especulación nueva.
En las culturas orales la originalidad narrativa no radica
en inventar historias nuevas, sino en lograr una reciprocidad particular con
este público en este momento; en cada narración, el relato debe introducirse de
manera singular en una situación única, pues en las culturas orales debe
persuadirse, a menudo enérgicamente, a un público a responder. Los narradores
también incluyen elementos nuevos en historias viejas. Por ejemplo, los poemas
de alabanza a los jefes invitan a la iniciativa, a tener que hacer interactuar
las viejas fórmulas y temas con las nuevas situaciones políticas; no obstante
las fórmulas y los temas son reorganizados antes que reemplazados por material
nuevo; se presentan como ajustados a las tradiciones de los antepasados.
5-
Cerca
del mundo humano vital
En ausencia de categorías analíticas complejas que
dependan de la escritura para estructurar el saber a cierta distancia de la
experiencia vivida, las culturas orales deben conceptualizar y expresar en
forma verbal todos sus conocimientos, con referencia más o menos estrecha con
el mundo vital humano. Una cultura caligráfica y aún más una cultura
tipográfica, pueden apartar y en cierto modo incluso desnaturalizar al hombre,
especificando tales cosas como los nombres de los líderes y las divisiones
políticas en una lista abstracta y neutra enteramente desprovista de un
contexto de acción humana. Una cultura oral no dispone de vehículo humano tan
neutro como una lista.
Asimismo, una cultura oral no posee nada que corresponda
a manuales de operación para los oficios. Los oficios se adquirían por
aprendizaje, o sea, a partir de la observación y la práctica con sólo una
mínima explicación verbal. La cultura oral primaria se preocupa poco por
conservar el conocimiento de las artes como un cuerpo autosuficiente y
abstracto.
6-
De
matices agonísticos
Las culturas orales presentan matices de tipo agonístico
(de lucha, de enfrentamiento) en su expresión verbal y de hecho en su estilo de
vida. La escritura, en cambio, propicia abstracciones que separan el saber del
lugar donde los seres humanos luchan unos contra otros. Aparta al que sabe de
lo sabido. Al mantener incrustado el conocimiento en el mundo vital humano, la
oralidad lo sitúa en un contexto de lucha.
Los proverbios y acertijos no se emplean simplemente para almacenar los
conocimientos, sino para comprometer a
otros con el combate verbal e intelectual: un proverbio o acertijo desafía a
los oyentes a superarlo con otro más oportuno o contradictorio.
La representación de violencia física extrema,
fundamental para muchas epopeyas orales
y otros géneros orales y subyacentes a través de gran parte del uso temprano de
la escritura, se reduce paulatinamente o bien ocupa un lugar secundario en la
narración literaria posterior. Al avanzar la narración literaria hacia la novela
seria, con el tiempo dirige el foco de atención más y más hacia las crisis
internas, apartándolo de las meramente exteriores.
Cuando toda comunicación verbal debe ser por palabras
directas, participantes en la dinámica de ida y vuelta del sonido, las
relaciones interpersonales ocupan un lugar destacado en lo referente a la
atracción y, aún más, a los antagonismos.
El otro lado de los insultos agonísticos o la
vituperación en las culturas orales o que conservan aspectos verbales, es la
expresión ampulosa de alabanza, que se halla en todas partes en relación a la
oralidad.
La alabanza ampulosa en la antigua tradición retórica de
impronta oral, da una impresión de falsa, pomposa y cómicamente presuntuosa a
las personas de culturas con gran tradición escrita. No obstante, el elogio
acompaña al mundo oral, agonístico e intensamente polarizado del bien y del
mal, de la virtud y del vicio, de héroes y villanos.
La dinámica agonística de
los procesos de pensamiento y la expresión orales ha sido esencial para el
desarrollo de la cultura occidental, donde fue institucionalizada por el “arte”
de la retórica y por su prima hermana: la dialéctica de Sócrates y Platón, que
proporcionaron a la articulación verbal oral agonística una base científica
elaborada con la ayuda la de la escritura.
La tradición heroica de la
cultura oral primaria y de la cultura escolarizada temprana –que aún conservaba
muchas características de la tradición oral- está relacionada con el estilo de
vida agonístico, pero se explica mejor y de manera más contundente desde el
punto de vista de las necesidades de los procesos intelectuales orales. La
memoria oral funciona eficazmente con los grandes personajes cuyas proezas sean
gloriosas, memorables, y por lo común, públicas. Así, la estructura intelectual
de su naturaleza engendra figuras de dimensiones extraordinarias, es decir,
figuras heroicas; y no por razones románticas o reflexivamente didácticas, sino
por motivos mucho más elementales: para organizar la experiencia en una especie
de forma memorable permanentemente.
A medida que la escritura y finalmente la imprenta
modifican de manera gradual las antiguas estructuras intelectuales orales, la
narración se basa cada vez menos en las grandes figuras hasta que, unos tres
siglos después de la invención de la imprenta, puede fluir fácilmente en el
mundo vital humano ordinario que caracteriza a la novela. Aquí, en lugar del
héroe, con el tiempo encontramos incluso al anti-héroe.
Lo heroico y lo maravilloso desempeñan una función
específica en la organización del conocimiento en el mundo oral: Con el control
de la información y la memoria establecido por la escritura y, de manera más
intensa, por la imprenta, no se necesita
un héroe en la antigua acepción para plasmar el conocimiento en
una historia. Este viraje no tiene nada que ver con una “pérdida de valores”.
7-
Empáticas
y participativas antes que objetivamente apartadas
Para
una cultura oral, aprender o saber significa lograr una identificación
comunitaria, empática y estrecha con lo sabido, identificarse con él. La
escritura separa al que sabe de lo sabido y así establece las condiciones para
la “objetividad” en el sentido de una disociación o alejamiento personales. La
reacción del individuo no se expresa simplemente como individual o subjetiva
sino como encasillada en la reacción del alma comunitaria.
Gran
parte de la descripción anterior de la oralidad pude utilizarse para
identificar lo que Walter Ong llama culturas “verbomotoras”, es decir, culturas
en las cuales por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y
las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de
las palabras y por lo tanto de la interacción humana y mucho menos del estímulo
no verbal (del tipo predominantemente visual) del mundo “objetivo” de las
cosas.
La oralidad primaria
propicia estructuras de personalidad que, en ciertos aspectos, son más
comunitarias y exteriorizadas, y menos introspectivas de las comunes entre los
escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y
leer son actividades solitarias que
hacen a la psique concentrarse sobre sí misma.
8-
Homeostáticas
La homeostasis es un conjunto de fenómenos de
autorregulación, conducentes al mantenimiento de un equilibrio interno,
compensando los cambios del entorno y lo que proviene del exterior. Deshecha lo
que no es útil, adecua lo que es funcional. Es definida como la tendencia de los organismos
vivos y otros sistemas a adaptarse a las nuevas condiciones y a mantener el
equilibrio a pesar de los cambios.
A diferencia de las sociedades con grafía,
las orales pueden caracterizarse como homeostáticas: es decir, las sociedades
orales viven intensamente en un presente que guarda el equilibrio u homeostasis
desprendiéndose de los recuerdos que ya no tienen pertinencia actual.
El modo oral permite que se olviden partes
inconvenientes del pasado debido a las exigencias del presente continuo. Los
narradores orales hábiles varían deliberadamente sus relatos tradicionales,
porque parte de su habilidad radica en la capacidad de acomodarse a nuevos
públicos o a nuevas situaciones.
Por otro lado, las culturas
orales no cuentan con diccionarios, por lo tanto no cuentan con la posibilidad
de adjudicar diversos significados a una palabra; los diccionarios señalan las
discrepancias semánticas y posibilitan acceder a la etimología y evolución de
las palabras. En las culturas orales, el significado de cada palabra surge de lo
que Goody llama “ratificación semántica directa”, es decir, por las situaciones
reales en las cuales se utiliza la palabra, aquí y ahora. El pensamiento oral es indiferente a las
definiciones. Las palabras solo adquieren sus significados de su siempre
presente ambiente real, que no consiste, simplemente, como en el diccionario,
de palabras, sino que también incluye gestos, modulaciones vocales, expresión
facial y todo el marco humano y existencial dentro del cual se produce siempre
la palabra real y hablada. Las acepciones de palabras surgen continuamente del
presente; aunque, claro está, significados anteriores han moldeado el actual en
muchas y variadas formas no percibidas ya.
9-
Situacionales
antes que abstractas
Esta característica
de las culturas orales se relaciona con las señaladas arriba y tiene que ver
con la íntima vinculación de aquellas al mundo vital, a la situación de
comunicación ante la imposibilidad de almacenar y preservar el conocimiento, lo
narrado, en un soporte externo independiente, “libre” del de contexto de la
comunicación.
Ong señala
que todo pensamiento conceptual es hasta cierto punto abstracto; un término tan
“concreto” como “árbol”, no se refiere simplemente a un árbol “concreto”, único, sino que es una
abstracción tomada, arrancada, de la realidad individual y perceptible; alude a
un concepto que no es éste ni aquel árbol, sino que puede aplicase a cualquier
árbol. No obstante, si todo pensamiento conceptual es hasta cierto punto
abstracto, algunos usos de los conceptos son más abstractos que otros. Las
culturas orales tienden a utilizar los conceptos (abstractos) en marcos de referencia situacionales y
operacionales cercanos al mundo humano vital, más atenidos al contexto de la
comunicación presencial.
Walter Ong acude a estudios de campo realizados
en el ámbito de la antropología y de la etnografía, para establecer las
diferencias entre procesos cognitivos de sujetos analfabetos y de sujetos escolarizados.
Los resultados de dichas investigaciones dan cuenta de una mayor capacidad de
abstracción en los individuos que saben leer y escribir. Los analfabetos no
clasifican objetos en términos de categorías (por ejemplo, martillo, pala y
pinzas como herramientas) sino desde el
punto de vista de situaciones prácticas; se trata de un pensamiento situacional
antes que clasificatorio.
Por otro lado, los analfabetos entrevistados
no operan en absoluto con procedimientos deductivos formales, sus razonamientos
no se adecuan a formas lógicas puras. Los silogismos están relacionados con el
pensamiento práctico, pero en asuntos prácticos nadie actúa de acuerdo con
silogismos expresados de manera formal. El silogismo es, por lo tanto, como un
texto: fijo, separado, aislado: hay una base caligráfica en la lógica. El
acertijo corresponde al mundo oral. Para resolver un acertijo se requiere
astucia: se recurre a los conocimientos, a menudo profundamente subconscientes,
más allá de las palabras mismas del acertijo.
Del mismo modo, las culturas orales no
definen, puesto que un marco de la vida real es más satisfactorio y funcional
que una definición.
Los estudios demostraron, del mismo modo,
dificultades de los analfabetos para realizar un autoanálisis. En una cultura
oral, la auto-evaluación se ajusta como una apreciación de grupo (“nos”) y
luego se maneja desde el punto de vista de las reacciones esperadas de los
demás. El juicio corresponde al individuo de fuera, no de dentro. Tampoco la
práctica del examen se desarrolla en el ámbito de una cultura oral; las
preguntas de examen comenzaron a generalizarse (en Occidente) mucho después de
que la impresión hubo surtido sus efectos sobre la conciencia, miles de años
después de la invención de la palabra escrita.
De las investigaciones citadas por Ong se
concluye de que es obvio que una cultura oral no maneja conceptos tales como
figuras geométricas, categorización por abstracción, procesos de razonamiento
formalmente lógicos, definiciones, o aún descripciones globales o auto-análisis
articulados, todo lo cual no se deriva sólo del pensamiento mismo, sino del
pensamiento moldeado por textos.
Pero la escritura debe interiorizarse
personalmente para que afecte los procesos de pensamiento. Las personas que han interiorizado la
escritura no sólo escriben, sino también hablan con la influencia de aquélla,
lo cual significa que organizan, aún su expresión oral, según pautas verbales y
de pensamiento que no conocerían a menos que supieran escribir.
Los que saben leer han juzgado ingenua la
organización oral del pensamiento, porque no obedece a dichas pautas. El
pensamiento oral, no obstante, puede ser bastante complicado y reflexivo, a su
manera.
Aventurarse a afirmar que los pueblos orales
son en esencia no inteligentes, que sus procesos mentales son “primitivos”, es
un tipo de especulación que durante siglos condujo a los eruditos a inferir
erróneamente que, puesto que los poemas homéricos eran tan perfectos, debían
ser básicamente composiciones escritas.
Ong advierte sobre el hecho de que no debemos
imaginarnos que el pensamiento que funciona con principios orales es
“prelógico” o “ilógico” en un sentido simplista, como por ejemplo que la gente
de una cultura oral no comprende las relaciones causales. Lo cierto es que no pueden organizar
concatenaciones complejas de causas del tipo analítico de las secuencias
lineales, las cuales sólo pueden desarrollarse con la ayuda de textos. Las
secuencias largas que producen, como las genealogías, no son analíticas sino
acumulativas. Sin embargo, las culturas orales pueden crear organizaciones de
pensamiento y experiencias asombrosamente complejas, inteligentes y bellas.
Como podrá advertirse, la mayoría de las
características del pensamiento y la expresión que funciona con pautas orales
están íntimamente relacionadas con las virtudes del oído, que unifica,
centraliza e interioriza los sonidos percibidos por los seres humanos. Una
organización verbal dominada por el sonido está en consonancia con tendencias
acumulativas (armoniosas) antes que con
inclinaciones analíticas y divisorias, las cuales llegarían con la palabra
escrita, visualizada (la vista es un sentido que separa por partes). La cultura
oral también está en consonancia con el holismo conservador (el presente
homeostático que debe mantenerse intacto, las expresiones formularias que deben
conservarse); con el pensamiento situacional (holístico, con la acción humana
en el centro) antes que con el
pensamiento abstracto; con cierta organización humanística del saber acerca de
las acciones de seres humanos y antropomórficos, personas interiorizadas, antes
que acerca de cuestiones impersonales.
Estas características del mundo oral primario
serán útiles para referir lo que le sucedió a la conciencia humana cuando la
escritura y la imprenta redujeron el mundo oral-auditivo a un mundo de páginas
visualizadas.
LA ESCRITURA REESCTRUCTURA LA CONCIENCA
Una comprensión más profunda de la oralidad primaria nos capacita para
entender mejor el nuevo mundo de la escritura, lo que en realidad es y lo que
de hecho son los seres humanos funcionalmente escolarizados: seres cuyos
procesos de pensamiento no se originan en poderes meramente naturales, sino en
estos poderes según sean estructurados, directa o indirectamente, por la
tecnología de la escritura. Sin la escritura, el pensamiento escolarizado no
pensaría ni podría pensar cómo lo hace no sólo cuando está ocupado en escribir,
sino incluso normalmente cuando articula sus pensamientos de manera oral. Más
que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia
humana.
La escritura establece lo que se ha llamado
un lenguaje “libre de contextos”, que no puede ponerse en duda ni cuestionar
directamente, como el habla oral, porque el discurso escrito está separado de
su autor. El autor podría ser cuestionado sólo si fuera posible comunicarse con
él o ella, pero es imposible encontrar al escritor en un libro. No hay manera
de refutar un texto directamente. Los escritos son inherentemente irrefutables.
Si uno le pide a una persona que explique sus palabras, es posible obtener una
explicación; si uno se lo pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo
las mismas palabras.
La escritura, la imprenta y la computadora
son formas de tecnologizar la palabra. En cierto modo, de las tres, la
escritura es la transformación más radical: inició o que las imprenta y las
computadoras sólo continúan: la reducción del sonido dinámico al espacio
inmóvil, la separación de la palabra del presente vivo, el único lugar donde
pueden existir las palabras habladas
Por contraste con el habla natural, oral, la
escritura es completamente artificial. No hay manera de escribir
“naturalmente”. El habla oral es del todo natural para los seres humanos en el
sentido de que, en toda cultura, el que no esté fisiológica o psicológicamente afectado,
aprende a hablar. El habla crea la vida consciente, pero asciende a la
conciencia desde profundidades inconscientes en el sentido de que es posible
saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras nuevas aunque no se puede
explicar qué son.
La escritura o grafía difiere como tal del
habla en el sentido de que no surge inevitablemente del inconsciente. El
proceso de poner por escrito una lengua hablada es regido por reglas ideadas
conscientemente, definibles.
Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos sólo la proximidad,
sino también la distancia. Y esto es lo que la escritura aporta a la conciencia
como ninguna otra cosa puede hacerlo.
QUÉ
ES LA ESCRITURA O “GRAFÍA”
La
escritura, la tecnología que ha moldeado e impulsado la actividad intelectual
del hombre moderno, representa un adelanto muy tardío en la historia del
hombre. El Homo sapiens lleva tal vez
unos 50 mil años sobre la tierra. La primera grafía, o verdadera escritura que
conocemos apareció por primera vez entre los sumeros en Mesopotameia alrededor
del año 3.500 antes de Cristo.
Antes
de esto, los seres humano habían dibujado durante innumerables milenios.
Asimismo, diversas sociedades utilizaban diferentes recursos para
ayudar a la memoria.
Sin
embargo, una grafía es algo más que un simple recurso para ayudar a la memoria.
Incluso cuando es pictográfica, una grafía esa algo más que dibujos. Los
dibujos representan objetos. Un dibujo de una casa, de un hombre, en sí mismo
no expresa nada.
Una
grafía, en el sentido de una escritura real, no consiste sólo en imágenes, en
representaciones de cosas, sino en la representación de un enunciado, de
palabras que alguien dice.
La
irrupción decisiva y única en los nuevos mundos del saber no se logró dentro de
la conciencia humana al inventarse la
simple marca semiótica, sino al concebirse un sistema codificado de signos
visibles por medio del cual un escritor podía determinar las palabras exactas
que el lector generaría a partir del texto. Esto es lo que hoy llamamos
“escritura” en su acepción más estricta. Y lo que hace que la escritura sea la
más trascendental de todas las invenciones tecnológicas humanas. No constituye
un mero apéndice del habla. Puesto que traslada el habla del mundo oral y
auditivo a un nuevo mundo sensorio, el de la vista, transforma el habla y
también el pensamiento.
Las
grafías tienen antecedentes complejos, la mayoría deriva directa o
indirectamente de cierto tipo de escritura tipográfica, o quizás, del uso de
símbolos. Se supone que la grafía cuneiforme de los sumerios, la primera de todas
las que se conocen (3.500 a.C) se originó a partir de un sistema para registrar
transacciones económicas, sobre arcilla.
El
alfabeto griego es el primer alfabeto completo con vocales.; esta
transformación decisiva, del sonido a la imagen es la que dio a la antigua
cultura griega el predominio intelectual sobre otras culturas de la antigüedad.
Cumplía una función de democratización en el sentido de que resultaba fácil a
todos aprenderlo, y también era un medio de internalización pues facilitaba una
manera de procesar las lenguas extranjeras. Este logro griego de analizar
abstractamente el evasivo mundo del sonido en equivalentes visuales (no en
forma perfecta, por supuesto) presagiaba y aportaba los medios para sus futuras
hazañas analíticas.
El
alfabeto, aunque probablemente
se derive de pictogramas, ha perdido todo vínculo con las cosas como tales.
Representa al sonido mismo como una cosa, transformando el mundo fugaz del
sonido en el mundo silencioso y cuasi-permanente del espacio.
La condición de las palabras en un texto es
totalmente distinta de su condición en el discurso hablado. Aunque se refieran
a sonidos y no tengan sentido a menos que puedan relacionarse –externamente o
en la imaginación- con los sonidos, o más precisamente los fonemas que
codifican, las palabras escritas quedan aisladas del contexto más pleno dentro
del cual las palabras habladas cobran vida. La palabra en su ambiente oral
natural forma parte de un presente existencial real. La articulación hablada es
dirigida por una persona real con vida a otra persona real con vida u otras
personas reales con vida, en un momento específico dentro de un marco real, que
siempre incluye más que las meras palabras. Las palabras habladas siempre
consisten en modificaciones de una situación total más que verbal. Nunca surgen
solas, en un mero contexto de palabras.
Sin embargo, las palabras se encuentran solas
en un texto. Al “escribir” algo, el que produce el enunciado por escrito
también está solo. La escritura es una operación solipsista. Escribo un libro
que espero sea leído por miles de personas, pero debo aislarme de todos para
hacerlo.
En un texto incluso las palabras que están
ahí carecen de sus cualidades fonéticas plenas. En el habla oral, una palabra
debe producirse con una u otra entonación o tono de voz: enérgica, excitada,
sosegada, irritada o resignada. Es imposible pronunciar oralmente una palabra
sin entonación alguna. En un texto, la puntuación puede señalar el tono en un
grado mínimo: un signo de interrogación o una coma, por ejemplo, generalmente
requieren que la voz se eleve un poco.
No sólo los lectores, sino también el
escritor, carecen del contexto extratextual.
El lector también tiene que crear al
escritor.
Para que un texto comunique su mensaje, no importa si el autor
está vivo o muerto; la mayoría de los libros existentes hoy en día, fueron
escritos por personas muertas ya, en tanto que la articulación hablada solo es
producida por los vivos.
Las críticas de Platón: resistencias y temor ante los “peligros” de la
escritura.
Las
mismas objeciones que hoy se hacen contra las computadoras[5]
fueron dirigidas por Platón contra la escritura, en el Fedro (274-277) y en la Séptima
Carta. La escritura, según Platón hace decir a Sócrates en el Fedro, es inhumana al pretender
establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro
de él. Es un objeto, un producto manufacturado. Lo mismo se dice de las
computadoras. En segundo lugar, afirma el Sócrates de Platón, la escritura
destruye la memoria. Los que la utilicen se harán olvidadizos al depender de un
recurso exterior y descuidar los recursos internos. La escritura debilita el
pensamiento. Hoy en día, los padres, o los docentes, temen que las calculadoras
proporcionen un recurso externo para lo que debería ser un recurso interno de
las tablas de multiplicar aprendidas de memoria. Las calculadoras –argumentan-
debilitan el pensamiento, le quitan el trabajo que lo mantiene en forma. En
tercer lugar, un texto escrito no produce respuestas. Si uno le pide a una
persona que explique sus palabras, es posible obtener una explicación; si uno
se lo pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras.
En cuarto lugar, y de acuerdo con la mentalidad agonística de las culturas
orales, el Sócrates de Platón también imputa a la escritura el hecho de que la
palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada
natural: el habla y el pensamiento reales siempre existen esencialmente en un
contexto de ida y vuelta entre personas. La escritura es pasiva; fuera de dicho
contexto, en un mundo irreal y artificial…igual que las computadoras.
La imprenta puede recibir las mismas
acusaciones. Aquellos a quienes molestan
los recelos de Platón en cuanto a la escritura, deben tener en cuenta que la
imprenta inspiraba una desconfianza semejante en sus inicios. Hieromino
Squarciafico, quien de hecho promovió la impresión de los clásicos latinos,
argumentó, en 1477, que “la abundancia de libros hace menos estudiosos a los
hombres: destruye la memoria y debilita el pensamiento, degradando al hombre o
la mujer sabios en provecho de la sinopsis.
Una paradoja del argumento de Platón es que,
para manifestar sus objeciones, las puso por escrito; es decir, el mismo
defecto de las opiniones que se pronuncian contra la imprenta y para
expresarlas de modos más efectivo, las ponen en letra impresa.
En realidad, la epistemología entera de
Platón fue inadvertidamente un rechazo programado del antiguo mundo vital oral,
variable, cálido y de interacción personal propio de una cultura oral
(representado por poetas, a quienes no admitía en su República). El término idea, forma, tiene principios visuales,
viene de la misma raíz del latín video,
y de ahí sus derivados, como visión, visible y videotape.
La forma platónica era la forma concebida por
analogía con la forma visible. Las ideas platónicas no tienen voz; son
inmóviles; faltas de toda calidez; no implican interacción sino que están
aisladas; no integran una parte dl mundo vital humano en absoluto, sino que se
encuentran totalmente por encima y más allá del mismo.
Por otra parte, nada de la concentración
analítica de Platón sobre un concepto abstracto de la justicia puede hallarse
en ninguna de las culturas meramente orales en que se conocen.
Como lo demuestra Havelock, la relación de
Platón con la oralidad era del todo ambigua: Por un lado, en Fedro y en la Séptima
Carta, considera que la escritura es menos importante que el habla oral y
es por lo tanto fonocéntrico. Por otro, cuando en la República desterró a los
poetas, lo hizo porque representaban el antiguo mundo mnemotécnico oral de la
imitación (acumulativo, redundante, copioso, tradicionalista, cálidamente
humano, de participación): un mundo opuesto al reino analítico, sobrio, exacto,
abstracto, visual e inmóvil de las “ideas” que Platón perseguía.
Platón sentía ese rechazo por los poetas
porque vivió en la época en que el alfabeto comenzaba a interiorizarse lo
bastante para influir en el pensamiento griego, la época en que comenzaron a
aparecer los procesos de pensamiento pacientemente analíticos, de grandes
secuencias, como resultado de las maneras como el conocimiento de la escritura le
permitía a la mente procesar los datos.
Paradógicamente, Platón pudo formular de manera clara y eficaz su
fonocentrismo, la preponderancia que le dio a la oralidad por encima de la
escritura, sólo porque sabía escribir. El fonocentrismo de Platón es concebido
y defendido textualmente.
[1]
Nos referimos a las críticas de Rymond Williams a las teorías que afirman que
las tecnologías tienen vida propia y que
la Historia está impulsada por un proceso abstracto de innovación, al margen de
la vida social cotidiana. Sin dejar de lado la importancia y las posibilidades
que ofrece una tecnología emergente, incidiendo en los formatos, en los géneros
y en las recepciones, Williams señala que las tecnologías pueden constreñir,
pero no determinar los usos. Apuesta a
la capacidad de la acción humana para desbaratar la unidimensionalidad de la
tecnología.
En la obra de Ong leemos
–por ejemplo- cómo la imprenta incide en la sistematización de los grafolectos,
como instrumentos normativizadores al servicio del poder, pero también destaca
de qué manera ese invento libera a los sujetos de las constricciones del
contexto y de la memoria y abren las posibilidades del análisis y la
abstracción, “dan vigor a la conciencia”, resultando esenciales” para una vida
más plena e interior”.
[2]
Transcribo todos los verbos que utiliza Ong a lo largo del libro, para
referirse la la traslación del sonido a la escritura.
[3]
Ong, Walter, Oralidad y escritura.
Tecnologías de la palabra. Buenos
Aires: FCE, 2006.
[4] Cuando Ong hace referencia a la etapa “electrónica” como una nueva
tecnología de la palabra, hay que
advertir que considera como tal a la composición en computadora, el soporte en
discos duros, el empleo de texto en otros medios electrónicos “clásicos” y no
se refiere ni a las redes sociales actuales, si al internet. Su texto es del
año 1982.
[5] Hay que
tener en cuenta que el texto es del año 1982.
Índice de textos que encuentran aquí:
1) "Oralidad y escritura" en base al Texto de Walter Ong.
2)Raymond Williams y la Historia de la comunicación
3) "La opinión pública digital"
4) El concepto de flujo televisivo en Raymond Williams
5) "Espacio público y opinión pública en Habermas"
Fiicha
de cátedra: “Oralidad y escritura”, en base al texto de Walter Ong, Oralidad y escritura, tecnologías de la
palabra.
Profesora Dra: María Marta
Luján
Los aportes de Walter Ong al estudio de la Historia de la comunicación,
tal como la abordamos desde la cátedra, son de vital importancia, puesto que
van más allá de una historia de los medios, entendida como una historia de los
medios masivos de comunicación que arrancarían con la historia de la prensa.
Ong aborda los modos de comunicación
humana a lo largo de la Historia, remontándose
al lenguaje oral, previo a la escritura.
Señala
que la tecnología no es más importante que su usuario, puesto que es éste el
que le da sentido y valor agregado, y, de hecho, nos invita a situar el
ejercicio de escribir en distintos escenarios, con muy diversas intenciones y
alcances.
Sin caer en un determinismo tecnológico ni en la concepción de las
tecnologías de la comunicación como síntomas de una sociedad,[1] Ong resalta el rol decisivo
de lo que él llama las tecnologías de la palabra.
Como toda tecnología, las tecnologías de la palabra (escritura, imprenta,
computadora) no han sido solamente, en la historia de la humanidad, recursos
exteriores al hombre sino más bien transformaciones interiores de la conciencia
que no degradan la vida del hombre sino que, por el contrario, la mejoran, han
enriquecido su espíritu y su expresión. Lejos de las visiones apocalípticas de
los medios como técnicas deshumanizadoras, Walter Ong señala que incluso éstas
pueden enriquecer la psique humana, desarrollar el espíritu e intensificar la
vida interior de los sujetos.
Entender el papel crucial que la técnica ha desempeñado en la vida
social entraña no solamente explorar las características de los nuevos
instrumentos técnicos, sino más bien las condiciones de vida y la cultura que
está dispuesta a utilizarlos y extenderlos. De hecho, por ejemplo, menciona las
necesidades del registro económico como una de las condiciones de emergencia de
la escritura, o el rol que desempeña la mujer (su manejo de la lengua materna,
al margen del latín) en el surgimiento de la novela
El
suyo es una suerte de ensayo-historia de la evolución de la relación entre lo que él supone el cambio
cultural, las modificaciones de la percepción, las fuerzas del poder, los
individuos y la forma en cómo hemos transmitido la información de generación en
generación. Advierte que los cambios de una tecnología a otra comprometen las
estructuras sociales, económicas, filosóficas,
literarias, afectando lo que él llama la
“mentalidad” de una cultura.
El
objetivo de la propuesta teórica y analítica de Walter Ong es la investigación
de la oralidad y su relación con el sonido, la recuperación de las características
de este primer medio de comunicación del hombre, no sólo como canal, sino como
forma de conocimiento, pensamiento y de expresión y como un medio que pauta,
además los modos de relacionarse comunitariamente.
Ong destaca la condición oral
básica del lenguaje y el hecho de que la escritura posibilita extender la
potencialidad del mismo:
“Donde
quiera que haya seres humanos, tendrán un lenguaje, y en cada caso uno que
existe básicamente como hablado y oído en el mundo del sonido”. “Leer”
significa convertir el texto escrito en sonidos, en voz alta o en la
imaginación. La escritura nunca puede prescindir de la oralidad.
En
tal sentido, y siguiendo a Juri Lotman, dice que podemos llamar a la escritura
un “sistema modelizante secundario” que depende de un sistema primario anterior: la
lengua hablada. La expresión oral es capaz de existir, y casi siempre ha
existido, sin ninguna escritura en absoluto; empero, nunca ha habido una
escritura sin oralidad.
Si
el autor deja claro que la oralidad “precede” a la escritura, hace hincapié,
sin embargo, en el hecho de que ambas
formas de comunicarse suponen diferentes formas de articulación.
Se
trata de dos lenguajes derivados de zonas distintas de la corteza cerebral: la
audición, que se relaciona con los sonidos, y la visión, la posibilidad de ver
los símbolos materializados gráficamente.
La
escritura es consignación de la palabra en el espacio, del sonido, no del
objeto ni de su idea. La escritura consiga, plasma, concreta, registra,
transcribe, materializa, contiene, inmoviliza, estabiliza[2] el sonido sobre alguna
superficie. El autor sostiene que la escritura era y es la más trascendental de
todas las tecnologías humanas. No constituye un mero apéndice del habla: puesto
que traslada el habla del mundo oral y auditivo a un nuevo mundo sensorio, el
de la vista, transforma el habla y también el pensamiento.
La escritura, (que implica
producción manual y recepción visual) es mucho más que un habilidad técnica
consistente en la transcripción gráfica del lenguaje; la escritura “reestructura
la conciencia”; el cambio de la oralidad a la escritura compromete la
estructura social, económica, política y religiosa, conlleva -sostiene- un cambio de mentalidad.
La escritura es una
tecnología interiorizada
En
su texto Oralidad y escritura.
Tecnologías de la palabra,[3]
Walter Ong se propone establecer las diferencias entre la oralidad y
escritura, o, más específicamente, entre el pensamiento y la expresión verbal
en la cultura oral y el pensamiento y la expresión plasmados por escrito desde
el punto de vista de su aparición a partir de la oralidad y de su relación con
la misma.
Ong
reconoce no solamente la importancia de analizar y estudiar esta emergencia,
sino también la dificultad que conlleva la investigación de estos cambios,
puesto que estamos tan acostumbrados a leer que nos resulta muy difícil
concebir un universo oral de comunicación o pensamiento salvo como una variante
de un universo que se plasma por escrito; debemos superar estos prejuicios, y remarca
que, en ese sentido, las nuevas tecnologías de la comunicación electrónica, nos
han sensibilizado frente a la disparidad anterior entre oralidad y escritura.
Muchas de las características que hemos dado por sentadas en el pensamiento y
la expresión dentro de la literatura, la filosofía y la ciencia, y aún en el
discurso oral entre personas que saben leer, no son necesariamente inherentes a
la existencia humana como tal, sino que se originan debido a los recursos que
la tecnología de la escritura pone a disposición de la conciencia humana.
Como
punto de partida, para establecer los contrastes entre ambos medios, Ong
distingue entre las culturas orales
primarias, aquellas que no conocen la escritura bajo ninguna forma (a pesar de
lo cual se practica el conocimiento y se dan procesos de aprendizaje), y la
cultura de la oralidad secundaria de la era electrónica, la de los teléfonos,
la radio, la televisión e internet, que
depende de la escritura y la impresión para su existencia.
Por otro lado, y
siguiendo la línea metodológica que
proponemos desde la cátedra, resulta útil abordar de manera sincrónica
la oralidad y el conocimiento de la escritura mediante la comparación de las
culturas orales y las caligráficas que coexisten en un espacio dado de tiempo.
Pero es absolutamente indispensable enfocarlos también diacrónica o
históricamente por medio de la comparación de períodos sucesivos. La sociedad
humana se formó primero con la ayuda del lenguaje oral, aprendió a leer en una etapa muy posterior de
su historia y al principio solo ciertos grupos podían hacerlo. El homo sapiens existe desde hace 30 mil y 50 mil años; el escrito más
antiguo data de apenas 6 mil años. El examen diacrónico de la oralidad, de la
escritura y de las diversas etapas en la evolución de una a la otra establece
un marco de referencia dentro del cual es posible llegar a una mejor
comprensión no sólo de la cultura oral primaria y de la posterior de la
escritura, sino también de la cultura de la imprenta, que conduce la escritura
a un nuevo punto culminante, y de la cultura electrónica[4], que se basa tanto en la
escritura como en la impresión. Dentro de esta estructura diacrónica, el pasado
y el presente, Homero y la televisión, pueden iluminarse recíprocamente.
CARACTERÍSTICAS
DE LA CULTURA ORAL PRIMARIA
Al
carecer de todo conocimiento de la escritura o la impresión, las culturas
orales primarias tenían la limitación de que el discurso no podía ser
examinado, en la medida en que no podía detenerse y registrarse. El lenguaje oral se desarrolla en el ámbito del
sonido, que guarda una relación especial con el tiempo, muy distinto de los
demás campos que se registran en la
percepción humana. El sonido solo existe cuando abandona la existencia; más que
perecedero, es evanescente, dinámico: no existe manera de detener el sonido y
contenerlo, de fijarlo, se resiste a la inmovilización, a la estabilización; el lenguaje oral no tiene noción del nombre
como etiqueta, como algo que pueda visualizarse.
Ong
hace hincapié en una de las características del sonido mismo: su relación con
el tiempo, su fugacidad. El sonido cobra vida solo cuando está dejando de
existir. Otras particularidades del sonido también determinan o influyen en la
psicodinámica oral. La más importante es la relación única del oído con la
interioridad, cuando se lo compara con el resto de los sentidos: la voz humana
proviene del interior del organismo humano.
La vista aísla; el oído une
.Mientras la vista sitúa al observador fuera de lo que está mirando, a distancia, el sonido envuelve al
oyente. La vista divide; llega a un ser humano de una sola dirección a la vez,
sin embargo, cuando oigo, percibo el sonido que proviene simultáneamente de
todas direcciones: me hallo en el centro de mi mundo auditivo, el cual me
envuelve, ubicándome en una especie de núcleo de sensación y existencia. Es
posible sumergirse en el oído, en el sonido. No hay manera de sumergirse de
igual modo en la vista.
En una cultura oral
primaria, donde la existencia de la palabra radica sólo en el sonido, sin
referencia alguna a cualquier texto visualmente perceptible y sin tener idea
siquiera de que tal texto pueda existir, la fenomenología del sonido penetra
profundamente en la experiencia que tienen los seres humanos, como es procesada
por la palabra hablada, pues la manera como se experimenta la palabra hablada
es siempre trascendental en la vida psíquica. La acción concentrada del oído
afecta la percepción que el hombre tiene del cosmos. Para las culturas orales,
el cosmos es un suceso progresivo con el hombre en el centro. El hombre es el
ombligo del mundo. Sólo después de la imprenta y el extenso uso de los mapas
que ésta puso en práctica, cuando los seres humanos piensan en el cosmos, el
universo o el mundo, se imaginan algo dispuesto ante sus ojos, como en un
moderno atlas impreso, una vasta superficie o conjunto de superficies lista
para ser explorada. El antiguo mundo oral conoció unos cuantos exploradores,
pero muchos errantes, viajeros, aventureros y peregrinos.
Oralidad> natural>
oído >sonido >tiempo
Escritura>artificial>
vista> imagen> espacio
En
una cultura oral, la restricción de las palabras al sonido determina no sólo
los modos de expresión sino también los procesos de pensamiento. Como una
cultura oral no dispone de textos, un interlocutor resulta esencial, el
pensamiento sostenido está vinculado a la comunicación y ceñido a una situación
comunicativa, al aquí y el ahora.
Sin
la escritura, las palabras como tales no tienen una presencia visual, aunque
los objetos que representan sean visuales. Las palabras son sonidos. Tal vez se
las “llame” a la memoria, se las “evoque”. Pero no hay dónde buscar para
“verlas”. No tienen foco ni huella (una metáfora visual, que muestra la
dependencia de la escritura), ni siquiera una trayectoria. En
una cultura oral, las palabras son acontecimientos, hechos, no dispone de
textos ¿cómo reúne material organizado para recordarlo?
Con la ausencia total de escritura no hay nada fuera del
pensador, ningún texto, que le facilite producir el mismo curso de pensamiento
otra vez, o aún verificar si lo ha hecho o no.
Una
característica fundamental de las culturas orales tradicionales es que los
modos de expresión y de pensamiento están restringidos al sonido, dependiendo
el conocimiento de aquello que uno pueda
recordar, lo que es posible retener, para lo cual se debe acudir a la
repetición y a la memoria, a lo que Ong
denomina “ pautas mnemotécnicas” (recursos que se utilizan para memorizar y que
son de tipo sintáctico, rítmico y semántico). Es por ello que deberá seguir pautas equilibradas y claramente rítmicas con repeticiones o antítesis, alteraciones, y asonancias,
expresiones calificativas y de tipo formulatorio, marcos temáticos comunes, (la
asamblea, el banquete, el duelo, el ayudante, del “héroe”, etc.) proverbios y
refranes que todo el mundo escuche constantemente, de manera que vengan a la
mente con facilidad, y faciliten las asociaciones y la retención.
En
la cultura oral, la experiencia es intelectualizada mnemotécnicamente.
La cultura oral acude a las
fórmulas del tipo: “el error es humano, el perdón es divino”, “divide y triunfarás”,
que ayudan a aplicar el ritmo, y sirven
como expresiones fijas, rítmicamente equilibradas, que circulan de boca en boca y de oído en
oído.
ALGUNAS
CARACTERÍSTICAS DE LAS CULTURAS ORALES PRIMARIAS
En una cultura oral primaria
el pensamiento y la expresión tienden a ser:
1-
Acumulativas
antes que subordinadas
Se trata de de culturas donde las narraciones son
aditivas, o sea, acumulan datos, suman, como en el siguiente ejemplo del
Génesis citado por Ong:
Y en principio creó Dios el cielo y la
tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre
el haz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre el haz de las aguas. Y
dijo Dios sea la luz y fue la Luz. Y vio Dios que la luz era buena y apartó
Dios las luz de las tinieblas. Y llamó Dios a la luz Día y a las tinieblas
llamó noche. Y fue la tarde y la mañana un día…
Por el contrario, el discurso escrito despliega una gramática
más elaborada y fija, está más pendiente de la sintaxis; para transmitir
significado, la escritura depende más de la estructura lingüística, pues carece
del contexto que rodea a la comunicación oral. Un ejemplo de subordinación
sería: “Walter Ong, cuyo extenso análisis sobre las culturas orales es un punto
de referencia de los estudios de comunicación, nos brinda ejemplos acabados,
que ilustran las modalidades comunicativas orales, siendo un precursor de los
subsiguientes estudios antropológicos sobre el lenguaje, no obstante su
pertenencia al mundo de la historia literaria”. En esta oración hay ideas que
se subordinan a otras, en una cadena compleja que sería muy difícil de retener
en una narración oral y que solo es posible en un texto escrito, al que se
puede volver a leer.
2-
Acumulativas
antes que analíticas
Esta
característica está íntimamente ligada a
la dependencia de fórmulas para
practicar la memoria. Los elementos del pensamiento y de la expresión de la condición oral no
tienden tanto a las entidades simples sino a grupos de entidades, tales como
términos, locuciones u oraciones paralelos, antitéticos, y, particularmente, a los epítetos. Un epíteto es un adjetivo que expresa una cualidad del sustantivo al cual está
asociado. Se emplea para caracterizar o calificar a alguien o
algo, añadiendo o subrayando alguna de sus características. La palabra, como
tal, proviene del latín epithĕton,
y este a su vez procede del griego ἐπίθετον (epítheton), que significa ‘de
más’, ‘agregado’.
Se emplean epítetos para referirse a personas, divinidades,
personajes históricos, reyes, santos, militares, guerreros. En
dichos casos, tiende a aparecer a continuación del nombre. Por ejemplo, Bolívar
“el Libertador” para referirse a Simón Bolívar, Alfonso “el Sabio” en alusión a
Alfonso X de Castilla, Juana “la Loca” en referencia de Juana de Castilla,
Alejandro “Magno” para aludir a Alejandro III de Macedonia, etc.
La tradición oral prefiere, en el discurso, no al
soldado, sino al valiente soldado, no a la princesa, sino a la hermosa
princesa, no al roble, sino al fuerte roble. Ello responde a la necesidad de
recordar, de totalizar, de mantener intactos las fórmulas y los epítetos; la
alta escritura rechaza esta carga acumulativa por pesada y tediosamente
redundante; la escritura posibilita un pensamiento que divide en partes, es
decir, que analiza, por ejemplo:
“En el Lejano Norte, donde
hay nieve, todos los osos son blancos. Novaya Zembla se encuentra en el Lejano
Norte y allí siempre hay nieve. ¿De qué color son los osos?”.
El silogismo, como el
ejemplo citado, es un tipo de discurso analítico que separa, deduce, concluye,
y que sería muy difícil para una comunicación oral.
Cuando Ong analiza las capacidades de la oralidad,
advierte que todo pensamiento, incluso el de las culturas orales primarias, es
hasta cierto punto analítico: esto quiere decir que divide sus elementos entre
varios componentes. Sin embargo, el examen abstractamente explicativo,
ordenador y consecutivo de fenómenos o verdades reconocidas resulta imposible
sin la escritura y la lectura. Los seres humanos de las culturas orales
primarias, aquellas que no conocen la escritura en ninguna forma, aprenden
mucho, poseen y practican gran “sabiduría”, pero no “estudian”. Aprenden por
medio del entrenamiento –acompañando a cazadores experimentados, por ejemplo-
por discipulado, que es una forma de aprendizaje, escuchando, por repetición de
lo que oyen; mediante el dominio de los proverbios y de las maneras de
combinarlos y reunirlos; por asimilación de otros elementos formularios; por
participación en una especie de memoria corporativa, y no mediante el estudio
en sentido estricto.
La paradoja es que, cuando el estudio, en la acepción
rigurosa de un extenso análisis consecutivo, se hace posible con la
incorporación de la escritura, a menudo una de las primeras cosas que examinan
los que saben leer es la lengua misma y sus usos. En Occidente, entre los
antiguos griegos, la fascinación se manifestó en la elaboración del arte
minuciosamente elaborado y vasto de la retórica, la materia académica más
completa de toda la cultura occidental durante dos mil años. El “arte de
hablar”, en esencia, se refería al discurso oral, aunque siendo un “arte” o
ciencia sistematizado o reflexivo – por ejemplo el Arte Retórica de Aristóteles- la retórica era y tuvo que ser un
producto de la escritura.
3-
Redundantes
o copiosas
El pensamiento requiere cierta continuidad. La escritura
establece en el texto una “línea” de continuidad fuera de la mente. Si una
distracción me confunde, o borra de mi mente el contenido de lo que estoy
leyendo, es posible recuperarlo repasando selectivamente el texto anterior, se
puede “volver atrás”, aquello a lo que se vuelve yace inmóvil fuera de mi mente
en fragmentos siempre disponibles sobre la página escrita.
En el discurso oral la situación es distinta. Fuera de la
mente no hay nada a qué volver pues el enunciado oral desaparece en cuanto es
articulado. Por lo tanto, la mente debe avanzar con mayor lentitud, conservando
cerca del foco de atención mucho de lo que ya se ha tratado. La redundancia, ….?la repetición de lo apenas dicho, mantiene
eficazmente tanto al hablante como al oyente en la misma sintonía.
La redundancia es favorecida también por las condiciones
físicas de la expresión oral. Ante un público numeroso, no todos los integrantes entiende cada palabra pronunciada por un
hablante: es conveniente que el orador diga lo mismo o algo equivalente dos o
tres veces. Por otro lado, la necesidad del orador de seguir adelante mientras busca en la mente
qué decir a continuación, también propicia la redundancia, es mejor repetir
algo antes que simplemente dejar de hablar mientras se busca la siguiente idea.
El pensamiento y el habla escuetos, lineales y analíticos,
representan una creación artificial, estructurada por la tecnología de la
escritura. La eliminación de la redundancia exige de una tecnología que ahorre
tiempo; con la escritura, la mente está obligada a entrar en una pauta más
lenta, que le da la oportunidad de interrumpir y reorganizar sus procesos de
pensamiento y de expresión.
4-
Conservadoras
y tradicionalistas.
Dado que en una cultura oral primaria el conocimiento que
no se repite en voz alta desaparece pronto, las sociedades orales deben dedicar
gran energía a repetir una y otra vez lo que se ha aprendido arduamente a
través de los siglos. Esta necesidad establece una configuración altamente
tradicionalista o conservadora de la mente que, con buena razón, reprime la
experimentación intelectual. El conocimiento es precioso y difícil de obtener,
y la sociedad respeta mucho a aquellos ancianos sabios que se especializan en
conservarlo, que conocen y pueden contar las historias de los días de antaño.
Al almacenar el saber fuera de la mente, la escritura, y aún más la impresión,
degradan las figuras de sabiduría de los ancianos, repetidores del pasado, en
provecho de los descubridores más jóvenes de algo nuevo. El texto escrito
libera la mente de las tareas conservadoras, es decir, de su trabajo de
memoria, y así le permite ocuparse de la especulación nueva.
En las culturas orales la originalidad narrativa no radica
en inventar historias nuevas, sino en lograr una reciprocidad particular con
este público en este momento; en cada narración, el relato debe introducirse de
manera singular en una situación única, pues en las culturas orales debe
persuadirse, a menudo enérgicamente, a un público a responder. Los narradores
también incluyen elementos nuevos en historias viejas. Por ejemplo, los poemas
de alabanza a los jefes invitan a la iniciativa, a tener que hacer interactuar
las viejas fórmulas y temas con las nuevas situaciones políticas; no obstante
las fórmulas y los temas son reorganizados antes que reemplazados por material
nuevo; se presentan como ajustados a las tradiciones de los antepasados.
5-
Cerca
del mundo humano vital
En ausencia de categorías analíticas complejas que
dependan de la escritura para estructurar el saber a cierta distancia de la
experiencia vivida, las culturas orales deben conceptualizar y expresar en
forma verbal todos sus conocimientos, con referencia más o menos estrecha con
el mundo vital humano. Una cultura caligráfica y aún más una cultura
tipográfica, pueden apartar y en cierto modo incluso desnaturalizar al hombre,
especificando tales cosas como los nombres de los líderes y las divisiones
políticas en una lista abstracta y neutra enteramente desprovista de un
contexto de acción humana. Una cultura oral no dispone de vehículo humano tan
neutro como una lista.
Asimismo, una cultura oral no posee nada que corresponda
a manuales de operación para los oficios. Los oficios se adquirían por
aprendizaje, o sea, a partir de la observación y la práctica con sólo una
mínima explicación verbal. La cultura oral primaria se preocupa poco por
conservar el conocimiento de las artes como un cuerpo autosuficiente y
abstracto.
6-
De
matices agonísticos
Las culturas orales presentan matices de tipo agonístico
(de lucha, de enfrentamiento) en su expresión verbal y de hecho en su estilo de
vida. La escritura, en cambio, propicia abstracciones que separan el saber del
lugar donde los seres humanos luchan unos contra otros. Aparta al que sabe de
lo sabido. Al mantener incrustado el conocimiento en el mundo vital humano, la
oralidad lo sitúa en un contexto de lucha.
Los proverbios y acertijos no se emplean simplemente para almacenar los
conocimientos, sino para comprometer a
otros con el combate verbal e intelectual: un proverbio o acertijo desafía a
los oyentes a superarlo con otro más oportuno o contradictorio.
La representación de violencia física extrema,
fundamental para muchas epopeyas orales
y otros géneros orales y subyacentes a través de gran parte del uso temprano de
la escritura, se reduce paulatinamente o bien ocupa un lugar secundario en la
narración literaria posterior. Al avanzar la narración literaria hacia la novela
seria, con el tiempo dirige el foco de atención más y más hacia las crisis
internas, apartándolo de las meramente exteriores.
Cuando toda comunicación verbal debe ser por palabras
directas, participantes en la dinámica de ida y vuelta del sonido, las
relaciones interpersonales ocupan un lugar destacado en lo referente a la
atracción y, aún más, a los antagonismos.
El otro lado de los insultos agonísticos o la
vituperación en las culturas orales o que conservan aspectos verbales, es la
expresión ampulosa de alabanza, que se halla en todas partes en relación a la
oralidad.
La alabanza ampulosa en la antigua tradición retórica de
impronta oral, da una impresión de falsa, pomposa y cómicamente presuntuosa a
las personas de culturas con gran tradición escrita. No obstante, el elogio
acompaña al mundo oral, agonístico e intensamente polarizado del bien y del
mal, de la virtud y del vicio, de héroes y villanos.
La dinámica agonística de
los procesos de pensamiento y la expresión orales ha sido esencial para el
desarrollo de la cultura occidental, donde fue institucionalizada por el “arte”
de la retórica y por su prima hermana: la dialéctica de Sócrates y Platón, que
proporcionaron a la articulación verbal oral agonística una base científica
elaborada con la ayuda la de la escritura.
La tradición heroica de la
cultura oral primaria y de la cultura escolarizada temprana –que aún conservaba
muchas características de la tradición oral- está relacionada con el estilo de
vida agonístico, pero se explica mejor y de manera más contundente desde el
punto de vista de las necesidades de los procesos intelectuales orales. La
memoria oral funciona eficazmente con los grandes personajes cuyas proezas sean
gloriosas, memorables, y por lo común, públicas. Así, la estructura intelectual
de su naturaleza engendra figuras de dimensiones extraordinarias, es decir,
figuras heroicas; y no por razones románticas o reflexivamente didácticas, sino
por motivos mucho más elementales: para organizar la experiencia en una especie
de forma memorable permanentemente.
A medida que la escritura y finalmente la imprenta
modifican de manera gradual las antiguas estructuras intelectuales orales, la
narración se basa cada vez menos en las grandes figuras hasta que, unos tres
siglos después de la invención de la imprenta, puede fluir fácilmente en el
mundo vital humano ordinario que caracteriza a la novela. Aquí, en lugar del
héroe, con el tiempo encontramos incluso al anti-héroe.
Lo heroico y lo maravilloso desempeñan una función
específica en la organización del conocimiento en el mundo oral: Con el control
de la información y la memoria establecido por la escritura y, de manera más
intensa, por la imprenta, no se necesita
un héroe en la antigua acepción para plasmar el conocimiento en
una historia. Este viraje no tiene nada que ver con una “pérdida de valores”.
7-
Empáticas
y participativas antes que objetivamente apartadas
Para
una cultura oral, aprender o saber significa lograr una identificación
comunitaria, empática y estrecha con lo sabido, identificarse con él. La
escritura separa al que sabe de lo sabido y así establece las condiciones para
la “objetividad” en el sentido de una disociación o alejamiento personales. La
reacción del individuo no se expresa simplemente como individual o subjetiva
sino como encasillada en la reacción del alma comunitaria.
Gran
parte de la descripción anterior de la oralidad pude utilizarse para
identificar lo que Walter Ong llama culturas “verbomotoras”, es decir, culturas
en las cuales por contraste con las de alta tecnología, las vías de acción y
las actitudes hacia distintos asuntos dependen mucho más del uso efectivo de
las palabras y por lo tanto de la interacción humana y mucho menos del estímulo
no verbal (del tipo predominantemente visual) del mundo “objetivo” de las
cosas.
La oralidad primaria
propicia estructuras de personalidad que, en ciertos aspectos, son más
comunitarias y exteriorizadas, y menos introspectivas de las comunes entre los
escolarizados. La comunicación oral une a la gente en grupos. Escribir y
leer son actividades solitarias que
hacen a la psique concentrarse sobre sí misma.
8-
Homeostáticas
La homeostasis es un conjunto de fenómenos de
autorregulación, conducentes al mantenimiento de un equilibrio interno,
compensando los cambios del entorno y lo que proviene del exterior. Deshecha lo
que no es útil, adecua lo que es funcional. Es definida como la tendencia de los organismos
vivos y otros sistemas a adaptarse a las nuevas condiciones y a mantener el
equilibrio a pesar de los cambios.
A diferencia de las sociedades con grafía,
las orales pueden caracterizarse como homeostáticas: es decir, las sociedades
orales viven intensamente en un presente que guarda el equilibrio u homeostasis
desprendiéndose de los recuerdos que ya no tienen pertinencia actual.
El modo oral permite que se olviden partes
inconvenientes del pasado debido a las exigencias del presente continuo. Los
narradores orales hábiles varían deliberadamente sus relatos tradicionales,
porque parte de su habilidad radica en la capacidad de acomodarse a nuevos
públicos o a nuevas situaciones.
Por otro lado, las culturas
orales no cuentan con diccionarios, por lo tanto no cuentan con la posibilidad
de adjudicar diversos significados a una palabra; los diccionarios señalan las
discrepancias semánticas y posibilitan acceder a la etimología y evolución de
las palabras. En las culturas orales, el significado de cada palabra surge de lo
que Goody llama “ratificación semántica directa”, es decir, por las situaciones
reales en las cuales se utiliza la palabra, aquí y ahora. El pensamiento oral es indiferente a las
definiciones. Las palabras solo adquieren sus significados de su siempre
presente ambiente real, que no consiste, simplemente, como en el diccionario,
de palabras, sino que también incluye gestos, modulaciones vocales, expresión
facial y todo el marco humano y existencial dentro del cual se produce siempre
la palabra real y hablada. Las acepciones de palabras surgen continuamente del
presente; aunque, claro está, significados anteriores han moldeado el actual en
muchas y variadas formas no percibidas ya.
9-
Situacionales
antes que abstractas
Esta característica
de las culturas orales se relaciona con las señaladas arriba y tiene que ver
con la íntima vinculación de aquellas al mundo vital, a la situación de
comunicación ante la imposibilidad de almacenar y preservar el conocimiento, lo
narrado, en un soporte externo independiente, “libre” del de contexto de la
comunicación.
Ong señala
que todo pensamiento conceptual es hasta cierto punto abstracto; un término tan
“concreto” como “árbol”, no se refiere simplemente a un árbol “concreto”, único, sino que es una
abstracción tomada, arrancada, de la realidad individual y perceptible; alude a
un concepto que no es éste ni aquel árbol, sino que puede aplicase a cualquier
árbol. No obstante, si todo pensamiento conceptual es hasta cierto punto
abstracto, algunos usos de los conceptos son más abstractos que otros. Las
culturas orales tienden a utilizar los conceptos (abstractos) en marcos de referencia situacionales y
operacionales cercanos al mundo humano vital, más atenidos al contexto de la
comunicación presencial.
Walter Ong acude a estudios de campo realizados
en el ámbito de la antropología y de la etnografía, para establecer las
diferencias entre procesos cognitivos de sujetos analfabetos y de sujetos escolarizados.
Los resultados de dichas investigaciones dan cuenta de una mayor capacidad de
abstracción en los individuos que saben leer y escribir. Los analfabetos no
clasifican objetos en términos de categorías (por ejemplo, martillo, pala y
pinzas como herramientas) sino desde el
punto de vista de situaciones prácticas; se trata de un pensamiento situacional
antes que clasificatorio.
Por otro lado, los analfabetos entrevistados
no operan en absoluto con procedimientos deductivos formales, sus razonamientos
no se adecuan a formas lógicas puras. Los silogismos están relacionados con el
pensamiento práctico, pero en asuntos prácticos nadie actúa de acuerdo con
silogismos expresados de manera formal. El silogismo es, por lo tanto, como un
texto: fijo, separado, aislado: hay una base caligráfica en la lógica. El
acertijo corresponde al mundo oral. Para resolver un acertijo se requiere
astucia: se recurre a los conocimientos, a menudo profundamente subconscientes,
más allá de las palabras mismas del acertijo.
Del mismo modo, las culturas orales no
definen, puesto que un marco de la vida real es más satisfactorio y funcional
que una definición.
Los estudios demostraron, del mismo modo,
dificultades de los analfabetos para realizar un autoanálisis. En una cultura
oral, la auto-evaluación se ajusta como una apreciación de grupo (“nos”) y
luego se maneja desde el punto de vista de las reacciones esperadas de los
demás. El juicio corresponde al individuo de fuera, no de dentro. Tampoco la
práctica del examen se desarrolla en el ámbito de una cultura oral; las
preguntas de examen comenzaron a generalizarse (en Occidente) mucho después de
que la impresión hubo surtido sus efectos sobre la conciencia, miles de años
después de la invención de la palabra escrita.
De las investigaciones citadas por Ong se
concluye de que es obvio que una cultura oral no maneja conceptos tales como
figuras geométricas, categorización por abstracción, procesos de razonamiento
formalmente lógicos, definiciones, o aún descripciones globales o auto-análisis
articulados, todo lo cual no se deriva sólo del pensamiento mismo, sino del
pensamiento moldeado por textos.
Pero la escritura debe interiorizarse
personalmente para que afecte los procesos de pensamiento. Las personas que han interiorizado la
escritura no sólo escriben, sino también hablan con la influencia de aquélla,
lo cual significa que organizan, aún su expresión oral, según pautas verbales y
de pensamiento que no conocerían a menos que supieran escribir.
Los que saben leer han juzgado ingenua la
organización oral del pensamiento, porque no obedece a dichas pautas. El
pensamiento oral, no obstante, puede ser bastante complicado y reflexivo, a su
manera.
Aventurarse a afirmar que los pueblos orales
son en esencia no inteligentes, que sus procesos mentales son “primitivos”, es
un tipo de especulación que durante siglos condujo a los eruditos a inferir
erróneamente que, puesto que los poemas homéricos eran tan perfectos, debían
ser básicamente composiciones escritas.
Ong advierte sobre el hecho de que no debemos
imaginarnos que el pensamiento que funciona con principios orales es
“prelógico” o “ilógico” en un sentido simplista, como por ejemplo que la gente
de una cultura oral no comprende las relaciones causales. Lo cierto es que no pueden organizar
concatenaciones complejas de causas del tipo analítico de las secuencias
lineales, las cuales sólo pueden desarrollarse con la ayuda de textos. Las
secuencias largas que producen, como las genealogías, no son analíticas sino
acumulativas. Sin embargo, las culturas orales pueden crear organizaciones de
pensamiento y experiencias asombrosamente complejas, inteligentes y bellas.
Como podrá advertirse, la mayoría de las
características del pensamiento y la expresión que funciona con pautas orales
están íntimamente relacionadas con las virtudes del oído, que unifica,
centraliza e interioriza los sonidos percibidos por los seres humanos. Una
organización verbal dominada por el sonido está en consonancia con tendencias
acumulativas (armoniosas) antes que con
inclinaciones analíticas y divisorias, las cuales llegarían con la palabra
escrita, visualizada (la vista es un sentido que separa por partes). La cultura
oral también está en consonancia con el holismo conservador (el presente
homeostático que debe mantenerse intacto, las expresiones formularias que deben
conservarse); con el pensamiento situacional (holístico, con la acción humana
en el centro) antes que con el
pensamiento abstracto; con cierta organización humanística del saber acerca de
las acciones de seres humanos y antropomórficos, personas interiorizadas, antes
que acerca de cuestiones impersonales.
Estas características del mundo oral primario
serán útiles para referir lo que le sucedió a la conciencia humana cuando la
escritura y la imprenta redujeron el mundo oral-auditivo a un mundo de páginas
visualizadas.
LA ESCRITURA REESCTRUCTURA LA CONCIENCA
Una comprensión más profunda de la oralidad primaria nos capacita para
entender mejor el nuevo mundo de la escritura, lo que en realidad es y lo que
de hecho son los seres humanos funcionalmente escolarizados: seres cuyos
procesos de pensamiento no se originan en poderes meramente naturales, sino en
estos poderes según sean estructurados, directa o indirectamente, por la
tecnología de la escritura. Sin la escritura, el pensamiento escolarizado no
pensaría ni podría pensar cómo lo hace no sólo cuando está ocupado en escribir,
sino incluso normalmente cuando articula sus pensamientos de manera oral. Más
que cualquier otra invención particular, la escritura ha transformado la conciencia
humana.
La escritura establece lo que se ha llamado
un lenguaje “libre de contextos”, que no puede ponerse en duda ni cuestionar
directamente, como el habla oral, porque el discurso escrito está separado de
su autor. El autor podría ser cuestionado sólo si fuera posible comunicarse con
él o ella, pero es imposible encontrar al escritor en un libro. No hay manera
de refutar un texto directamente. Los escritos son inherentemente irrefutables.
Si uno le pide a una persona que explique sus palabras, es posible obtener una
explicación; si uno se lo pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo
las mismas palabras.
La escritura, la imprenta y la computadora
son formas de tecnologizar la palabra. En cierto modo, de las tres, la
escritura es la transformación más radical: inició o que las imprenta y las
computadoras sólo continúan: la reducción del sonido dinámico al espacio
inmóvil, la separación de la palabra del presente vivo, el único lugar donde
pueden existir las palabras habladas
Por contraste con el habla natural, oral, la
escritura es completamente artificial. No hay manera de escribir
“naturalmente”. El habla oral es del todo natural para los seres humanos en el
sentido de que, en toda cultura, el que no esté fisiológica o psicológicamente afectado,
aprende a hablar. El habla crea la vida consciente, pero asciende a la
conciencia desde profundidades inconscientes en el sentido de que es posible
saber cómo aplicarlas e incluso cómo establecer otras nuevas aunque no se puede
explicar qué son.
La escritura o grafía difiere como tal del
habla en el sentido de que no surge inevitablemente del inconsciente. El
proceso de poner por escrito una lengua hablada es regido por reglas ideadas
conscientemente, definibles.
Para vivir y comprender totalmente, no necesitamos sólo la proximidad,
sino también la distancia. Y esto es lo que la escritura aporta a la conciencia
como ninguna otra cosa puede hacerlo.
QUÉ
ES LA ESCRITURA O “GRAFÍA”
La
escritura, la tecnología que ha moldeado e impulsado la actividad intelectual
del hombre moderno, representa un adelanto muy tardío en la historia del
hombre. El Homo sapiens lleva tal vez
unos 50 mil años sobre la tierra. La primera grafía, o verdadera escritura que
conocemos apareció por primera vez entre los sumeros en Mesopotameia alrededor
del año 3.500 antes de Cristo.
Antes
de esto, los seres humano habían dibujado durante innumerables milenios.
Asimismo, diversas sociedades utilizaban diferentes recursos para
ayudar a la memoria.
Sin
embargo, una grafía es algo más que un simple recurso para ayudar a la memoria.
Incluso cuando es pictográfica, una grafía esa algo más que dibujos. Los
dibujos representan objetos. Un dibujo de una casa, de un hombre, en sí mismo
no expresa nada.
Una
grafía, en el sentido de una escritura real, no consiste sólo en imágenes, en
representaciones de cosas, sino en la representación de un enunciado, de
palabras que alguien dice.
La
irrupción decisiva y única en los nuevos mundos del saber no se logró dentro de
la conciencia humana al inventarse la
simple marca semiótica, sino al concebirse un sistema codificado de signos
visibles por medio del cual un escritor podía determinar las palabras exactas
que el lector generaría a partir del texto. Esto es lo que hoy llamamos
“escritura” en su acepción más estricta. Y lo que hace que la escritura sea la
más trascendental de todas las invenciones tecnológicas humanas. No constituye
un mero apéndice del habla. Puesto que traslada el habla del mundo oral y
auditivo a un nuevo mundo sensorio, el de la vista, transforma el habla y
también el pensamiento.
Las
grafías tienen antecedentes complejos, la mayoría deriva directa o
indirectamente de cierto tipo de escritura tipográfica, o quizás, del uso de
símbolos. Se supone que la grafía cuneiforme de los sumerios, la primera de todas
las que se conocen (3.500 a.C) se originó a partir de un sistema para registrar
transacciones económicas, sobre arcilla.
El
alfabeto griego es el primer alfabeto completo con vocales.; esta
transformación decisiva, del sonido a la imagen es la que dio a la antigua
cultura griega el predominio intelectual sobre otras culturas de la antigüedad.
Cumplía una función de democratización en el sentido de que resultaba fácil a
todos aprenderlo, y también era un medio de internalización pues facilitaba una
manera de procesar las lenguas extranjeras. Este logro griego de analizar
abstractamente el evasivo mundo del sonido en equivalentes visuales (no en
forma perfecta, por supuesto) presagiaba y aportaba los medios para sus futuras
hazañas analíticas.
El
alfabeto, aunque probablemente
se derive de pictogramas, ha perdido todo vínculo con las cosas como tales.
Representa al sonido mismo como una cosa, transformando el mundo fugaz del
sonido en el mundo silencioso y cuasi-permanente del espacio.
La condición de las palabras en un texto es
totalmente distinta de su condición en el discurso hablado. Aunque se refieran
a sonidos y no tengan sentido a menos que puedan relacionarse –externamente o
en la imaginación- con los sonidos, o más precisamente los fonemas que
codifican, las palabras escritas quedan aisladas del contexto más pleno dentro
del cual las palabras habladas cobran vida. La palabra en su ambiente oral
natural forma parte de un presente existencial real. La articulación hablada es
dirigida por una persona real con vida a otra persona real con vida u otras
personas reales con vida, en un momento específico dentro de un marco real, que
siempre incluye más que las meras palabras. Las palabras habladas siempre
consisten en modificaciones de una situación total más que verbal. Nunca surgen
solas, en un mero contexto de palabras.
Sin embargo, las palabras se encuentran solas
en un texto. Al “escribir” algo, el que produce el enunciado por escrito
también está solo. La escritura es una operación solipsista. Escribo un libro
que espero sea leído por miles de personas, pero debo aislarme de todos para
hacerlo.
En un texto incluso las palabras que están
ahí carecen de sus cualidades fonéticas plenas. En el habla oral, una palabra
debe producirse con una u otra entonación o tono de voz: enérgica, excitada,
sosegada, irritada o resignada. Es imposible pronunciar oralmente una palabra
sin entonación alguna. En un texto, la puntuación puede señalar el tono en un
grado mínimo: un signo de interrogación o una coma, por ejemplo, generalmente
requieren que la voz se eleve un poco.
No sólo los lectores, sino también el
escritor, carecen del contexto extratextual.
El lector también tiene que crear al
escritor.
Para que un texto comunique su mensaje, no importa si el autor
está vivo o muerto; la mayoría de los libros existentes hoy en día, fueron
escritos por personas muertas ya, en tanto que la articulación hablada solo es
producida por los vivos.
Las críticas de Platón: resistencias y temor ante los “peligros” de la
escritura.
Las
mismas objeciones que hoy se hacen contra las computadoras[5]
fueron dirigidas por Platón contra la escritura, en el Fedro (274-277) y en la Séptima
Carta. La escritura, según Platón hace decir a Sócrates en el Fedro, es inhumana al pretender
establecer fuera del pensamiento lo que en realidad sólo puede existir dentro
de él. Es un objeto, un producto manufacturado. Lo mismo se dice de las
computadoras. En segundo lugar, afirma el Sócrates de Platón, la escritura
destruye la memoria. Los que la utilicen se harán olvidadizos al depender de un
recurso exterior y descuidar los recursos internos. La escritura debilita el
pensamiento. Hoy en día, los padres, o los docentes, temen que las calculadoras
proporcionen un recurso externo para lo que debería ser un recurso interno de
las tablas de multiplicar aprendidas de memoria. Las calculadoras –argumentan-
debilitan el pensamiento, le quitan el trabajo que lo mantiene en forma. En
tercer lugar, un texto escrito no produce respuestas. Si uno le pide a una
persona que explique sus palabras, es posible obtener una explicación; si uno
se lo pide a un texto, no se recibe nada a cambio, salvo las mismas palabras.
En cuarto lugar, y de acuerdo con la mentalidad agonística de las culturas
orales, el Sócrates de Platón también imputa a la escritura el hecho de que la
palabra escrita no puede defenderse como es capaz de hacerlo la palabra hablada
natural: el habla y el pensamiento reales siempre existen esencialmente en un
contexto de ida y vuelta entre personas. La escritura es pasiva; fuera de dicho
contexto, en un mundo irreal y artificial…igual que las computadoras.
La imprenta puede recibir las mismas
acusaciones. Aquellos a quienes molestan
los recelos de Platón en cuanto a la escritura, deben tener en cuenta que la
imprenta inspiraba una desconfianza semejante en sus inicios. Hieromino
Squarciafico, quien de hecho promovió la impresión de los clásicos latinos,
argumentó, en 1477, que “la abundancia de libros hace menos estudiosos a los
hombres: destruye la memoria y debilita el pensamiento, degradando al hombre o
la mujer sabios en provecho de la sinopsis.
Una paradoja del argumento de Platón es que,
para manifestar sus objeciones, las puso por escrito; es decir, el mismo
defecto de las opiniones que se pronuncian contra la imprenta y para
expresarlas de modos más efectivo, las ponen en letra impresa.
En realidad, la epistemología entera de
Platón fue inadvertidamente un rechazo programado del antiguo mundo vital oral,
variable, cálido y de interacción personal propio de una cultura oral
(representado por poetas, a quienes no admitía en su República). El término idea, forma, tiene principios visuales,
viene de la misma raíz del latín video,
y de ahí sus derivados, como visión, visible y videotape.
La forma platónica era la forma concebida por
analogía con la forma visible. Las ideas platónicas no tienen voz; son
inmóviles; faltas de toda calidez; no implican interacción sino que están
aisladas; no integran una parte dl mundo vital humano en absoluto, sino que se
encuentran totalmente por encima y más allá del mismo.
Por otra parte, nada de la concentración
analítica de Platón sobre un concepto abstracto de la justicia puede hallarse
en ninguna de las culturas meramente orales en que se conocen.
Como lo demuestra Havelock, la relación de
Platón con la oralidad era del todo ambigua: Por un lado, en Fedro y en la Séptima
Carta, considera que la escritura es menos importante que el habla oral y
es por lo tanto fonocéntrico. Por otro, cuando en la República desterró a los
poetas, lo hizo porque representaban el antiguo mundo mnemotécnico oral de la
imitación (acumulativo, redundante, copioso, tradicionalista, cálidamente
humano, de participación): un mundo opuesto al reino analítico, sobrio, exacto,
abstracto, visual e inmóvil de las “ideas” que Platón perseguía.
Platón sentía ese rechazo por los poetas
porque vivió en la época en que el alfabeto comenzaba a interiorizarse lo
bastante para influir en el pensamiento griego, la época en que comenzaron a
aparecer los procesos de pensamiento pacientemente analíticos, de grandes
secuencias, como resultado de las maneras como el conocimiento de la escritura le
permitía a la mente procesar los datos.
Paradógicamente, Platón pudo formular de manera clara y eficaz su
fonocentrismo, la preponderancia que le dio a la oralidad por encima de la
escritura, sólo porque sabía escribir. El fonocentrismo de Platón es concebido
y defendido textualmente.
[1]
Nos referimos a las críticas de Rymond Williams a las teorías que afirman que
las tecnologías tienen vida propia y que
la Historia está impulsada por un proceso abstracto de innovación, al margen de
la vida social cotidiana. Sin dejar de lado la importancia y las posibilidades
que ofrece una tecnología emergente, incidiendo en los formatos, en los géneros
y en las recepciones, Williams señala que las tecnologías pueden constreñir,
pero no determinar los usos. Apuesta a
la capacidad de la acción humana para desbaratar la unidimensionalidad de la
tecnología.
En la obra de Ong leemos
–por ejemplo- cómo la imprenta incide en la sistematización de los grafolectos,
como instrumentos normativizadores al servicio del poder, pero también destaca
de qué manera ese invento libera a los sujetos de las constricciones del
contexto y de la memoria y abren las posibilidades del análisis y la
abstracción, “dan vigor a la conciencia”, resultando esenciales” para una vida
más plena e interior”.
[2]
Transcribo todos los verbos que utiliza Ong a lo largo del libro, para
referirse la la traslación del sonido a la escritura.
[3]
Ong, Walter, Oralidad y escritura.
Tecnologías de la palabra. Buenos
Aires: FCE, 2006.
[4] Cuando Ong hace referencia a la etapa “electrónica” como una nueva
tecnología de la palabra, hay que
advertir que considera como tal a la composición en computadora, el soporte en
discos duros, el empleo de texto en otros medios electrónicos “clásicos” y no
se refiere ni a las redes sociales actuales, si al internet. Su texto es del
año 1982.
[5] Hay que
tener en cuenta que el texto es del año 1982.
Raymond Williams y la Historia de la comunicación.
Ficha de cátedra elaborada por la Dra. María Marta Luján
Los estudios culturales ingleses incluyen pensadores como Raymond Williams, E. P. Thompson, Stuart Hall, Richard Hoggart, entre otros. El contexto en el cual emergen los Estudios Culturales ingleses contemporáneos se remonta al momento de la posguerra, cuando se producen importantes cambios culturales, económicos y políticos propios del Estado de Bienestar en Inglaterra. La expansión de las oportunidades de la educación luego de la guerra y la extensión de la educación de los adultos tuvieron efecto sobre las clases subalternas que no habían heredado la tradición intelectual. Justamente, Williams, Hoggart y Hall trabajaron en la educación para adultos. Esta circunstancia motivó un interés creciente por comprender las formas de la vida diaria, el estudio de la cotidianidad, en la cual parecen encontrarse los rasgos de una cultura persistente de la clase trabajadora frente a la creciente expansión de la cultura de masas o mercado.
Williams proviene de la clase obrera y también dedica sus años de inicio intelectual a la educación de adultos como tutor para la Universidad de Oxford.
Los aportes de Raymond Williams a los estudios de la comunicación se vinculan, fundamentalmente, a su postura superadora en relación a una historia de la comunicación centrada en las técnicas, las herramientas o aparatos, que él concibió como un “determinismo tecnológico”, y que lee la evolución humana en términos de desarrollo de los avances tecnológicos. (Propuesta de Marshall Mc. Luhan). Tal postura adscribe a la tecnología un conjunto de intenciones y efectos independientes de la Historia.
A contrapelo de esta tradición en los análisis de los medios, Williams sostiene que el desarrollo tecnológico encuentra su espacio sólo en la medida en que se vincula con el orden social de una época; responde a ciertas necesidades sin las cuales tal desarrollo no se hubiera producido; a su vez, las nuevas modalidades comunicativas provocan efectos en las conductas de las audiencias, generan procesos sociales y culturales –su reproducción o transformación- que son variables a través de tiempo. El producto de esa relación (tecnologías sociedad/cultura/) es lo historizable.
Por ejemplo, cuando surge la escritura, surge una nueva técnica de la comunicación, otro medio para la transmisión de mensajes. Pero las contribuciones de la escritura no se quedan ahí, también aporta al desarrollo de la economía, permite cuantificar y registrar la producción. Desde este punto de vista, Williams señala que la escritura facilita “la identificación de mercaderías, el registro de tipos y cantidades de bienes, el cálculo de beneficios y pérdidas”.
La escritura, en su avance constante, desencadena cambios tecnológicos acordes a las transformaciones en los sistemas de comunicación (poco a poco, se desarrolla el barro, el papiro, el pergamino, el papel, y hoy la computadora). En este aspecto que atañe a los cambios tecnológicos, Williams hace una diferencia entre técnica y tecnología:
La técnica de la escritura es una cosa, pero la tecnología de la escritura implicó, no sólo el desarrollo de instrumentos y materiales de escritura, sino también el desarrollo de un cuerpo amplio de conocimientos, y especialmente de la habilidad para leer, que en la práctica, era inseparable de las formas más generales de organización social. (Williams, Vol. II, 1981:190).
En opinión de Williams, la escritura como sistema constituye:
…un paso trascendental en la historia de la humanidad. Nos permitió liberarnos, no sólo de las limitaciones del tiempo y del espacio en la transmisión de mensajes, sino también de las limitaciones de lo que un hombre podía pensar y recordar en la adquisición de conocimientos. (Williams, Vol.I, 1981:64).
La escritura permite al hombre que sus ideas - sin su presencia física - puedan llegar a otros hombres e intercambiarse, independientemente del espacio físico y del tiempo. En primera y en última instancia, la escritura hace que el hombre avance en su pensamiento.
Hoy estamos presenciando cambios trascendentales en los sistemas de comunicación, como lo fue en su momento la creación de la escritura, luego la imprenta, y en este siglo, la computadora. Aunque las Nuevas Tecnologías de la Información sean un componente vital, en última instancia, son una parte de la producción social, que es la que está sufriendo la gran transformación. De esto se deduce – según Williams- que “ningún adelanto tecnológico existe por sí mismo, sino que lo hace en función de las circunstancias en las que se encuentra inmerso”.
Para comprender los medios de comunicación, su tecnología y su producción, se debe historizar, se debe considerar su articulación con el conjunto específico de
intereses dentro de un orden social; tal articulación debe ser leída en sus cambios a través del tiempo.
Por ello, una historia material de la cultura y una historia cultural de la comunicación, deben restablecer los diferentes momentos culturales y sus “estructuras de sentimiento”;
El concepto de estructura de sentimiento sirve para caracterizar la experiencia de la cualidad de la vida en un tiempo y espacio determinado, es la cultura de un momento histórico particular, evoca un conjunto común de percepciones y valores compartidos por una generación. La estructura de sentimiento es una cultura vivida y experimentada por un grupo, sólo accesible a éste y con la posibilidad de ser observada con la ayuda del tiempo.
La Historia debe ser analizada como un proceso de cambio dinámico; las estructuras de sentimiento cambian históricamente y emergen formas dominantes pero también opositoras. El proceso histórico es siempre un proceso cambiante y en movimiento, considerando que las prácticas pueden ser dominantes, residuales o emergentes.
Lo dominante implica aquello que es caracterizado por los rasgos de un sistema cultural; lo residual es lo que ha sido formado efectivamente en el pasado, pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural (no sólo como elemento del pasado sino como un efectivo elemento del presente); lo emergente son los nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente.
Williams pone el acento en la noción de conflicto, diferencia y contradicción, hace hincapié en la capacidad humana de cambio por sobre sus determinaciones.
Su argumento de que una cultura está compuesta por un conjunto de relaciones entre formas dominantes, residuales y emergentes es un modo de enfatizar la cualidad desigual y dinámica de un momento determinado; representa un alejamiento de los análisis de épocas históricas donde los períodos o estadios de la historia se suceden unos a otros y cada época se caracteriza por un modo dominante o espíritu de tiempo. Cada época no sólo consiste en diferentes variaciones o estadios, sino que cada punto está compuesto también por un proceso de relaciones dinámicas y contradictorias en el juego de las formas dominantes, residuales y emergentes. Esto abre un espacio para analizar el rol que las identidades y los movimientos subversivos y de oposición desempeñan en la cultura dominante, y cuál es su eficacia para cambiarla.
Ni las relaciones residuales o emergentes existen de manera simple, “dentro de” o “junto a” la cultura dominante. Se verifican procesos de tensión continua, que pueden tomar tanto la forma de la incorporación, como de la oposición dentro de ella. Las formas residuales son diferentes de las arcaicas porque aún están vivas, tienen uso y relevancia dentro de la cultura contemporánea; representan a una institución o a una tradición que aún está activa como memoria en el presente, y puede tanto apoyar la cultura dominante como proporcionar los recursos para una alternativa o una oposición a ella. El surgimiento del extremismo religioso en diversas partes del mundo es un ejemplo de forma residual que desafía a la hegemonía del capitalismo liberal en Occidente.
Por ejemplo, mucho después del surgimiento de la escritura como medio, seguían desarrollándose prácticas de comunicación oral, que interactuaban con el texto escrito o lo utilizaban como fuente. Otro ejemplo lo constituye el periodismo escrito, una forma comunicativa residual pero activa, aún vigente en la época de internet.
La Historia material de la comunicación propuesta por Williams, se inscribe en el marco del materialismo cultural, un método de análisis desde el cual se intenta observar las implicaciones de la cultura dentro de procesos históricos y de cambios sociales. Desde esta postura, Williams discute al marxismo ortodoxo por distintas razones: la reducción de la superestructura a un mero reflejo de la base material, la abstracción del proceso histórico, la visión de las necesidades humanas como meras necesidades económicas y no sociales, la marginación de lo cultural dentro de la organización económica. Por su parte, Williams verá que todas las prácticas son sociales y que contienen elementos tanto materiales como simbólicos; señalará la importancia del componente material, la materialización de lo simbólico en la base de la vida material y de la experiencia social y, por lo tanto, su presencia dentro de las relaciones sociales y productivas. Su texto Marxismo y Literatura se puede ver como una respuesta al marxismo de la época, que tiende a privilegiar la base económica, a ver a la cultura como un simple reflejo y que constituye una visión mecanicista del cambio cultural.
Sin embargo, existe un vínculo entre materialismo cultural y materialismo dialéctico e histórico: el concepto de materialismo cultural es materialista porque sugiere que los artefactos, las instituciones y las prácticas culturales están, en cierto sentido, determinados por procesos “materiales”; es cultural porque insiste que no hay una realidad cruda y material más allá de la que sustenta la cultura, la cual, en sí misma, es material.
De esta manera, Williams acepta “la fuerza organizadora del elemento económico” pero enfatizando los problemas “superestructurales” como históricos, es decir, que no son reflejo de cierta estructura económica, sino más bien la interacción de elementos complejos, en donde conviven rupturas y continuidades e incluso autonomías limitadas.
Williams concibió al materialismo cultural como un método y como un término crítico; si bien no negó su origen y extracción marxista, fue insistente en el hecho de evitar nociones rígidas. El materialismo cultural se desarrolla a partir del materialismo histórico, pero es crítico respecto del determinismo económico, y, en particular, de la división jerárquica Base/Superestructura, por la cual las instituciones políticas, las formas culturales y las prácticas sociales se ven en tanto reflejos y están gobernadas por fuerzas o relaciones económicas. Williams destaca la necesidad de que se considere a la “base” y a la “superestructura” como un proceso que incorpora diferentes tipos de relaciones, más que como una estructura invariable. Subraya la importancia de desarrollar una teoría del poder y de la ideología que pueda abarcar una gama de formas de producción. Se pregunta, por ejemplo, por qué el pianista debe ser considerado menos productivo que el fabricante del piano.
El Materialismo cultural sostiene que toda la teoría de la cultura (no sólo la marxista) que presuponga una diferencia entre arte y sociedad, o literatura y contexto, o comunicación y economía, está negando que la cultura –sus métodos de producción, sus formas, instituciones y tipos de consumo- son centrales para la sociedad. Las formas culturales nunca deben verse como textos aislados, sino incorporados dentro de relaciones y procesos históricos-materiales que los constituyen y dentro de los cuales desempeñan una función esencial.
El argumento de Williams sobre que los medios de comunicación son esencialmente medios de producción, en lugar de estar subordinados a un proceso primario más “real”, es crucial para esta perspectiva. La comunicación humana (sean las formas naturales, como el habla, las canciones, la danza y el teatro o los medios tecnológicos) es socialmente productiva en sí, dado que es reproductiva; además, es similar a otros procesos productivos. Las tecnologías de producción cultural tienen una función crucial en la modelación de formas e instituciones culturales, pero no las determinan.
En cuanto a la comunicación y los medios, hay que considerar cómo la de Williams supera la visión canónica de la comunicación. Primero, la convencional (el modelo de Lasswell) caracterizada por una visión claramente lineal, por una perspectiva más “tensa” , en la que la comunicación se entiende como proceso de negociación e intercambio de significados, a través de los cuales interactúan las “realidades y personas dentro de culturas”, lo que permite la emergencia y producción de significados.
La noción de comunicación tiene en Williams una perspectiva materialista y cultural que renuncia a determinismos tecnológicos. La cultura posee una dimensión individual y colectiva de significados, valores, implica concepciones del mundo, formas de sentir y actuar, las cuales se encarnan en el lenguaje y se enmarcan dentro de las instituciones sociales concretas, determinadas por circunstancias materiales.
La historia de los medios de comunicación se relaciona con la historia de la producción cultural, la cual se encuentra vinculada a las condiciones materiales de las instituciones sociales, a las relaciones con distintas fuerzas de producción, a las formas sociales particulares y al desarrollo simbólico de la sociedad.
En su libro Historia de la Comunicación, Williams sostiene que “todas las sociedades dependen de los procesos de comunicación y, en un sentido importante, se puede decir que se fundan en estos”. También se refiere a los usos que el hombre ha dado históricamente a los sistemas de comunicaciones y expresa que “lo que ha alterado nuestro mundo no es la televisión, ni la radio, ni la imprenta como tales, sino los usos que se les da en cada sociedad”. Cuando reflexionamos sobre estos inventos - que nos demostraron ser eficaces -, estamos replanteando la forma de pensar la comunicación. Más específicamente, el intentar entender las comunicaciones siempre como una forma de relación social, y los sistemas de comunicaciones como instituciones sociales.
El interés creciente de Williams por el estudio de la comunicación y el universo tecnológico que lo constituye está presente tanto en el libro Comunications como en Televisión: tecnología y forma cultural. Una idea más o menos explícita recorre estos textos: la tecnología con que un determinado acontecimiento cultural (libro, obra de teatro, programa de televisión) es producido, impone o determina nuevas formas de expresión y de elaboración. Por lo tanto, el contenido está intrínsecamente relacionado con la estructura que lo produce. Justamente en este trabajo de 1974, focaliza su atención de modo específico en los programas de televisión, analizando la estructura tecnológica del medio y cómo ésta trabaja para determinar formas características de la televisión.
Su idea es aún más interesante cuando la vemos con mayor profundidad: Williams sostiene que más allá de las distinciones que se pudieran realizar entre programas a través de una guía, la difusión de Tv no está organizada sobre unidades discretas (programas). Argumenta que la multiplicidad de formas de programas no está diferenciada sino que está incorporada dentro de un flujo:
Lo que se ofrece, no es, en viejos términos, un programa de unidades discretas con una particular inserción, sino un planificado flujo, en el cual la verdadera serie no es la publicada secuencia de ítems de programas sino las secuencias transformadas por la inclusión de otra clase de secuencia, así que estas secuencias juntas componen el flujo real, la real broadcasting (difusión). (Williams; 2011: 120)
Finalmente, Williams admite que este proceder tecnológico de la televisión provoca efectos en las conductas de la audiencia, siendo esta relación variable a través del tiempo. En este análisis puede observarse cómo la crítica a lo existente y el reconocimiento de las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías son parte de un mismo movimiento en la propuesta de la creación de una cultura socialista. Como toda forma histórica, las modernas formas de la comunicación están sujetas al cambio
Los medios de comunicación aparecen en la obra de Williams como una de las instituciones modernas fundamentales y claves dentro de las formas y las relaciones de producción, no sólo en sus bases económicas y tecnológicas, sino en la producción y la distribución de sistemas simbólicos que se transmiten mediante ideas, imágenes, informaciones y actitudes.
Bibliografía:
Williams Raymond 1992: “Introducción” en Introducción a la Historia de la Comunicación Social .Vol.I. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 19-43.
Williams Raymond 1992: “Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales” en: Historia de la comunicación. Vol. II. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 181-209.
Williams, Raymond 1980 [1977]: Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
Williams, Raymond 1994 [1981]: Sociología de la cultura. Barcelona: Paidós.
Williams, Raymond 2011: Televisión: tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós.
Williams, Raymond 1975:The Long Revolution. Londres: Penguin.
Ficha de cátedra: “La opinión pública
digital”
Elaborada por la Dra. María Marta
Luján en base al texto La revolución
silenciosa de Mercedes Bunz. Buenos Aires: Edit. Cruce, 2017. Capítulos
4-5.Pags. 75-112
De las masas y cómo se las produce
En el sitio donde nació la democracia
ateniense, los arqueólogos hallaron
acumulados trozos se arcilla y piedras de colores. Según pudieron
reconstruir, con ayuda de esas piedras se tomaban decisiones democráticas en la
asamblea popular, la ekklesía. Para
registrar esa articulación complicada de la voluntad de los atenienses, se
necesitaban instrumentos. De manera que, desde el comienzo mismo, la
comunicación y la tecnología, en un sentido amplio, tuvieron un papel decisivo
en la democracia. Como vimos en la materia, su influencia cambió y se
profundizó aún más con el surgimiento de los medios masivos modernos. Primero
los periódicos nos convirtieron en naciones de lectores informados y después,
con la televisión, donde tienen lugar debates que deciden a veces elecciones,
se acuñó el concepto de democracia de medios. Actualmente, los medios digitales
se disponen a transformar una vez más la democracia. ¿Cómo sucede esto?
Que la digitalización
ejerce una influencia considerable sobre la política es algo que se puede
reconocer, por ejemplo, en el éxito del Partido Pirata, que en Alemania está
registrado desde 2006 y que se hizo más reconocido en la opinión pública en las
elecciones parlamentarias de 2009 cuando obtuvo un 2% de los votos. Gracias a
los Piratas se colocan en la agenda temas digitales y nuevas formas, más
directas, de participación y formación de la voluntad. Siguiendo su consigna
electoral de “Acceso libre y conocimientos para todos”, los miembros del
partido practican una política de democracia de bases. De todos modos, las
transformaciones que trae aparejadas la digitalización son mucho más profundas
que el ruido mediático en torno a este partido. Hoy en día, por ejemplo, los
gobiernos ya no necesitan consultar la prensa para interactuar con la opinión
pública, a diferencia de los que ocurría en tiempos del periodismo impreso. En
la era analógica, los reporteros hacían el arduo trabajo de recoger la opinión
pública en la calle y resumirla en un informe. Ahora los políticos pueden
consultar directamente a la opinión pública por internet. Como ejemplo, la
autora cita el caso de la página web Opinion
Space, lanzada en 2010 por el Departamento de Estado de los Estados Unidos,
en la que los usuarios podían manifestar directamente su opinión sobre asuntos
políticos importantes. La plataforma, que Hillary Clinton elogió como “un
instrumento de política del siglo XXI”, fue desarrollada por el Centro de
Medios de la Universidad de California. Lo interesante es que la plataforma no
se limita a reproducir las opiniones políticas, sino que contribuye a
moldearlas. Para ablandar los opuestos irreconciliables, no se consulta la
opinión recurriendo a posibilidades de respuestas ya establecidas. En lugar de
consultar bipolarmente la aprobación o rechazo de algo, se usa un regulador
móvil gráfico que admite zonas grises, y por lo tanto nuevas complejidades. A
diferencia de la época industrial, cuando el espectro político- desde el
parlamento hasta los partidos políticos y la prensa- estaba ordenado estrictamente de izquierda a
derecha, en Opinion Space no se
apuesta a la oposición sino a la discusión entre usuarios. El New York Times diseñó poco después un
sistema similar. Se observa con claridad que la opinión pública se transforma y
las posibilidades técnicas, el diseño y la política se imbrican, porque los
algoritmos transforman la comunicación entre la política y la población. Los
algoritmos generan otras posibilidades y permiten exponer las opiniones de la
masa de una manera más diferenciada. En consecuencia, el componente técnico de
la comunicación no es políticamente neutro. El medio no se limita a transmitir
contenidos. Aunque el medio no es el mensaje – a diferencia de lo que observó
McLuhan-, el medio fija el marco de los mensajes y las opiniones que son
posibles. Y con la digitalización se está desarrollando un nuevo marco: la
digitalización posibilita una producción y una presentación más estratificada
de las masas. Se nos impone, entonces, la pregunta por la relación entre la
estructura técnica de un medio y la formación social que la rodea. En la tesis
de Habermas, por ejemplo, el rol de la técnica tiene un papel secundario. Hoy
en día, los lectores son, por el contrario, parte de una masa que está
explorando nuevas posibilidades con ayuda de los medios digitales.
No es novedad en la
historia que las personas quedan integradas en nuevas asociaciones por la
técnica. Facebook no es el primer país sin territorio. Ya los periódicos
produjeron una masa humana que no necesitaba reunirse en un lugar. Antes del
siglo XIX y de las innovaciones técnicas que cambiaron la prensa, las personas se
comunicaban unas a otras lo que creían en las conversaciones; a partir del
momento en que el periódico se convirtió en un medio masivo, ya no fue
necesario que sus lectores, reunidos en una masa virtual, se conocieran en
persona. Ahora leían lo mismo rápidamente. Mientras las condiciones de trabajo
de la industrialización desgarraba a las familias, la prensa a vapor vinculaba
en forma masiva a las personas con tiradas cada vez más frecuentes y grandes.
En 1817, el Times se convirtió en un
periódico de opinión independiente que fue el primero en aspirar a informar por
encima de las diferencias de clase. Con ese fin, empleó una red de
corresponsales distribuidos en todo el país, que recogían las opiniones de los
miembros de distintos estamentos. El Times
se fijó la meta de ser portavoz de
la opinión pública. Fueron medios independientes como este diario los que le
dieron al público ojos y oídos, pero también una voz, y constituyeron así un
contrapeso de las estructuras de poder.
En el curso de la
digitalización, la voz pública vuelve a
transformarse radicalmente, porque en la era de los medios digitales la masa ya
no necesita a los periodistas para hacerse oír. Las opiniones que antes
recogían los periodistas son difundidas ahora por un número enorme de usuarios
individuales directamente en blogs y en redes sociales como twitter o facebook.
Todos los días se publican en plataformas como estas mucho más de mil millones
de comunicaciones. Puesto que la gente a la vez también describe lo que sucede
a su alrededor, esta nueva opinión pública puede comunicar las noticias más
rápido que cualquier periodista. Un usuario puede documentar un hecho e incluso
fotografiarlo y hacerlo circular al instante, es más que un observador, un
testigo o una mera fuente periodística. El triunvirato de los medios compuesto
por la prensa, la radio y la tv, se ve desafiado ahora por internet.
En los años sesenta
Jürguen Habermas describe el primer gran cambio estructural de la opinión
pública: a comienzos de la edad Moderna la opinión pública representativa de
las épocas del feudalismo es sustituida por una opinión pública burguesa, que
está compuesta por “personas privadas” reunidas “en calidad de público” y
constituye una aglomeración democrática de voces diferentes. Estas voces son
representadas por el periodismo, que critica y controla el poder político. El
cambio que se está produciendo hoy representa una cesura similar: además de la periodística,
aparece otra opinión, publica, una opinión pública digital. Pero tanto la
política como el periodismo se muestran inquietos por el recién llegado. En
especial, en los círculos periodísticos se propaga el malestar. Los cronistas
ven amenazada su función por la opinión pública digital, lo cual es
perfectamente comprensible, porque el periodismo libre e independiente está
estrechamente entretejido con el sistema político de la democracia; en la
democracia los periodistas no solo le proporcionan a la población los conocimientos
necesarios para que puedan tomar una decisión el día de las elecciones, también
funcionan como una suerte de órgano que controla a los poderosos. El propio
trabajo periodístico está sujeto a determinados mecanismos que aseguran su
calidad, que se basan en reglas claras y se rigen por una ética específica de
la profesión. El núcleo lo constituye el imperativo de informar conforme a la
verdad: los reporteros y redactores están obligados a informar con precisión,
imparcialidad y honestidad.
Con el nacimiento de la
nueva opinión pública digital, la “Iglesia llamada periodismo” pasa a estar
bajo presión. Muy a su pesar, los periodistas tienen que resignar su rol
exclusivo de guardianes de la opinión pública; su liderazgo absoluto de opinión
tambalea. Ya la sola masa de contenidos en la web muestra que los medios
establecidos han dejado de ser el órgano central, indiscutido, de la opinión
pública que informa. Alguna vez estuvo reservado a los periodistas investigar
noticias e historias que eran de interés general. Chequeaban datos y reunían
información que luego su periódico o emisora publicaba en forma de noticias. A
comienzos del siglo XXI, cualquiera puede investigar y publicar noticias.
En este punto, las
innovaciones técnicas tienen una importancia decisiva: con el perfeccionamiento
de los algoritmos, el teléfono móvil, nuestro compañero perpetuo, se transformó
en un aparato de registro a tomar en serio, con acceso a internet y cámara;
cualquiera que tiene un smartphone
puede filmar material potencialmente valioso, y convertirse así en una fuente
periodística: el lector, espectador u oyente antes pasivo deviene así un posible
ojo útil para los periodistas profesionales. Se produce lo que la autora
denomina registro repartido de un
acontecimiento y que se ha vuelto
normal con la popularización de las cámaras digitales de alta resolución en los
teléfonos móviles. Ya no estamos solo en condiciones de testimoniar sobre lo
que hemos visto en forma consciente, también podemos consultar los medios que
llevamos con nosotros para averiguar cosas que se nos escaparon en un primer
momento. Los medios digitales se suman así a la percepción inmediata como una
suerte de segundo testigo. El acceso al material registrado es mucho más simple
desde que los recursos digitales les simplifican a los usuarios la tarea de
publicación. Las plataformas de blogging hacen que publicar una película, un
texto o una foto en internet sea tan sencillo como enviar un mail. Basta con
decidirse por uno de los diseños preestablecidos y encontrar un nombre que
todavía no haya sido usado y ya se puede empezar. Si al comienzo el fenómeno
del blog estuvo reservado a la elite internauta, los llamados early adopters, a partir de 2001 se
inició un proceso que el teórico de los medios Geert Lovink ha denominado
masificación de la blogósfera y que se intensificó aún más con Facebook, Twitter
y otros microblogs. Ya ni siquiera es necesario poder escribir un texto
coherente o tener algo importante que decir. Alcanza con una frase sobre cómo
se siente uno, a lo que quizás se le agregue rápidamente un enlace o una foto,
y listo el aporte a Internet. Lo que
antes era un privilegio de los periodistas (la posibilidad de dirigirse a un público
geográficamente disperso) ahora puede hacerlo cualquiera.
Aunque en términos
cuantitativos hoy en día haya muchos más particulares blogueando, tuitiando, o
posteando en redes o foros que reporteros de periódicos o redactores de
televisión, los primeros constituyen un tipo completamente distinto de masa o
público. Mientras que las instituciones mediáticas de la era industrial le
suministraban a la opinión pública noticias en gran medida homogéneas, la
opinión pública digital está compuesta por unidades fragmentadas: los amigos de
Facebook, los seguidores de Twitter, los lectores de blog. El público de
Internet se compone, por lo tanto, de distintas minimasas; como dirían Guattari
y Deleuze, “manadas”: se trata de unidades dispersas, de grupos pequeños y
voces individuales, que tienen vínculos débiles entre sí, se encuentran en
constante metamorfosis y se mueven en distintas direcciones.
Cuando esta opinión
pública en red, diferenciada en sí misma, apareció por primera vez para
comunicar su visión de las cosas, para comentar noticias o para corregirlas,
para expresarse en blogs y tuitiar su opinión, la reacción de muchos
periodistas fue de confusión y rechazo. De todos modos, no son los únicos de
quienes se apodera una sensación desagradable: también muchos ciudadanos se
preocupan: ¿No bajará el nivel de la información si cualquiera puede publicar?
Después de todo, los bloggers, a diferencia de los periodistas, no están
obligados a reproducir el estado de cosas con precisión; el compromiso
autoimpuesto con los hechos, al que presuntamente se atienen los medios
masivos, no rige para los productores de la opinión pública digital. ¿No queda
borrado así de manera irremediable el límite entre las noticias serias y las
meras manifestaciones de opinión? ¿No influye sobre el periodismo que en las
redacciones todavía haya que investigar mientras que en los blogs ya se están
difundiendo todo tipo de rumores? ¿No son los buscadores, los medios sociales y
blogs simples parásitos de las emisoras y los periódicos establecidos, cuyos
materiales enlazan con hipervínculos, comentan, siguen urdiendo, sacándoles el
trabajo a los empleados de la prensa escrita y la radio? ¿Se corre el peligro
de que la opinión pública digital tiente al periodismo clásico a volverse más
ruidoso, más simple o más tonto?
La respuesta a estos
reparos ha sido que la vociferación, la publicación de rumores insostenibles,
el plagio de artículos, etc., han existido siempre. Y que el temor de que el
público se fragmente, tampoco es algo radicalmente nuevo. El periodismo
tradicional también apunta a públicos muy diferentes. Si la opinión pública en
ese sentido ha estado siempre fragmentada, ¿cuál es entonces el problema con
los nuevos medios digitales? ¿Por qué la opinión pública digital parece
amenazar tanto la opinión pública periodística nacida con la industrialización?
La razón de este malestar
es la separación de dos aspectos que en la era de la opinión pública
periodística tradicional todavía estaban unidos. Hannah Arendt lo destaca en su
texto La condición humana. Arendt
constata que lo público, por una parte, tiene que ser accesible para todos –algo es público cuando aparece y lo “ven y
oyen otros al igual que nosotros”- pero por otra parte también tiene que ser relevante para todos. Es decir: los
temas deberían mantener unida a las personas
por el interés en el mundo común. Estos dos aspectos estuvieron
inseparablemente unidos hasta fines del siglo XX: en las sociedades
industriales occidentales los medios masivos producían las noticias en primer
lugar para que todos las oyeran o las vieran, y sobre todo las entendieran; con
lo cual, en segundo lugar, pretendían ser relevantes para todos, o al menos
entretenidas, y en consecuencia, interesantes. Hasta hoy en día no es
infrecuente que nuestros medios masivos pongan en práctica estos aspectos
–accesibles para todos, relevantes para todos- de una manera que nos obliga a
advertirles que no deben perderse sin pudor en el mínimo común denominador y
simplificar nuestro tan complejo mundo desmesuradamente. Pero durante la
digitalización estos dos aspectos comenzaron a separarse. Gracias a las nuevas
posibilidades de publicación en el espacio digital algo puede ser oído o visto
potencialmente por todos, sin que eso signifique, en absoluto, que se lo
produce para ser relevante para todos. La nueva e indescriptible facilidad para
publicar ha llevado a que el espacio público “Internet” sea usado con
frecuencia para intercambiar tonterías. La opinión pública, cuya tarea era
antes el control del poder social y
político, se llena de pronto de un caos de voces que pululan desordenadamente,
donde , al lado de observaciones penetrantes, encontramos todo tipo de absurdos
superfluos. Catbloogging es el nombre
que recibe este fenómeno que se produce cuando la gente publica algo aunque no
tenga nada importante para decir.
Por otra parte, la nueva
sociedad de la publicación trae aparejado un problema serio: con el avance
incesante de la fragmentación se corre el peligro de que cualquiera pueda ser
oído potencialmente, pero que nadie
sea escuchado efectivamente. Es una
paradoja que en la nueva sociedad de la publicación el individuo amenace
desaparecer en las masas de aportes individuales, porque publicar se vuelve un
asunto radicalmente privado, y pierde así su pretensión pública.
Es precisamente por eso
que una sociedad abierta, pero fragmentada, necesita el periodismo profesional:
en primer lugar, porque el periodismo profesional genera el fondo común de
datos. Es la interfaz en la que negociamos qué debe considerarse relevante para
todos. En segundo lugar, está dotado de cierta credibilidad y confiabilidad
porque está sujeto a una ética periodística propia que le impone la carga de la
responsabilidad social. En tercer y último lugar, el periodismo no solo está en
el centro de las confrontaciones sociales. En un mundo digital, donde la
sobreabundancia de información se ha vuelto algo normal, al periodismo le cabe
también la importante función de ser una instancia orientadora.
La
digitalización de la prensa
La digitalización
representa un desafío histórico para el periodismo por lo menos en tres
sentidos: en primer lugar, transforma el modo en que se distribuyen sus productos, lo cual aumenta al
mismo tiempo el alcance de esos productos. En segundo lugar, se hace necesario
rediseñar el modelo de negocio con el que funcionaban en el pasado la edición
de diarios y las emisoras. Y en tercer lugar, también se transforman, en vista
del nuevo alcance, la tarea informativa y el rol del periodismo en sí.
En relación al alcance, la
digitalización aumentó el alcance del periodismo por dos vías. Por un lado, si
hablamos de los productos de la prensa, ahora, lisa y llanamente, llegan a más
personas, gracias a la oferta en línea de los diarios, a los nuevos soportes y
aplicaciones que se suman a las tiradas impresas. Por otro lado, las marcas no
solo llegan a más lectores u oyentes, sino que la gente además les dedica cada
vez más tiempo; esta nueva omnipresencia transforma el comportamiento con los
propios contenidos de los medios: ese comportamiento se ha vuelto literalmente
multimedial. Si antes de la digitalización las personas siempre consumían una
cosa por vez, ahora hacen una búsqueda rápida en línea mientras están hojeando
el diario, o conversan en una plataforma social sobre lo que están viendo en
televisión. Es decir que no se puede decir que los nuevos medios hayan
sustituido a los viejos, más bien coexisten, y también se los usa en forma
paralela. Esta es una transformación a la que también tendrán que adecuarse los
periodistas: si antes redactaban sus artículos o hacían el montaje de sus
programas teniendo en cuenta, en primer lugar, un grupo destinatario, ahora
también tienen que considerar la situación de recepción de sus trabajos.
Modelo de negocio: Ante el
cambio digital, los periódicos no pueden seguir financiándose solo con los
abonados y los avisos. También la radio y la televisión han perdido parte de
sus ingresos por publicidad a manos de Internet. El conglomerado británico Reckitt
Benckiser fue una de las primeras empresas en animarse, en 2012, a introducir
un nuevo producto de limpieza exclusivamente por medio de una campaña en
facebook. En lo que respecta a las nuevas posibilidades publicitarias, los
clientes con los que se venía cooperando en el sector de la prensa gráfica
resultaron ser, para decirlo coloquialmente, unos infieles: en lugar de
publicar sus anuncios en las nuevas ediciones en línea de los periódicos,
privilegian nuevas posibilidades digitales como la publicidad en buscadores,
utilizan los nuevos medios sociales como plataforma, o directamente desarrollan
un sitio web propio con aplicación para smartphone incluida. Otra fuente de
ingresos para el periodismo digital es hoy la difusión, organización y venta de
talleres, eventos y conferencias.
La omnipresencia de los
medios digitales modificó las rutinas
diarias de los periodistas cuando hubo que subordinar los procesos de trabajo
en las redacciones al grito de guerra “Digital First!” y mantener actualizado
el sitio web del periódico en forma permanente, porque en definitiva los lectores
o usuarios de la red quieren informarse principalmente sobre los últimos
acontecimientos. En un segundo paso se invitó al propio público a aportar
hallazgos interesantes, fotos o comentarios. Por ejemplo, después del terremoto
que sacudió a Haití, los aportes de los espectadores, revisados críticamente
por los redactores, constituyeron un componente importante de la tarea
informativa: apenas pasado el terremoto los usuarios enviaron los primeros
informes desde el lugar de la catástrofe, que entre otras cosas permitieron que
las fuerzas de salvataje se formaran una idea más precisa de las zonas que en
un principio eran inaccesibles. The
Guardian fue más lejos, al incluir a sus lectores directamente en el
trabajo de investigación y en el análisis de fuentes, un procedimiento que en
la actualidad se denomina crowdsourcing.
Como conclusión, podemos
decir que la ética periodística y los estándares profesionales no son
obsoletos, el progreso técnico incluso ha ampliado su área de aplicación.
Considerados en términos históricos, los periodistas siempre han sido también
una suerte de órgano de control del poder, o de los políticos cuyo poder el
pueblo ha legitimado al elegirlos. Pero la digitalización nos muestra ahora que
no solo hay que vigilar a los políticos, sino también a la propia tecnología,
porque el nivel técnico de los instrumentos comunicativos tiene un papel
central en la constitución de las masas políticas. Con el perfeccionamiento del
protocolo de internet, con la neutralidad de la red y las plataformas que se
basan en ella, que millones de usuarios utilizan como un lugar de formación de
opinión, como un living ampliado, como mercado o para administrar sus datos en
“la nube”, surge la necesidad de instancias independientes que observen,
expliquen o eventualmente critiquen tales innovaciones. ¿Quién sabe de verdad
hasta dónde examinan y administran nuestros datos las empresas? ¿Quién tiene
siempre presente el modo en que los algoritmos deciden en una búsqueda qué
resultados aparecen en primer lugar en la lista y cuáles ni siquiera aparecen?
¿Quién garantiza que no haya ciertas informaciones que desaparecen mientras
otras resultan favorecidas? También aquí se abre un nuevo campo para los
periodistas.
A la opinión pública
periodística se le suma ahora una nueva opinión pública, digital, que también
responde a valores éticos. ¿Cuál es su rol? ¿Puede ser la nueva instancia que
observe críticamente a los medios establecidos, que han adquirido cada vez más
poder e influencia en la sociedad de medios?
En el pasado, entre la
política y la prensa imperaba una suerte de equilibrio de poder, aún cuando los
actores políticos en cierto sentido tuvieran una ventaja porque reglamentaban
la libertad de prensa. En algunos casos influían por medio de la radiodifusión
pública sobre los procesos de formación de opinión en la población, al menos de
manera indirecta. Sin embargo, con el surgimiento de las modernas democracias
de medios ha habido un desplazamiento de las posiciones: los políticos siempre
quieren que sus actos sean mostrados bajo una luz positiva; al mismo a tiempo,
el sector mediático se ha convertido en un campo de negocios y los zares se
afanan por ampliar su empresa, y aspiran, en consecuencia, a obtener una
regulación política que los favorezca. La política y la prensa tienen un grado
de interdependencia desconocido hasta ahora.
Surge un conflicto de intereses del que también un público relativamente
amplio comenzó a tener conciencia. ¿Podemos garantizar que se mantenga hoy una
distancia crítica entre la política y los medios? En el pasado era la
competencia entre los medios de comunicación la que aseguraba la información
crítica. Pero eso no es algo que esté garantizado en una época en la que los
grandes consorcios como los de Murdoch o Berlusconi no paran de crecer y
aumenta la influencia de empresas orientadas a la rentabilidad. ¿es posible que
le quepa aquí una nueva tarea a la opinión pública digital? ¿Puede sumarse como
órgano de control?
El medio central de la
nueva opinión pública, la opinión pública digital es Internet, lo cual no
sorprende a nadie. Internet posibilita una reedición digital de la evolución
que experimentó el público compuesto por lectores de periódicos en el siglo
XIX: en Internet las personas pueden reunirse sin tener que confluir en un
lugar físico. No obstante, muchos observan de manera crítica las posibilidades
de organización que esto trae aparejadas, porque la noción de masa no goza de
buena fama, definida como aglomeración de personas desprovistas de sentido
crítico y fácil de manipular. No obstante, las posibilidades de procesar y
difundir la información digitalmente liberan nuevos potenciales que podrían
modificar de modo sustancial nuestra concepción de la masa.
Desde que la información
se puede facilitar y consultar en línea en cualquier parte del mundo, no solo
es posible que las personas se mantengan informadas todo el tiempo sino
también, a la inversa, que transmitan in
situ sus propias impresiones de una situación. Proyectos como la
enciclopedia en línea Wikipedia muestran lo efectivo que puede ser el
conocimiento reunido colectivamente. Fenómenos como los flashmobs, como se denomina a las concentraciones humanas
convocadas por la web (Ni una menos) prueban que la multitud que se reúne en
forma anónima en Internet es capaz de una cooperación que supera con creces el
intercambio de los lectores informados de la prensa escrita. Rápidamente, la
masa volvió a ser una estrella mediática, y empezaron a dedicarle libros. Ya no
se tematizan sus déficits, sino su excedente cognitivo y la sabiduría de la
multitud; se invocaron las comunidades virtuales y con ellas, el cambio que se
produce cuando las personas confluyen. El mensaje es que hoy en día las masas
ya no son nada más que un montón de sujetos desindividualizados que siguen a
ciegas las órdenes de otros. En lugar de eso, comparten conocimientos, los
organizan y los difunden. Si en el curso de la digitalización detectamos nuevos
aspectos en la masa y le atribuimos conocimientos, no es porque los humanos hayamos
cambiado. Son más bien las funciones básicas de la tecnología las que han
cambiado, lo que han posibilitado otra organización y otro tipo de masa.
Para entender la opinión
pública digital es necesaria una mirada comparativa con la difusión de la información
en la era industrial: el ferrocarril permitió que las editoriales
periodísticas, que hasta entonces tenían un alcance regional, ampliaran su
círculo de lectores. Antes, los repartidores recorrían las ciudades pedaleando
a toda velocidad pera vender los periódicos, pero con el tren también fue
posible llevar las últimas ediciones a las localidades más alejadas. Al igual
que los poderes coloniales europeos, empeñados en ampliar su influencia, los
periódicos comenzaron a expandirse. Reunir individuos de diversas regiones de
un país para conformar un público era una empresa cara y riesgosa. Las grandes
editoriales dominaban la actividad informativa. Las voces críticas, que no
estaban comprometidas con el mainstream,
tuvieron dificultades para hacerse oír. Las editoriales más pequeñas, con una
pequeña dotación de capital, no podían producir para un público más o menos
amplio. La consecuencia del despliegue mediático fue, por lo tanto, que la
formación de opinión pública a través de los diarios no fuera especialmente
democrática.
Todo esto empezó a cambiar
con el surgimiento de una opinión pública digital. Hoy no son necesarios
costosos canales de distribución para llegar a un público. Por el contrario,
con una amplitud de banda suficiente el contenido está disponible en cuanto el
usuario accede a una determinada dirección de Internet. (Para él, el acceso a
la dirección y la transmisión de los datos son prácticamente simultáneos).
Además, gracias al sistema común de direcciones, cada uno puede acceder a todas
las ofertas abiertas de Internet y estar conectado potencialmente con todos los
otros usuarios de la red. La difusión masiva de información y opiniones ya no
está dominada por las grandes empresas de medios, que son las únicas que pueden
permitir los canales de distribución costosos.
El
archivo del presente
En nuestro pasado
analógico siempre se podía saber más sobre un momento histórico que sobre el
presente. Por ejemplo, cuál era la situación de la industria automotriz o de la
nutrición a fines de la Primera guerra mundial; esta clase de información se
puede hallar en forma de estudios históricos en las bibliotecas. Una
concentración similar de conocimientos sobre el presente, en cambio, era lo algo de lo que como máximo podía disponer
el presidente de los Estados Unidos, con su ejército de asesores y expertos.
Esto comenzó a cambiar con la difusión de Internet. En blogs y redes sociales
se puede seguir la marcha actual de las cosas en todo el mundo. Con estos
registros innumerables se ha desarrollado algo que podemos denominar archivo
del presente: un espacio medial en el que reproducimos el acontecer actual.
Así como el archivo
histórico es una instalación para el registro sistemático de documentos, los
sistemas técnicos de Internet son instalaciones para el registro y conservación
de información sobre el presente. Un rasgo característico de la sistemática de
los espacios del World Wide Web es, por ejemplo, que todas las páginas están
unívocamente ordenadas por la URL (Uniform Resource Locator, Loclaizador
Uniforme de Recursos) en un índice de direcciones. La documentación del
presente tiene su propia sistemática en
Internet. Igual que una masa de libros de la Biblioteca Nacional, el contenido
que se ofrece en Internet es inabarcable, y para los usuarios individuales es
imposible de rastrear. Pero no está ordenado en pasillos con estanterías sino
según otra estructura básica, que está vinculada con una lógica de atención
medial propia: a diferencia de los libros que colocamos en las estanterías el
contenido en Internet se deposita en nichos semánticos.
Hasta ahora, estábamos
familiarizados sobre todo con la lógica del periodismo, cuyo norte es por
principio el acontecimiento. Sobre el acontecimiento se informa como novedad o
en el marco de un aniversario y, lo que no cabe en una de esas dos categorías
no la tiene fácil en los medios clásicos. La opinión pública digital en cambio,
es impulsada sobre todo por los intereses de los usuarios. En virtud de la
lógica de atención de la opinión pública digital, guiada por el interés, las
fecha de vencimiento de las noticias se ha prolongado en tiempo considerable,
al menos en Internet. Por eso, a los usuarios de las nuevas ofertas digitales
ya no les preocupa perderse algo: “Si una noticia es realmente importante ya me
encontrará”.
Lo
que cuenta el coro de voces
Antes de publicarla como
noticia o archivarla como hecho, es necesario chequear la información. Es lo
que hacen los periodistas o los historiadores, por ejemplo, que hablan con
testigos o revisan documentos que a su
juicio constituyen fuentes creíbles. En
cambio, la cantidad de información que el archivo digital del presente amplía
sin cesar se evalúa de otro modo: la información que proviene de Internet se
considera un hecho cuando muchos enunciados describen lo mismo con
independencia unos de otros. Los relatos que se repiten y provienen de
distintas fuentes son el criterio central para la verdad de los contenidos
digitales. Un ejemplo es el tratamiento medial en torno a la revolución en
Egipto en 2011. Durante las protestas contra el entonces presidente Hosni
Mubarak, jóvenes egipcios enviaban por twitter, directamente desde el lugar de
los acontecimientos, mensajes breves en los que informaban sobre los sucesos
que se estaban desarrollando a un público internacional, que dominaba el inglés
y residía en el extranjero. En un momento en que prácticamente no hay otra
información disponible, estas impresiones personales documentan los
acontecimientos para un público amplio. En los mensajes se perfila un mundo
común, y precisamente porque descubrimos elementos en común en los distintos
informes, que son independientes entre sí y han sido redactados desde
perspectivas individuales, tenemos la impresión de que algo está ocurriendo
efectivamente. Al mismo tiempo, los tuits trascienden lo que conocemos como la
clásica información en vivo. No es un reportero el que captura los
acontecimientos. Estas personas cuyos breves mensajes leemos son parte del
acontecimiento. No están comunicando lo que les sucede a otros sino lo que les
hacen a ellos, y convierten a sus lectores en testigos.
A diferencia de la
pretensión del periodismo clásico de informar con objetividad, aquí se muestra
otra forma de la verdad: la inmediatez y no la objetividad periodística, es la
cualidad que distingue a la opinión pública digital. Esta inmediatez de la
vivencia descripta nos permite participar emocionalmente de un acontecimiento,
aún cuando no estemos presentes, mientras que la pluralidad de voces a la vez
nos permite evaluar lo que está ocurriendo in
situ sobre la base de las descripciones hechas desde diferentes
perspectivas. De manera que si la masa reunida como opinión pública digital es
calificada de inteligente, no se debe solamente a que se puede informar a sus
miembros en cualquier parte. También se debe a que todo el tiempo es necesario
que procesemos activamente la información para establecer qué puede
considerarse “verdadero” en el archivo del presente. La pluralidad de la
información comunicada desde distintas perspectivas exige que nos hagamos una
idea propia de los acontecimientos. Esta integración activa de los
destinatarios es una característica central de la opinión pública digital.
Una tendencia similar se
puede reconocer en el llamado periodismo de datos. En este caso, lo
característico es que los documentos se publiquen sin procesar, y de esa manera
se les permite a los lectores tener una
mirada genuina sobre los acontecimientos pasados. La puesta a disposición de
este tipo de documentos originales y la consiguiente exploración activa por
parte de los usuarios posibilitan una comprensión de determinados
acontecimientos que es mucho más amplia de lo que jamás hubiera podido ofrecer
la tarea informativa clásica del periodismo. Fue el caso de Wikileaks, que
capturó la atención de la opinión pública mundial al dar a conocer documentos
sobre las guerras de Irak y Afganistán clasificados hasta entonces como
secretos. Lo singular de Wikileaks
consistió en que el sitio web, activado en 2006 bajo la dirección de Julian Assange, no se dedicó solamente a reunir,
chequear y publicar documentos sobre un tema determinado, sino que por primera
vez se ocupó de casos de todo el mundo que tenían relevancia para la opinión
pública. Con su procedimiento, “la primera organización de noticias sin
Estado”, le agregó una dimensión completamente nueva al significado del
concepto de “fuente”; más que un testigo humano, la fuente ahora se aplica
también al material original, que habla por sí mismo. Con los documentos
facilitados los lectores están en condiciones de echar una mirada al interior
del poder o del escándalo, sobre el que ahora –gracias a los documentos
disponibles- se pueden formar un juicio propio.
Lo que antes solo hacían
los periodistas, que sintetizaban las diferentes perspectivas en una historia
concluyente y descartaban la información falsa, es algo que ahora deben hacer
los propios usuarios. Por lo tanto, la masa de la opinión pública digital, ya
no se compone de receptores pasivos; los medios digitales obligan más bien a su
público a activar el entendimiento propio, a averiguar por su propia cuenta qué
es verdadero sobre la base de lo que se enuncia, y a justificar después esa
apreciación frente a otros.
Esto muestra que la masa
de la opinión pública digital es de una cualidad muy distinta de la que
caracterizaba a la opinión pública industrial. Pareciera que con la
digitalización entramos en una segunda fase de ilustración y emancipación, en
la que después del individuo ahora también la masa se ordena bajo la sentencia
del sapere aude kanatiano: “Atrévete
a servirte de tu propio entendimiento”.
Los estudios culturales ingleses incluyen pensadores como Raymond Williams, E. P. Thompson, Stuart Hall, Richard Hoggart, entre otros. El contexto en el cual emergen los Estudios Culturales ingleses contemporáneos se remonta al momento de la posguerra, cuando se producen importantes cambios culturales, económicos y políticos propios del Estado de Bienestar en Inglaterra. La expansión de las oportunidades de la educación luego de la guerra y la extensión de la educación de los adultos tuvieron efecto sobre las clases subalternas que no habían heredado la tradición intelectual. Justamente, Williams, Hoggart y Hall trabajaron en la educación para adultos. Esta circunstancia motivó un interés creciente por comprender las formas de la vida diaria, el estudio de la cotidianidad, en la cual parecen encontrarse los rasgos de una cultura persistente de la clase trabajadora frente a la creciente expansión de la cultura de masas o mercado.
Williams proviene de la clase obrera y también dedica sus años de inicio intelectual a la educación de adultos como tutor para la Universidad de Oxford.
Los aportes de Raymond Williams a los estudios de la comunicación se vinculan, fundamentalmente, a su postura superadora en relación a una historia de la comunicación centrada en las técnicas, las herramientas o aparatos, que él concibió como un “determinismo tecnológico”, y que lee la evolución humana en términos de desarrollo de los avances tecnológicos. (Propuesta de Marshall Mc. Luhan). Tal postura adscribe a la tecnología un conjunto de intenciones y efectos independientes de la Historia.
A contrapelo de esta tradición en los análisis de los medios, Williams sostiene que el desarrollo tecnológico encuentra su espacio sólo en la medida en que se vincula con el orden social de una época; responde a ciertas necesidades sin las cuales tal desarrollo no se hubiera producido; a su vez, las nuevas modalidades comunicativas provocan efectos en las conductas de las audiencias, generan procesos sociales y culturales –su reproducción o transformación- que son variables a través de tiempo. El producto de esa relación (tecnologías sociedad/cultura/) es lo historizable.
Por ejemplo, cuando surge la escritura, surge una nueva técnica de la comunicación, otro medio para la transmisión de mensajes. Pero las contribuciones de la escritura no se quedan ahí, también aporta al desarrollo de la economía, permite cuantificar y registrar la producción. Desde este punto de vista, Williams señala que la escritura facilita “la identificación de mercaderías, el registro de tipos y cantidades de bienes, el cálculo de beneficios y pérdidas”.
La escritura, en su avance constante, desencadena cambios tecnológicos acordes a las transformaciones en los sistemas de comunicación (poco a poco, se desarrolla el barro, el papiro, el pergamino, el papel, y hoy la computadora). En este aspecto que atañe a los cambios tecnológicos, Williams hace una diferencia entre técnica y tecnología:
La técnica de la escritura es una cosa, pero la tecnología de la escritura implicó, no sólo el desarrollo de instrumentos y materiales de escritura, sino también el desarrollo de un cuerpo amplio de conocimientos, y especialmente de la habilidad para leer, que en la práctica, era inseparable de las formas más generales de organización social. (Williams, Vol. II, 1981:190).
En opinión de Williams, la escritura como sistema constituye:
…un paso trascendental en la historia de la humanidad. Nos permitió liberarnos, no sólo de las limitaciones del tiempo y del espacio en la transmisión de mensajes, sino también de las limitaciones de lo que un hombre podía pensar y recordar en la adquisición de conocimientos. (Williams, Vol.I, 1981:64).
La escritura permite al hombre que sus ideas - sin su presencia física - puedan llegar a otros hombres e intercambiarse, independientemente del espacio físico y del tiempo. En primera y en última instancia, la escritura hace que el hombre avance en su pensamiento.
Hoy estamos presenciando cambios trascendentales en los sistemas de comunicación, como lo fue en su momento la creación de la escritura, luego la imprenta, y en este siglo, la computadora. Aunque las Nuevas Tecnologías de la Información sean un componente vital, en última instancia, son una parte de la producción social, que es la que está sufriendo la gran transformación. De esto se deduce – según Williams- que “ningún adelanto tecnológico existe por sí mismo, sino que lo hace en función de las circunstancias en las que se encuentra inmerso”.
Para comprender los medios de comunicación, su tecnología y su producción, se debe historizar, se debe considerar su articulación con el conjunto específico de
intereses dentro de un orden social; tal articulación debe ser leída en sus cambios a través del tiempo.
Por ello, una historia material de la cultura y una historia cultural de la comunicación, deben restablecer los diferentes momentos culturales y sus “estructuras de sentimiento”;
El concepto de estructura de sentimiento sirve para caracterizar la experiencia de la cualidad de la vida en un tiempo y espacio determinado, es la cultura de un momento histórico particular, evoca un conjunto común de percepciones y valores compartidos por una generación. La estructura de sentimiento es una cultura vivida y experimentada por un grupo, sólo accesible a éste y con la posibilidad de ser observada con la ayuda del tiempo.
La Historia debe ser analizada como un proceso de cambio dinámico; las estructuras de sentimiento cambian históricamente y emergen formas dominantes pero también opositoras. El proceso histórico es siempre un proceso cambiante y en movimiento, considerando que las prácticas pueden ser dominantes, residuales o emergentes.
Lo dominante implica aquello que es caracterizado por los rasgos de un sistema cultural; lo residual es lo que ha sido formado efectivamente en el pasado, pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural (no sólo como elemento del pasado sino como un efectivo elemento del presente); lo emergente son los nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente.
Williams pone el acento en la noción de conflicto, diferencia y contradicción, hace hincapié en la capacidad humana de cambio por sobre sus determinaciones.
Su argumento de que una cultura está compuesta por un conjunto de relaciones entre formas dominantes, residuales y emergentes es un modo de enfatizar la cualidad desigual y dinámica de un momento determinado; representa un alejamiento de los análisis de épocas históricas donde los períodos o estadios de la historia se suceden unos a otros y cada época se caracteriza por un modo dominante o espíritu de tiempo. Cada época no sólo consiste en diferentes variaciones o estadios, sino que cada punto está compuesto también por un proceso de relaciones dinámicas y contradictorias en el juego de las formas dominantes, residuales y emergentes. Esto abre un espacio para analizar el rol que las identidades y los movimientos subversivos y de oposición desempeñan en la cultura dominante, y cuál es su eficacia para cambiarla.
Ni las relaciones residuales o emergentes existen de manera simple, “dentro de” o “junto a” la cultura dominante. Se verifican procesos de tensión continua, que pueden tomar tanto la forma de la incorporación, como de la oposición dentro de ella. Las formas residuales son diferentes de las arcaicas porque aún están vivas, tienen uso y relevancia dentro de la cultura contemporánea; representan a una institución o a una tradición que aún está activa como memoria en el presente, y puede tanto apoyar la cultura dominante como proporcionar los recursos para una alternativa o una oposición a ella. El surgimiento del extremismo religioso en diversas partes del mundo es un ejemplo de forma residual que desafía a la hegemonía del capitalismo liberal en Occidente.
Por ejemplo, mucho después del surgimiento de la escritura como medio, seguían desarrollándose prácticas de comunicación oral, que interactuaban con el texto escrito o lo utilizaban como fuente. Otro ejemplo lo constituye el periodismo escrito, una forma comunicativa residual pero activa, aún vigente en la época de internet.
La Historia material de la comunicación propuesta por Williams, se inscribe en el marco del materialismo cultural, un método de análisis desde el cual se intenta observar las implicaciones de la cultura dentro de procesos históricos y de cambios sociales. Desde esta postura, Williams discute al marxismo ortodoxo por distintas razones: la reducción de la superestructura a un mero reflejo de la base material, la abstracción del proceso histórico, la visión de las necesidades humanas como meras necesidades económicas y no sociales, la marginación de lo cultural dentro de la organización económica. Por su parte, Williams verá que todas las prácticas son sociales y que contienen elementos tanto materiales como simbólicos; señalará la importancia del componente material, la materialización de lo simbólico en la base de la vida material y de la experiencia social y, por lo tanto, su presencia dentro de las relaciones sociales y productivas. Su texto Marxismo y Literatura se puede ver como una respuesta al marxismo de la época, que tiende a privilegiar la base económica, a ver a la cultura como un simple reflejo y que constituye una visión mecanicista del cambio cultural.
Sin embargo, existe un vínculo entre materialismo cultural y materialismo dialéctico e histórico: el concepto de materialismo cultural es materialista porque sugiere que los artefactos, las instituciones y las prácticas culturales están, en cierto sentido, determinados por procesos “materiales”; es cultural porque insiste que no hay una realidad cruda y material más allá de la que sustenta la cultura, la cual, en sí misma, es material.
De esta manera, Williams acepta “la fuerza organizadora del elemento económico” pero enfatizando los problemas “superestructurales” como históricos, es decir, que no son reflejo de cierta estructura económica, sino más bien la interacción de elementos complejos, en donde conviven rupturas y continuidades e incluso autonomías limitadas.
Williams concibió al materialismo cultural como un método y como un término crítico; si bien no negó su origen y extracción marxista, fue insistente en el hecho de evitar nociones rígidas. El materialismo cultural se desarrolla a partir del materialismo histórico, pero es crítico respecto del determinismo económico, y, en particular, de la división jerárquica Base/Superestructura, por la cual las instituciones políticas, las formas culturales y las prácticas sociales se ven en tanto reflejos y están gobernadas por fuerzas o relaciones económicas. Williams destaca la necesidad de que se considere a la “base” y a la “superestructura” como un proceso que incorpora diferentes tipos de relaciones, más que como una estructura invariable. Subraya la importancia de desarrollar una teoría del poder y de la ideología que pueda abarcar una gama de formas de producción. Se pregunta, por ejemplo, por qué el pianista debe ser considerado menos productivo que el fabricante del piano.
El Materialismo cultural sostiene que toda la teoría de la cultura (no sólo la marxista) que presuponga una diferencia entre arte y sociedad, o literatura y contexto, o comunicación y economía, está negando que la cultura –sus métodos de producción, sus formas, instituciones y tipos de consumo- son centrales para la sociedad. Las formas culturales nunca deben verse como textos aislados, sino incorporados dentro de relaciones y procesos históricos-materiales que los constituyen y dentro de los cuales desempeñan una función esencial.
El argumento de Williams sobre que los medios de comunicación son esencialmente medios de producción, en lugar de estar subordinados a un proceso primario más “real”, es crucial para esta perspectiva. La comunicación humana (sean las formas naturales, como el habla, las canciones, la danza y el teatro o los medios tecnológicos) es socialmente productiva en sí, dado que es reproductiva; además, es similar a otros procesos productivos. Las tecnologías de producción cultural tienen una función crucial en la modelación de formas e instituciones culturales, pero no las determinan.
En cuanto a la comunicación y los medios, hay que considerar cómo la de Williams supera la visión canónica de la comunicación. Primero, la convencional (el modelo de Lasswell) caracterizada por una visión claramente lineal, por una perspectiva más “tensa” , en la que la comunicación se entiende como proceso de negociación e intercambio de significados, a través de los cuales interactúan las “realidades y personas dentro de culturas”, lo que permite la emergencia y producción de significados.
La noción de comunicación tiene en Williams una perspectiva materialista y cultural que renuncia a determinismos tecnológicos. La cultura posee una dimensión individual y colectiva de significados, valores, implica concepciones del mundo, formas de sentir y actuar, las cuales se encarnan en el lenguaje y se enmarcan dentro de las instituciones sociales concretas, determinadas por circunstancias materiales.
La historia de los medios de comunicación se relaciona con la historia de la producción cultural, la cual se encuentra vinculada a las condiciones materiales de las instituciones sociales, a las relaciones con distintas fuerzas de producción, a las formas sociales particulares y al desarrollo simbólico de la sociedad.
En su libro Historia de la Comunicación, Williams sostiene que “todas las sociedades dependen de los procesos de comunicación y, en un sentido importante, se puede decir que se fundan en estos”. También se refiere a los usos que el hombre ha dado históricamente a los sistemas de comunicaciones y expresa que “lo que ha alterado nuestro mundo no es la televisión, ni la radio, ni la imprenta como tales, sino los usos que se les da en cada sociedad”. Cuando reflexionamos sobre estos inventos - que nos demostraron ser eficaces -, estamos replanteando la forma de pensar la comunicación. Más específicamente, el intentar entender las comunicaciones siempre como una forma de relación social, y los sistemas de comunicaciones como instituciones sociales.
El interés creciente de Williams por el estudio de la comunicación y el universo tecnológico que lo constituye está presente tanto en el libro Comunications como en Televisión: tecnología y forma cultural. Una idea más o menos explícita recorre estos textos: la tecnología con que un determinado acontecimiento cultural (libro, obra de teatro, programa de televisión) es producido, impone o determina nuevas formas de expresión y de elaboración. Por lo tanto, el contenido está intrínsecamente relacionado con la estructura que lo produce. Justamente en este trabajo de 1974, focaliza su atención de modo específico en los programas de televisión, analizando la estructura tecnológica del medio y cómo ésta trabaja para determinar formas características de la televisión.
Su idea es aún más interesante cuando la vemos con mayor profundidad: Williams sostiene que más allá de las distinciones que se pudieran realizar entre programas a través de una guía, la difusión de Tv no está organizada sobre unidades discretas (programas). Argumenta que la multiplicidad de formas de programas no está diferenciada sino que está incorporada dentro de un flujo:
Lo que se ofrece, no es, en viejos términos, un programa de unidades discretas con una particular inserción, sino un planificado flujo, en el cual la verdadera serie no es la publicada secuencia de ítems de programas sino las secuencias transformadas por la inclusión de otra clase de secuencia, así que estas secuencias juntas componen el flujo real, la real broadcasting (difusión). (Williams; 2011: 120)
Finalmente, Williams admite que este proceder tecnológico de la televisión provoca efectos en las conductas de la audiencia, siendo esta relación variable a través del tiempo. En este análisis puede observarse cómo la crítica a lo existente y el reconocimiento de las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías son parte de un mismo movimiento en la propuesta de la creación de una cultura socialista. Como toda forma histórica, las modernas formas de la comunicación están sujetas al cambio
Los medios de comunicación aparecen en la obra de Williams como una de las instituciones modernas fundamentales y claves dentro de las formas y las relaciones de producción, no sólo en sus bases económicas y tecnológicas, sino en la producción y la distribución de sistemas simbólicos que se transmiten mediante ideas, imágenes, informaciones y actitudes.
Bibliografía:
Williams Raymond 1992: “Introducción” en Introducción a la Historia de la Comunicación Social .Vol.I. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 19-43.
Williams Raymond 1992: “Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales” en: Historia de la comunicación. Vol. II. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 181-209.
Williams, Raymond 1980 [1977]: Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
Williams, Raymond 1994 [1981]: Sociología de la cultura. Barcelona: Paidós.
Williams, Raymond 2011: Televisión: tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós.
Williams, Raymond 1975:The Long Revolution. Londres: Penguin.
Ficha de cátedra: “La opinión pública digital”
El concepto de flujo televisivo en Raymond Williams
Ficha
de estudio para las cátedras Cultura y
comunicación e Historia de la
comunicación, elaborada por la Dra. María Marta Luján
Fuente: Williams, Raymond, Televisión: Tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós,
2011
Privatismo móvil
En sus estudios sobre comunicación, Williams
enfatizó la subordinación de la tecnología al contexto social de su puesta en
práctica, lo cual constituye un factor determinante en el empleo que se le
asigna. Para él, la tecnología es dependiente de la compleja textura social y
política del mundo en el cual surge.
Desde su perspectiva, Williams nos revela que
resulta imposible realizar cualquier análisis serio de un hecho cultural (en
este caso la TV), sin alcanzar previamente un conocimiento cabal acerca de cuál
es su deber histórico. Hace casi cuatro décadas, nos advertía acerca del
desarrollo futuro de la TV, y si bien éste estaba atado a la tecnología, no
podía explicarse sólo por ella.
Williams repudia toda forma de determinismo
tecnológico. Rechaza los argumentos que afirman que las tecnologías tienen vida
propia, que emergen de un proceso de investigación y desarrollo inmaculado, no
alcanzado por las expectativas sociales ni los intereses políticos y económicos.
Rechaza de manera igualmente enérgica los argumentos que sostienen que las
tecnologías por sí mismas pueden determinar una respuesta social, que tienen
efectos y consecuencias determinantes, resistentes a las complicaciones e
incertidumbres de la sociedad y de la historia. En otras palabras, rechaza la
idea de caracterizar a la televisión como una tecnología, sin más. No puede
reducírsela únicamente a eso.
Como antes habían aparecido el telégrafo, el
teléfono y la radio, la TV surgió como una respuesta tecnológicamente sintética
a un conjunto de novedosas y radicales necesidades sociales, políticas y
económicas emergentes.
La industrialización y la modernización
habían creado nuevas demandas y nuevos desafíos: exigencias de orden, de
control y de comunicación. Las máquinas que en principio se idearon y
desarrollaron para dar respuestas singulares a exigencias principalmente
militares e industriales (la administración de los imperios y de los
ferrocarriles) terminarían desarrollándose de maneras inesperadas en
aplicaciones sociales y civiles.
Hacia las primeras décadas del siglo XX,
asistimos a un mundo de creciente individualización, atomización y
fragmentación; de corrientes de desplazamiento estructural de las poblaciones
del campo a la ciudad y desde la ciudad hacia los suburbios; de los movimientos
diarios de la fuerza laboral desde los hogares privados hasta los lugares de
trabajo públicos. La radio y la televisión, movilizadas dentro de una
dialéctica de aislamiento y participación, crearon e hicieron posible el “como
si” de una sociabilidad mediada dentro del marco de la comunicación. La
distancia entre los ciudadanos y los centros de decisión empezaron a resolverse
representativamente, a través de los medios de masas.
Socialmente, estos artículos se caracterizan
por las dos tendencias aparentemente paradójicas, y sin embargo profundamente
conectadas entre sí del estilo de vida industrial urbano moderno: por un lado,
la movilidad y, por el otro, el hogar familiar, que parecía más autosuficiente.
El período inicial de la tecnología pública,
cuyos ejemplos más evidentes son los ferrocarriles y la iluminación urbana,
estaba dando paso a un nuevo tipo de tecnología, la tecnología que servía a un
estilo de vida móvil y al mismo tiempo centrado en el hogar: una forma de privatización móvil, consumo en el hogar
según condiciones privadas de recepción. La radiodifusión, en su forma
aplicada, fue un producto social de esta tendencia distintiva.
En realidad, las presiones contradictorias de
esta fase de la sociedad capitalista industrial se resolvieron, en cierto
nivel, mediante la institución de la radiodifusión. Con respecto a la
movilidad, ésta era solo en parte el impulso de una curiosidad independiente:
el deseo de salir y ver nuevos lugares. Esencialmente, era un impulso surgido
del derrumbe y la disolución de tipos
más antiguos de asentamientos y los trabajos productivos. Los nuevos y
crecientes asentamientos y organizaciones industriales exigían, en primera
instancia, una mayor movilidad interna, a lo que se sumaron las consecuencias
secundarias de la dispersión de las familias extendidas y las necesidades de
nuevas clases de organización social.
La familia era ahora nuclear, y era capaz de
desplazarse hacia los centros industriales. Los procesos sociales implícitos
durante largo tiempo en la revolución del capitalismo industrial se estaban
intensificando a gran velocidad, especialmente la creciente distancia entre las
zonas inmediatas de viviendas y los lugares de trabajo y gobierno; las
condiciones sociales y económicas mejoraron y el resultado fue un mayor énfasis
en el mejoramiento del pequeño hogar familiar. El hogar era, simultáneamente,
un logro efectivo y una respuesta defensiva. Sin embargo, esta privatización
conllevó, como consecuencia, una necesidad imperativa de nuevos tipos de
contacto. Los nuevos hogares podían parecer privados y “autosuficientes”, pero
sólo era posible mantenerlos mediante ingresos y suministros obtenidos de fuentes externas.
Esta relación creó la necesidad y también la forma de un nuevo tipo de
comunicación: noticias llegadas de afuera, de fuentes de otro modo
inaccesibles. La radio hacía posible un nuevo tipo de aporte social: noticias y
entretenimientos llevados hasta el hogar, estableciendo la mencionada dialéctica
entre el aislamiento y la participación (los muros se refuerzan y desintegran).
Así, vemos que en el modelo de teledifusión
amplia se daban, a través de la radio y la TV, y simultáneamente, transmisión centralizada y recepción
privatizada.
Flujo televisivo
Una de las contribuciones
más importantes de Raymond Williams a la teoría de la comunicación, es la que
podemos llamar la “teoría del flujo”; Williams entiende el flujo no sólo como
esos segmentos que se ven en los hogares sino, fundamentalmente, el significado
potencial de sus relaciones discursivas.
En
Televisión: Tecnología y forma cultural,
Williams afirma que en todos los
sistemas desarrollados de televisión, la organización característica, y por lo
tanto la experiencia característica son una secuencia o flujo. Esta
característica de flujo planeado es, quizás, la característica que define la
televisión, simultáneamente como tecnología y como forma cultural. En todos los
sistemas de comunicación, antes de la televisión, los temas esenciales eran
discretos. Un libro o panfleto se tomaba y leía como un tema específico. Una
reunión se celebraba en un lugar concreto y en una fecha determinada. Una obra
se representaba en un teatro concreto a una hora establecida. La diferencia no
reside sólo en que estos acontecimientos parecidos se pueden obtener dentro del
hogar, con sólo apretar un botón, sino que el programa real que se ofrece es
una secuencia o un conjunto de secuencias alternativas de éstos u otros
acontecimientos parecidos, que están disponibles en una única dimensión y en
una única operación.
Williams
sugiere que las emisiones de TV conducen, por norma, a una experiencia concreta
de la audiencia. La televisión es una recepción tecnológica y una forma
cultural conformada por distintos segmentos heterogéneos de la que ella parece
darnos la ilusión de su homogeneidad.
La
lectura y la interpretación que hace Williams de la TV estuvo inspirada quizás,
de manera decisiva, por una noche que pasó en Miami y un año en Stanford. Allí,
Williams desarrolló su teoría, desconcertado por el flujo de la televisión
estadounidense, un flujo en el que un programa se amalgamaba con otro, los
anuncios publicitarios se enhebraban de manera imperceptible a través del
libreto de las telenovelas, y los avances de un film constituían una especie de
subtexto invasor para el desarrollo del otro.
Los
modos de informar, la interrogación, la visualización y la dramatización que
desplegó la televisión proporcionaron una cultura pública completamente
distinta de cualquier otra que hubiera existido antes. Por supuesto, la
televisión tomó prestadas muchas de esas formas de otros medios. Los
noticieros, las obras teatrales, las entrevistas, los programas educativos, los
programas de variedades, todos tenían sus precursores. Pero Williams se
esfuerza en señalar el carácter distintivo y novedoso de la televisión, sobre
todo, tal vez, en la manera de centrarse directamente y aproximarse a los
aspectos corrientes de la vida cotidiana. La televisión ofrece una forma tecnológica
e institucionalmente discreta de presentar la cultura y expresar sus
contenidos, una forma que sólo puede entenderse en un contexto determinado y
sobre todo, como una expresión de fuerzas sociales, políticas y económicas más
amplias.
El
flujo o continuidad inextinguible de la televisión consiste en la
estratificación de los discursos propia
de la TV; ésta es incesante y eterna; no nos invita a mirar un programa
puntual, aunque a veces lo hagamos. Miramos televisión: su flujo continuo;
escuchamos la yuxtaposición excéntrica y repetitiva de noticieros, anuncios
publicitarios y avances de programas, todo en un continuo igualmente
ininterrumpido e igualmente naturalizado a través de un flujo eterno, inconexo
y sin una secuencia lógica.
Publicidad
Williams
le adjudica a la publicidad (“arte oficial del capitalismo”) un rol crucial en
el desarrollo de este formato. El carácter “comercial” de la TV debe examinarse
en varios niveles: como la realización de programas para obtener ganancias en
un mercado conocido, como un canal para transmitir publicidad y como una forma
política y cultural directamente modelada por las formas de una sociedad
capitalista y dependiente de ellas, que vende tanto los bienes de consumo como
un “estilo de vida” basado en ellos, en una escala de valores generada
localmente por los intereses capitalistas y las autoridades del país, y
organizada internacionalmente como un proyecto político por el poder
capitalista dominante; se ha creado un mercado en el cual el entretenimiento,
la publicidad y la influencia política y cultural, vienen juntos, en un único
paquete.
El
auspicio de los programas por parte de los anunciantes tiene un efecto que va
más allá del anuncio separable y la recomendación de una marca. Como fórmula de
comunicación, es un modo intrínseco de establecer prioridades. Un noticiero
internacional presentado por cortesía de un dentífrico no es mirar elementos
separables, sino mirar la forma que propone el modelo cultural dominante. La
inserción de los anuncios comerciales en programas sin auspicio general es una
fórmula diferente; ha tenido efectos extraordinarios en la TV como experiencia
secuencial y ha creado ritmos visuales totalmente nuevos; se debe mirar este
tipo de TV como una secuencia en la cual los anuncios publicitarios son parte
integrante del programa y no como un programa interrumpido por anuncios
comerciales. A causa de las características secuenciales e integradoras de la
TV, esta relación orgánica entre los anuncios comerciales y los demás materiales es mucho más evidente que en
cualquier otro momento de los sistemas de publicidad anteriores.
La
innovación decisiva se ha producido en los servicios financiados por publicidad
comercial. Los intervalos entre las unidades de programas eran los lugares
obvios para insertar los anuncios publicitarios. En la TV comercial británica
se había establecido específica y formalmente que los “programas” no debían
interrumpirse con anuncios comerciales que sólo podrían incluirse en las
“pausas naturales”; en la práctica, por supuesto, esto nunca se cumplió y ni
siquiera hubo intención de cumplirlo. Una “pausa natural” llegó a ser cualquier
momento de inserción conveniente. Los programas de noticias, las obras de
teatro y hasta las películas que habían sido exhibidas en los cines como
presentaciones completas específicas comenzaron a sufrir las interrupciones de los
anuncios publicitarios. En la TV estadounidense este proceso fue diferente: los
programas patrocinados incorporaron la publicidad desde el principio, desde la
concepción inicial, como parte del paquete completo. Pero hoy es evidente,
tanto en la TV comercial británica como en la estadounidense que, aunque la
noción de “interrupción” aún conserva una fuerza residual de un modelo más
antiguo, se ha vuelto inadecuada. En los términos anteriores, lo que se ofrece
no es un programa de unidades separadas con inserciones particulares, sino un
flujo planificado, en el cual la serie verdadera no es la secuencia publicada
en el horario de programación sino esta secuencia transformada por la inclusión
de otro tipo de secuencia, la publicidad, de modo tal que esas secuencias
reunidas componen el flujo real, la verdadera “difusión amplia” o broadcasting.
Autorreferencialidad
Progresivamente,
una nueva secuencia se ha agregado, tanto en la TV pública como en la
comercial: o bien los avances de los programas que se transmitirán más tarde
ese mismo día o unos días después, o bien la enumeración de las noticias que se
ampliarán luego. Esta táctica se ha intensificado por las condiciones de
competencia, pues para los planificadores de los canales cada vez tiene más
importancia retener a sus televidentes, “captarlos”, durante toda la secuencia
de la velada.
Es
evidente que lo que hoy se llama “una velada ante el televisor” es algo, en
cierto sentido, planeado, por los proveedores y también por los
telespectadores, como un todo que, en cualquier caso, está planificado en
secuencias discernibles que, en este sentido, se imponen a las unidades de
programa particulares. Cada vez que hay competencia entre canales de TV, esto
se convierte en una cuestión de preocupación consciente: atrapar a los
espectadores a comienzos del flujo.
Por
supuesto que hay casos en que la gente puede seleccionar conscientemente otro
canal u otro programa o directamente apagar el TV. Pero el efecto del flujo
está suficientemente difundido para constituir uno de los principales elementos
de la política de programación. Y esta es la razón inmediata de que aumente
constantemente la frecuencia de los avances de programación. En la TV
estadounidense hasta existe una expresión para designar el proceso, move along, en el sentido de “continuar
juntos”, para sostener los que se concibe como una especie de lealtad al canal
que se está viendo.
La
mayoría de nosotros dice “mirar
televisión” en lugar de “mirar el noticiero” o “ver un partido de fútbol” en la
televisión.
Esta
autorreferencialidad propia del flujo televisivo puede ser leída como una
mirada profética de Williams: pensemos en nuestra TV, en la que muchos
programas giran, se alimentan y retroalimentan en torno a lo sucedido en otro programa como “Bailando por un sueño”. Los comentarios
remiten una y otra vez a ese show eje y lo promocionan.
Asimismo,
casi todos hemos vivido la experiencia muy difundida, aunque a menudo admitida
con pesar, de que nos cuesta apagar el televisor. Repetidamente descubrimos
que, aún cuando lo encendimos con la intención de mirar “un programa”
determinado, nos hemos quedado mirando el siguiente y luego el siguiente. La
manera en que está organizado hoy el flujo, sin intervalos definidos, en todo
caso, promueve esta actitud. “Nos enganchamos” fácilmente con algún otro
programa antes de haber reunido la energía para levantarnos del sillón, y
muchos programas están concebidos con la idea de esta tendencia: capturar la
atención en los primeros momentos y reiterar la promesa de que, si nos quedamos
a mirar, veremos cosas emocionantes.
El
flujo está siempre disponible, en varias secuencias alternativas, con sólo
oprimir el botón.
Así,
tanto internamente en su organización inmediata, como en su condición de
experiencia generalmente disponible, esta característica de flujo es central
para pensar la TV.
Es
interesante que, cuando estudiemos Internet como nueva modalidad comunicativa,
analicemos esta lógica del flujo en la red, pero estableciendo dos diferencias
cruciales entre los medios: el tipo de difusión, centralizada/descentralizada y
el tipo de recepción generalizada/interactiva. En Internet, el
receptor-operador, discontinuará el flujo, será él el que lo planificará, no la
Institución mediática. Lo cual no significa, de ninguna manera, que en Internet
no haya incursión de la publicidad
Posición crítica y propuesta política en
relación al uso de la Televisión
En el texto
citado, Williams realiza el estudio de un uso concreto del medio televisión, y
se preocupa por ofrecer una mirada crítica, registrando éxitos e identificando
los fracasos de la televisión, con la
esperanza de la creación de un medio superador.
Su análisis
no apunta a cosificar la televisión, sino a indicar una particular
institucionalización de la cultura, la forma cultural a la que se refiere el
título del libro; y, si bien la forma que identifica Williams es claramente una
dimensión establecida e impuesta de televisión, no necesariamente ésta debe
permanecer como característica esencial del medio. Si así fuera ¿qué nos queda
por hacer o decir? La crítica de Williams está basada en su creencia
fundamental en la efectividad de la capacidad de la acción humana: nuestra
capacidad de desbaratar, desviar e interceptar lo que de otro modo sería la
fría lógica de la historia y la unidimensionalidad de la tecnología; Cree que
los seres humanos perturban o pueden perturbar el despliegue aún incompleto de
la televisión. Las tecnologías –afirma- pueden constreñir pero no determinar.
El camino
que sigue el desarrollo de la televisión está marcado por intereses
competitivos, por las luchas por el sentido y por las ilimitadas consecuencias
involuntarias de la acción humana. Pero la televisión ofrece, para Williams,
formas alternativas de expresión y comunicación, no solo porque es por
definición una formación social y está estructurada para ajustarse al mosaico
de la vida social cotidiana, sino además porque las nuevas tecnologías
continúan ofreciendo oportunidades de crear otras formas de expresión
individual y, sobre todo, de expresión política, que por momentos escapen al
control de las corporaciones transnacionales o al poder de los magantes de los
medios.
Si bien en
el texto son fundamentales el concepto de privatismo móvil y el análisis del
flujo, es importante destacar que el mismo ofrece una postura ideológica y una
propuesta política sobre el uso del medio televisivo. Se trata además de un
examen de las tecnologías alternativas y los usos alternativos.
Williams es
realista respecto al poder de las
instituciones dominantes y la “codicia represora”. Sin embargo, a pesar de todo
esto y a
causa de su profundo compromiso con el proyecto humano en oposición al
proyecto tecnológico, su obra se niega a la aceptación y a la resignación. Si
las tecnologías son humanas y si la
institucionalización contemporánea de la televisión es solo una -aunque ahora bien establecida- posibilidad
entre otras, entonces es necesario continuar con la crítica y la intervención
creativa en su incesante desarrollo. Las tecnologías llevan una doble vida y la
televisión no es la excepción. Las tecnologías, sostiene Williams, son “los
instrumentos contemporáneos de una larga revolución hacia una democracia
educada y participativa”: un proyecto que Williams nunca perdió de vista; pero
también son instrumentos de lo que él llama la contrarrevolución, mediante la
cual las fuerzas del capital logran introducirse en las vetas más finas de nuestra
vida cotidiana, mientras aparentan estar hablando de elección y competencia,
mientras restringen las elecciones a sus posibilidades programadas.
En 1974, Raymond Williams les pedía a sus
lectores que reconocieran la inmediatez de la situación y la importancia de las
decisiones que se tomaran entonces para formar el futuro de los medios de
comunicación. Su apuesta apunta a una televisión accesible para todos desde el
punto de vista económico; una televisión local, pero que permita una
comunicación internacional.
Más que de
utopía acerca del medio, creo que la de Williams es un utopía acerca de lo que
los sujetos harán con ese medio: “Dentro de pocos años se tomarán decisiones –o
se perderá la oportunidad de tomarlas- que en gran medida determinarán cuál de
las rutas posibles tenemos más probabilidad de recorrer en lo que queda de este
siglo”.
“Información,
análisis, educación, discusión”: éstas son las condiciones previas para la
acción, condiciones que Williams enumera a modo de invitación para el cambio en
la última página del libro.
De nosotros
depende la ruta que recorrerá no sólo la televisión sino el conjunto de los
medios, residuales y emergentes.
ESPACIO PÚBLICO Y OPINIÓN PÚBLICA EN JÜRGEN HABERMAS
FICHA DE CÁTEDRA ELBORADA POR LA DRA. MARÍA MARTA LUJÁNCÁTEDRA DE HISTORIA DE LA COMUNICACIÓN, CARRERA DE CIENCIAS DE LA COMUNICACIÓN DE LA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS U.N.T
Fuente: Habermas, Jürgen, Historia y crítica de la opinión pública. La tranformación estructural
de la vida pública. Barcelona: Editorial Gustavo Gill. 2009
Jürgen
Habermas nació en Düsseldorf y estudió en Gotinga, Zurich y Bonn; realizó el
doctorado en Marburgo y trabajó como profesor de filosofía en Heidelberg y como
profesor de filosofía y sociología de Frankfurt. De 1971 a 1980 fue director
del Instituto Max Panck en Stamberg.
La
múltiple y extensa obra de Habermas se extiende desde la década desde la década
de los 60 hasta la actualidad. En 1961 publica Historia y crítica de la opinión pública. Más adelante, en 1981, da
a conocer su Teoría de la acción
comunicativa, que tuvo también una amplia repercusión en torno del estudio
de los fenómenos vinculados a la racionalidad social, que analiza la capacidad
comunicativa del lenguaje para alcanzar un concepto de racionalidad más
comprensivo, a partir de la revisión del pensamiento sociológico contemporáneo.
Habermas Parte
de los cambios producidos a partir del siglo XVI. La mercantilización de la
cultura, junto con la separación institucional del Estado y de la sociedad
civil, condujo a la aparición de una esfera pública desencantada. La
desaparición de la sociedad feudad, la secularización y la separación de las
esferas sociales preparó el camino para una sociedad potencialmente “más
abierta”; las tradiciones culturales debieron despojarse del dogmatismo para
poner a prueba la validez intersubjetiva los de los principios y las normas
morales de acción a través de relaciones de poder más simétricas.
Desde
los inicios de su obra, Habermas se interesó por la investigación sobre el espacio
público y la opinión pública.
El
espacio público se presenta como el lugar de surgimiento de opinión pública, que puede ser manipulada y
deformada, pero que constituye el eje de la cohesión social, de la construcción
y legitimación (o deslegitimación) política.
Las
libertades individuales y políticas dependen de la dinámica que se suscite en
dicho espacio público.
En
uno de sus primeros escritos, Habermas delimita el concepto de opinión pública
con relación al espacio público:
Por espacio público entendemos
un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como
opinión pública. La entrada está fundamentalmente abierta a todos los
ciudadanos. En cada conversación en que los individuos privados se reúnen como
público se constituye una porción de espacio público […] Los ciudadanos se
comportan como público, cuando se reúnen y conciertan libremente, sin presiones
y con la garantía de poder manifestar y publicar libremente su opinión sobre
las oportunidades de actuar según intereses generales. En los casos de un
público amplio, esta comunicación requiere medios de transferencia e
influencia: periódicos y revistas, radio y TV son hoy tales medios del espacio
público. (60)
Habermas
hace hincapié en el carácter constitutivo de cualquier tipo de diálogo y de
todo tipo de público en la formación de la trama de “lo público” y en la
generación de opinión en torno a cuestiones muy diversas en las que distintas
personas pueden tener intereses comunes. El espacio público no es un espacio
político sino ciudadano, civil, del “mundo de la vida” y no de un determinado
sistema o estructura social. Sin embargo, es evidente la importancia política
de este campo de juego social:
Hablamos de espacio
público político, distinguiéndolo del literario, cuando las discusiones
públicas tienen que ver con objetos que dependen de la praxis del Estado. El
poder del Estado es también el contratante del espacio público político, pero
no su parte. Ciertamente, rige como poder “público”, pero ante todo muestra el
atributo de la publicidad para su tarea, lo público, es decir, cuidar del bien
general de todos los sujetos de derecho. Precisamente, cuando el ejercicio del
dominio político se subordina efectivamente a la demanda pública democrática,
logra el espacio público político una
influencia institucional en el gobierno por la vía del cuerpo legislativo.
El título “opinión
pública” tiene que ver con la tarea de crítica y control, que el público de los
ciudadanos de un Estado ejercen de manera informal (y también de manera formal
en las elecciones periódicas) frente al dominio estatalmente organizado. (61-62)e
Habermas
se remonta a la Grecia clásica y su organización social, en donde el elemento
característico de la libertad y la igualdad consiste en el ejercicio de la
discusión, en la “publicidad” que tiene lugar en el ágora y que se prolonga en
la conversación entre ciudadanos, en las deliberaciones de los distintos
tribunales, etc.
El
autor sostiene que el desarrollo del capitalismo mercantil en el siglo XVI,
junto con las cambiantes formas institucionales de poder político, crearon las
condiciones para la emergencia de una nueva clase de esfera pública. El espacio
público burgués se desarrolla en un campo de tensiones entre el Estado y la
sociedad, de modo que él mismo no deja de ser parte del ámbito privado. Con la
extensión de las relaciones de mercado durante el Renacimiento surge la esfera
de lo “social”, que rompe las limitaciones del dominio señorial-estamental del
la Alta Edad Media, obligando a la adopción de nuevas formas de administración
pública.
En
este contexto se comenzó a conformar el significado de “autoridad pública”.
Remitió cada vez menos al dominio de la vida de la corte y cada vez más al de
las actividades del sistema estatal que emergía definiendo legalmente las
esferas de jurisdicción y el monopolio del legítimo uso de la violencia. Al
mismo tiempo, la “sociedad civil” apareció como un dominio referido a las
relaciones económicas privatizadas que estaban vinculadas al eje de la
autoridad pública. El
domino “privado” comprendió entonces ambas áreas que se extendían: la de las
relaciones económicas y la de la esfera íntima de relaciones personales, que
crecientemente se fueron separando de la actividad económica, y ampliaron la
institución de la familia.
Entre
el dominio de la autoridad pública o el Estado, por un lado, y el ámbito
privado de la sociedad civil y las relaciones personales, por otro lado,
apareció una nueva esfera que confluyeron en la discusión entre ellos mismos y
las regulaciones de la sociedad civil y la conducta del Estado. Esta nueva
esfera pública no era parte del Estado sino que, por el contrario, se trataba
de una esfera en que las actividades estatales podían ser confrontadas y
sometidas a crítica. El medio de confrontación era en sí mismo significativo:
consistía en el uso público de la razón, un uso que era articulado por
individuos privados comprometidos con el debate de los argumentos que eran en
principio abiertos y sin restricciones: “El público raciocionante comienza a
prevalecer frente la publicidad
autoritariamente reglamentada”.
Teniendo
en cuenta la emergencia de la esfera pública burguesa, Habermas atribuye
particular importancia al desarrollo de la prensa periódica, sobre todo la
británica, pero establece ciertas peculiaridades respecto de las variantes
continentales de Francia y Alemania. Los diarios críticos y los semanarios
morales que comenzaron a aparecer en Europa en el fin del siglo XVII y durante
el XVIII, brindaron un nuevo foro para el debate de la conducta del público.
Mientras estas publicaciones a menudo surgieron como periódicos dedicados a la
crítica cultural y literaria, crecientemente se comprometieron con temas
generales de significación social y política. Una variedad de centros de
socialización apareció en la Europa moderna. Incluían los salones y cafés que,
desde mediados del siglo XVII, se convirtieron en centros de discusión y
ámbitos en los que las elites educadas podían relacionarse entre sí y con la
nobleza desde una perspectiva más igualitaria.
En
Inglaterra y en el inicio del siglo XVIII se produjeron las condiciones más
favorables para el surgimiento de la esfera pública burguesa. La censura y el
control político de la prensa eran menos fuertes que en otros sitios, y los
diarios y periódicos se extendieron. Al mismo tiempo proliferaron los cafés; en
la primera década del siglo XVIII existían cerca de tres mil sólo en Londres,
cada uno con un núcleo regular de habitués. Algunos de estos nuevos periódicos
estaban relacionados con las vidas de los cafés y eran leídos y discutidos por
individuos que iban juntos a debatir temas del día. Parte del argumento de
Habermas es que la discusión crítica estimulada por la prensa periódica hizo
impacto en la transformación de la forma institucional de los Estados modernos.
El Parlamento también asumió más responsabilidades frente a la prensa y comenzó
a jugar un papel más constructivo en la formación y articulación de la opinión
pública. Estos y otros desarrollos fueron de considerable significación. Son un
firme testimonio del impacto político de la opinión pública burguesa y del
papel que jugaron en la formación de los Estados occidentales.
Hay,
entonces, una “publicidad” gubernamental vinculada a la estructura de lo
público, y la publicación relacionada con la opinión de un público constituido
como un conjunto de personas privadas, ciudadanos burgueses que paulatinamente
proyectan su racionalidad en diversos aspectos sociales y se afirman como
jueces de las decisiones políticas:
La publicidad política
media, a través de la opinión pública, entre el Estado y las necesidades de la
sociedad. (42)
El
antagonismo entre la sociedad civil y estructura estatal impulsa una dialéctica
en la que la prensa y los medios de comunicación social tienen un papel
protagonista, al mismo tiempo que convierten los mensajes en mercancía y la
función social de la comunicación en instrumento de creación de riqueza y de
influencia política.
En
el siglo XVIII se lleva a la práctica política y ciudadana la idea de que la
racionalidad no deriva de principios abstractos absolutos, sino que se
desarrolla a partir de la contrastación de opiniones sobre la verdad y
justicia, de manera que es inseparable de la discusión pública. Frente a la
publicidad reglamentada por los poderes públicos, surge la publicidad crítica,
que proclama la necesidad de enjuiciamiento público de los intereses generales
y las actuaciones gubernamentales:
El debate está
encargado de reconducir las voluntades a ratio, ratio que se elabora en la
concurrencia pública de argumentos privados en calidad de consenso acerca de lo
prácticamente necesario en el interés nacional (156)
Las
leyes y las decisiones políticas requieren una justificación que sólo pueden
encontrar en la fuerza de la razón, una razón que se hace manifiesta en el
debate de la opinión pública. El uso público de la razón tiene el poder de la
fuerza coactiva de la no-coacción.
Sin
embargo, Habermas también sostiene que, en la forma específica en la que
existió en el siglo XVIII, la esfera pública burguesa no duró mucho. Los
siguientes desarrollos llevaron gradualmente a su transformación y caída. Con
el tiempo, el periodismo se fue transformando a causa de las expectativas
comerciales que hicieron que su formación informativa y polémica se sustituyera
por la intención de convertirse en un negocio redituable.
En
la segunda mitad del siglo XIX y en el siglo XX se producen los grandes y
radicales enfrentamientos de clase, se pasa a la sociedad de masas y a la
cultura tecnológica; se generan nuevas formas de creación y acceso a la
riqueza, produciendo por tanto, cambios
sociales significativos. La publicidad, el ámbito de lo público y el ámbito de
lo privado se encuentran en la encrucijada de la multiplicación de los medios,
la privatización de los mismos, las manipulaciones de distinto signo, etc.
La
separación del Estado y la sociedad civil –que había creado un espacio
institucional para la esfera pública burguesa-comenzó a quebrarse tan pronto
los Estados asumieron un creciente carácter intervencionista y tomaron cada vez
más responsabilidades en el manejo del
bienestar de los ciudadanos, a la vez que grupos de interés organizados se
convirtieron crecientemente en promotores de los procesos políticos que se
desencadenaban.
La
comercialización de los medios altera el carácter de la esfera pública en un
sentido fundamental. Lo que fue una vez un foro de debate racional y de crítica
se transforma en otro ámbito de consumo cultural, y la esfera pública burguesa
colapsa en un mundo de creación simulada de imágenes y manejo de opiniones. La
vida pública adopta un carácter cuasifeudal y de ese modo, hoy los nuevos
medios tecnológicos son empleados para dotar a la autoridad pública con un tipo
de aura y prestigio que alguna vez tuvieron las figuras reales a través de la
escenificación pública de las cortes feudales. Esta “refeudalización de la
esfera pública” convierte a la política en un espectáculo manejado en el que
los líderes y partidos políticos buscan, periódicamente, el consenso y la
aclamación de una población despolitizada. La masa de la población es excluida
de la discusión pública y del proceso de decisión, y es tratada como una fuente
manejada en la que los líderes populares pueden sacar, con la ayuda de los
medios técnicos, suficiente consentimiento para legitimar sus conductas y
posiciones.
En
el siglo XX, y de manera especial desde la aparición de la televisión, la
conducta de los políticos se ha convertido en inseparable del manejo de las
relaciones públicas.
El
problema de la igualdad real, la igualdad de oportunidades en un sentido
empírico e histórico sigue en pie, incluso para algo tan fundamental como la
libertad de expresión y la formación de una opinión pública verdaderamente
significativa.
La
estatalización de lo público y su amenazante intromisión en todos los ámbitos
de la vida del ciudadano se ha apoyado en la transformación paulatina de los
medios de comunicación en instrumentos de entretenimiento y dominación de las
masas.
De
la publicidad como información y manifestación de opinión se ha pasado a una situación
en la que el público se ha escindido en minorías de especialistas no
públicamente raciocinantes, por un lado, y en la gran masa de consumidores
receptivos, por el otro: “Con ello se ha minado definitivamente la forma de
comunicación específica del público”. ¿Medios de comunicación o medios de
propaganda? La publicidad crítica es desplazada por la publicidad manipuladora:
Como es natural, el
consenso fabricado tiene poco en común con la opinión pública, con la
unanimidad final resultante de un largo proceso de recíproca ilustración,
porque “el interés general” sobre cuya base […] podía llegar a producirse
libremente una coincidencia racional entre las opiniones públicamente
concurrentes, ha ido desapareciendo exactamente en la medida en que la
autorepresentación publicística de intereses privados privilegiados se lo iba
apropiando”. (222).
La
apelación a un individuo autónomo capaz de dotarse de leyes universales, en el
sentido en que se conecta la ley moral y la ley política mediante un proceso de
formación de opinión y de voluntad general, se enfrenta a una situación
histórica en la que incluso la formación de un individuo autónomo y su voluntad
personal, no parecen estar garantizados, y mucho menos, por supuesto, la
formación de una voluntad general democráticamente instituida.
Habermas
constata que la dinámica social que vivimos presenta rasgos de
“refeudalización”.
El
sujeto político de nuestra sociedad de masas no es el individuo del
liberalismo, sino de los grupos sociales y de las asociaciones que desde los
intereses de determinados sectores privados influyen en funciones y decisiones
políticas, o, también, al contrario, desde las instancias políticas intervienen
en el tráfico mercantil y en la dinámica del mundo de la vida, de especial
incidencia en el ámbito de la privacidad. Privatización de lo público,
politización de lo privado: transgresión múltiple de una delimitación legal y
éticamente tipificada.
A
pesar de los aspectos negativos y de la dificultad que presenta la pervivencia
y desarrollo de una publicidad crítica en la sociedad de masas, Habermas insta
al desarrollo de las posibilidades existentes dada su importancia fundamental
para la realización de la democracia.
Para
el autor, sólo una publicidad crítica permitirá la expresión de los conflictos
reales y la superación de los mismos por la generación de consensos, de
voluntad común. Ha de ser el contrapeso necesario a las formas de presión y
coacción del poder, que tiende siempre a superponerse opresivamente sobre la
realidad social.
La
publicidad crítica ejercida por la sociedad civil respecto de los Aparatos del
Estado, sus formas de organización y ejecución, constituyen elementos
fundamentales de la vida pública democrática.
En
las décadas del 70 y el 80, Habermas articuló su teoría de la acción
comunicativa, en la que presenta la discusión pública como la única posibilidad
de superar los conflictos sociales, gracias a la búsqueda de consensos que
permitan el acuerdo y la cooperación a pesar de los disensos. En su texto Facticidad y validez, de 1992, considera
a la opinión pública una pieza clave de su propuesta de política deliberativa,
una alternativa para superar los déficits democráticos de las políticas
contemporáneas.
Contra
ciertas teorías posmodernas del discurso, Habermas insiste en su posición: los
discursos no dominan por sí mismos, sino que es su fuerza comunicativa la que
influye y permite determinados tipos de legitimación; este poder de la
comunicación no puede ser suplantado por acciones instrumentales:
El espacio de la
opinión pública, como mejor puede describirse es como una red para la
comunicación de contenidos y tomas de postura, es decir, de opiniones, y en él
los flujos de comunicación quedan filtrados y sintetizados de tal suerte que se
condensan en opiniones públicas agavilladas en torno a temas específicos.[1]
Los
ciudadanos son “portadores del espacio público” y en él expresan problemas de
los distintos ámbitos de su vida privada. El medio propio es la interacción
comunicativa; este intercambio comunicativo produce argumentos, influencias,
opiniones.
Las
opiniones públicas puede manipularse e instrumentalizarse, pero a costa de
perder de vista la realidad propia de los individuos, el sentido de sus vidas y
su inter-dependencia dentro de un mundo simbólico compartido; a costa también
de sustraerse a la eficacia de una legitimación racional.
Cuando
el espacio de juego no permite la sinceridad en las expresiones y las críticas
abiertas, se pierde la capacidad de interacción entre los agentes sociales y la
articulación necesaria entre ellos (la integración social); las opiniones
públicas pueden manipularse, pero ni pueden comprarse públicamente, ni tampoco
arrancárselas al público mediante un evidente ejercicio de presión pública.
De
la vitalidad del espacio de la opinión pública y la verdadera autonomía de la
voluntad de los ciudadanos dependen la legitimación de las decisiones políticas
y la regulación de la cohesión social.
En
la actualidad, dice Habermas, los medios de comunicación desempeñan un papel
que en muchos casos, sirve tan solo a los intereses de grupos poderosos
económica y socialmente, de manera que su ocupación y depredación del espacio
público pueden ser altamente distorsionadoras de la realidad humana. Habermas
critica la instrumentalización de los medios de comunicación de masas, pero
afirma que nos se tiene un conocimiento global de su incidencia y que en
cualquier caso, las instituciones deben regular y corregir los excesos,
haciendo efectivo el respeto y la promoción de los derechos humanos.
Desde
una perspectiva pragmático-discursiva y utópica, Habermas ofrece conceptos
críticos de la situación presente y permite establecer objetivos futuros
realizables (o no) en función del desarrollo concreto de las capacidades
discursivas (personales y colectivas) y cooperativas compartidas por los
ciudadanos.
Raymond Williams y la Historia de la comunicación.
Ficha de cátedra elaborada por la Dra. María Marta Luján
Los estudios culturales ingleses incluyen pensadores como Raymond Williams, E. P. Thompson, Stuart Hall, Richard Hoggart, entre otros. El contexto en el cual emergen los Estudios Culturales ingleses contemporáneos se remonta al momento de la posguerra, cuando se producen importantes cambios culturales, económicos y políticos propios del Estado de Bienestar en Inglaterra. La expansión de las oportunidades de la educación luego de la guerra y la extensión de la educación de los adultos tuvieron efecto sobre las clases subalternas que no habían heredado la tradición intelectual. Justamente, Williams, Hoggart y Hall trabajaron en la educación para adultos. Esta circunstancia motivó un interés creciente por comprender las formas de la vida diaria, el estudio de la cotidianidad, en la cual parecen encontrarse los rasgos de una cultura persistente de la clase trabajadora frente a la creciente expansión de la cultura de masas o mercado.
Williams proviene de la clase obrera y también dedica sus años de inicio intelectual a la educación de adultos como tutor para la Universidad de Oxford.
Los aportes de Raymond Williams a los estudios de la comunicación se vinculan, fundamentalmente, a su postura superadora en relación a una historia de la comunicación centrada en las técnicas, las herramientas o aparatos, que él concibió como un “determinismo tecnológico”, y que lee la evolución humana en términos de desarrollo de los avances tecnológicos. (Propuesta de Marshall Mc. Luhan). Tal postura adscribe a la tecnología un conjunto de intenciones y efectos independientes de la Historia.
A contrapelo de esta tradición en los análisis de los medios, Williams sostiene que el desarrollo tecnológico encuentra su espacio sólo en la medida en que se vincula con el orden social de una época; responde a ciertas necesidades sin las cuales tal desarrollo no se hubiera producido; a su vez, las nuevas modalidades comunicativas provocan efectos en las conductas de las audiencias, generan procesos sociales y culturales –su reproducción o transformación- que son variables a través de tiempo. El producto de esa relación (tecnologías sociedad/cultura/) es lo historizable.
Por ejemplo, cuando surge la escritura, surge una nueva técnica de la comunicación, otro medio para la transmisión de mensajes. Pero las contribuciones de la escritura no se quedan ahí, también aporta al desarrollo de la economía, permite cuantificar y registrar la producción. Desde este punto de vista, Williams señala que la escritura facilita “la identificación de mercaderías, el registro de tipos y cantidades de bienes, el cálculo de beneficios y pérdidas”.
La escritura, en su avance constante, desencadena cambios tecnológicos acordes a las transformaciones en los sistemas de comunicación (poco a poco, se desarrolla el barro, el papiro, el pergamino, el papel, y hoy la computadora). En este aspecto que atañe a los cambios tecnológicos, Williams hace una diferencia entre técnica y tecnología:
La técnica de la escritura es una cosa, pero la tecnología de la escritura implicó, no sólo el desarrollo de instrumentos y materiales de escritura, sino también el desarrollo de un cuerpo amplio de conocimientos, y especialmente de la habilidad para leer, que en la práctica, era inseparable de las formas más generales de organización social. (Williams, Vol. II, 1981:190).
En opinión de Williams, la escritura como sistema constituye:
…un paso trascendental en la historia de la humanidad. Nos permitió liberarnos, no sólo de las limitaciones del tiempo y del espacio en la transmisión de mensajes, sino también de las limitaciones de lo que un hombre podía pensar y recordar en la adquisición de conocimientos. (Williams, Vol.I, 1981:64).
La escritura permite al hombre que sus ideas - sin su presencia física - puedan llegar a otros hombres e intercambiarse, independientemente del espacio físico y del tiempo. En primera y en última instancia, la escritura hace que el hombre avance en su pensamiento.
Hoy estamos presenciando cambios trascendentales en los sistemas de comunicación, como lo fue en su momento la creación de la escritura, luego la imprenta, y en este siglo, la computadora. Aunque las Nuevas Tecnologías de la Información sean un componente vital, en última instancia, son una parte de la producción social, que es la que está sufriendo la gran transformación. De esto se deduce – según Williams- que “ningún adelanto tecnológico existe por sí mismo, sino que lo hace en función de las circunstancias en las que se encuentra inmerso”.
Para comprender los medios de comunicación, su tecnología y su producción, se debe historizar, se debe considerar su articulación con el conjunto específico de
intereses dentro de un orden social; tal articulación debe ser leída en sus cambios a través del tiempo.
Por ello, una historia material de la cultura y una historia cultural de la comunicación, deben restablecer los diferentes momentos culturales y sus “estructuras de sentimiento”;
El concepto de estructura de sentimiento sirve para caracterizar la experiencia de la cualidad de la vida en un tiempo y espacio determinado, es la cultura de un momento histórico particular, evoca un conjunto común de percepciones y valores compartidos por una generación. La estructura de sentimiento es una cultura vivida y experimentada por un grupo, sólo accesible a éste y con la posibilidad de ser observada con la ayuda del tiempo.
La Historia debe ser analizada como un proceso de cambio dinámico; las estructuras de sentimiento cambian históricamente y emergen formas dominantes pero también opositoras. El proceso histórico es siempre un proceso cambiante y en movimiento, considerando que las prácticas pueden ser dominantes, residuales o emergentes.
Lo dominante implica aquello que es caracterizado por los rasgos de un sistema cultural; lo residual es lo que ha sido formado efectivamente en el pasado, pero todavía se halla en actividad dentro del proceso cultural (no sólo como elemento del pasado sino como un efectivo elemento del presente); lo emergente son los nuevos significados y valores, nuevas prácticas, nuevas relaciones y tipos de relaciones que se crean continuamente.
Williams pone el acento en la noción de conflicto, diferencia y contradicción, hace hincapié en la capacidad humana de cambio por sobre sus determinaciones.
Su argumento de que una cultura está compuesta por un conjunto de relaciones entre formas dominantes, residuales y emergentes es un modo de enfatizar la cualidad desigual y dinámica de un momento determinado; representa un alejamiento de los análisis de épocas históricas donde los períodos o estadios de la historia se suceden unos a otros y cada época se caracteriza por un modo dominante o espíritu de tiempo. Cada época no sólo consiste en diferentes variaciones o estadios, sino que cada punto está compuesto también por un proceso de relaciones dinámicas y contradictorias en el juego de las formas dominantes, residuales y emergentes. Esto abre un espacio para analizar el rol que las identidades y los movimientos subversivos y de oposición desempeñan en la cultura dominante, y cuál es su eficacia para cambiarla.
Ni las relaciones residuales o emergentes existen de manera simple, “dentro de” o “junto a” la cultura dominante. Se verifican procesos de tensión continua, que pueden tomar tanto la forma de la incorporación, como de la oposición dentro de ella. Las formas residuales son diferentes de las arcaicas porque aún están vivas, tienen uso y relevancia dentro de la cultura contemporánea; representan a una institución o a una tradición que aún está activa como memoria en el presente, y puede tanto apoyar la cultura dominante como proporcionar los recursos para una alternativa o una oposición a ella. El surgimiento del extremismo religioso en diversas partes del mundo es un ejemplo de forma residual que desafía a la hegemonía del capitalismo liberal en Occidente.
Por ejemplo, mucho después del surgimiento de la escritura como medio, seguían desarrollándose prácticas de comunicación oral, que interactuaban con el texto escrito o lo utilizaban como fuente. Otro ejemplo lo constituye el periodismo escrito, una forma comunicativa residual pero activa, aún vigente en la época de internet.
La Historia material de la comunicación propuesta por Williams, se inscribe en el marco del materialismo cultural, un método de análisis desde el cual se intenta observar las implicaciones de la cultura dentro de procesos históricos y de cambios sociales. Desde esta postura, Williams discute al marxismo ortodoxo por distintas razones: la reducción de la superestructura a un mero reflejo de la base material, la abstracción del proceso histórico, la visión de las necesidades humanas como meras necesidades económicas y no sociales, la marginación de lo cultural dentro de la organización económica. Por su parte, Williams verá que todas las prácticas son sociales y que contienen elementos tanto materiales como simbólicos; señalará la importancia del componente material, la materialización de lo simbólico en la base de la vida material y de la experiencia social y, por lo tanto, su presencia dentro de las relaciones sociales y productivas. Su texto Marxismo y Literatura se puede ver como una respuesta al marxismo de la época, que tiende a privilegiar la base económica, a ver a la cultura como un simple reflejo y que constituye una visión mecanicista del cambio cultural.
Sin embargo, existe un vínculo entre materialismo cultural y materialismo dialéctico e histórico: el concepto de materialismo cultural es materialista porque sugiere que los artefactos, las instituciones y las prácticas culturales están, en cierto sentido, determinados por procesos “materiales”; es cultural porque insiste que no hay una realidad cruda y material más allá de la que sustenta la cultura, la cual, en sí misma, es material.
De esta manera, Williams acepta “la fuerza organizadora del elemento económico” pero enfatizando los problemas “superestructurales” como históricos, es decir, que no son reflejo de cierta estructura económica, sino más bien la interacción de elementos complejos, en donde conviven rupturas y continuidades e incluso autonomías limitadas.
Williams concibió al materialismo cultural como un método y como un término crítico; si bien no negó su origen y extracción marxista, fue insistente en el hecho de evitar nociones rígidas. El materialismo cultural se desarrolla a partir del materialismo histórico, pero es crítico respecto del determinismo económico, y, en particular, de la división jerárquica Base/Superestructura, por la cual las instituciones políticas, las formas culturales y las prácticas sociales se ven en tanto reflejos y están gobernadas por fuerzas o relaciones económicas. Williams destaca la necesidad de que se considere a la “base” y a la “superestructura” como un proceso que incorpora diferentes tipos de relaciones, más que como una estructura invariable. Subraya la importancia de desarrollar una teoría del poder y de la ideología que pueda abarcar una gama de formas de producción. Se pregunta, por ejemplo, por qué el pianista debe ser considerado menos productivo que el fabricante del piano.
El Materialismo cultural sostiene que toda la teoría de la cultura (no sólo la marxista) que presuponga una diferencia entre arte y sociedad, o literatura y contexto, o comunicación y economía, está negando que la cultura –sus métodos de producción, sus formas, instituciones y tipos de consumo- son centrales para la sociedad. Las formas culturales nunca deben verse como textos aislados, sino incorporados dentro de relaciones y procesos históricos-materiales que los constituyen y dentro de los cuales desempeñan una función esencial.
El argumento de Williams sobre que los medios de comunicación son esencialmente medios de producción, en lugar de estar subordinados a un proceso primario más “real”, es crucial para esta perspectiva. La comunicación humana (sean las formas naturales, como el habla, las canciones, la danza y el teatro o los medios tecnológicos) es socialmente productiva en sí, dado que es reproductiva; además, es similar a otros procesos productivos. Las tecnologías de producción cultural tienen una función crucial en la modelación de formas e instituciones culturales, pero no las determinan.
En cuanto a la comunicación y los medios, hay que considerar cómo la de Williams supera la visión canónica de la comunicación. Primero, la convencional (el modelo de Lasswell) caracterizada por una visión claramente lineal, por una perspectiva más “tensa” , en la que la comunicación se entiende como proceso de negociación e intercambio de significados, a través de los cuales interactúan las “realidades y personas dentro de culturas”, lo que permite la emergencia y producción de significados.
La noción de comunicación tiene en Williams una perspectiva materialista y cultural que renuncia a determinismos tecnológicos. La cultura posee una dimensión individual y colectiva de significados, valores, implica concepciones del mundo, formas de sentir y actuar, las cuales se encarnan en el lenguaje y se enmarcan dentro de las instituciones sociales concretas, determinadas por circunstancias materiales.
La historia de los medios de comunicación se relaciona con la historia de la producción cultural, la cual se encuentra vinculada a las condiciones materiales de las instituciones sociales, a las relaciones con distintas fuerzas de producción, a las formas sociales particulares y al desarrollo simbólico de la sociedad.
En su libro Historia de la Comunicación, Williams sostiene que “todas las sociedades dependen de los procesos de comunicación y, en un sentido importante, se puede decir que se fundan en estos”. También se refiere a los usos que el hombre ha dado históricamente a los sistemas de comunicaciones y expresa que “lo que ha alterado nuestro mundo no es la televisión, ni la radio, ni la imprenta como tales, sino los usos que se les da en cada sociedad”. Cuando reflexionamos sobre estos inventos - que nos demostraron ser eficaces -, estamos replanteando la forma de pensar la comunicación. Más específicamente, el intentar entender las comunicaciones siempre como una forma de relación social, y los sistemas de comunicaciones como instituciones sociales.
El interés creciente de Williams por el estudio de la comunicación y el universo tecnológico que lo constituye está presente tanto en el libro Comunications como en Televisión: tecnología y forma cultural. Una idea más o menos explícita recorre estos textos: la tecnología con que un determinado acontecimiento cultural (libro, obra de teatro, programa de televisión) es producido, impone o determina nuevas formas de expresión y de elaboración. Por lo tanto, el contenido está intrínsecamente relacionado con la estructura que lo produce. Justamente en este trabajo de 1974, focaliza su atención de modo específico en los programas de televisión, analizando la estructura tecnológica del medio y cómo ésta trabaja para determinar formas características de la televisión.
Su idea es aún más interesante cuando la vemos con mayor profundidad: Williams sostiene que más allá de las distinciones que se pudieran realizar entre programas a través de una guía, la difusión de Tv no está organizada sobre unidades discretas (programas). Argumenta que la multiplicidad de formas de programas no está diferenciada sino que está incorporada dentro de un flujo:
Lo que se ofrece, no es, en viejos términos, un programa de unidades discretas con una particular inserción, sino un planificado flujo, en el cual la verdadera serie no es la publicada secuencia de ítems de programas sino las secuencias transformadas por la inclusión de otra clase de secuencia, así que estas secuencias juntas componen el flujo real, la real broadcasting (difusión). (Williams; 2011: 120)
Finalmente, Williams admite que este proceder tecnológico de la televisión provoca efectos en las conductas de la audiencia, siendo esta relación variable a través del tiempo. En este análisis puede observarse cómo la crítica a lo existente y el reconocimiento de las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías son parte de un mismo movimiento en la propuesta de la creación de una cultura socialista. Como toda forma histórica, las modernas formas de la comunicación están sujetas al cambio
Los medios de comunicación aparecen en la obra de Williams como una de las instituciones modernas fundamentales y claves dentro de las formas y las relaciones de producción, no sólo en sus bases económicas y tecnológicas, sino en la producción y la distribución de sistemas simbólicos que se transmiten mediante ideas, imágenes, informaciones y actitudes.
Bibliografía:
Williams Raymond 1992: “Introducción” en Introducción a la Historia de la Comunicación Social .Vol.I. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 19-43.
Williams Raymond 1992: “Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales” en: Historia de la comunicación. Vol. II. Ed. Raymond Williams. Barcelona: Bosch Comunicación. Pags. 181-209.
Williams, Raymond 1980 [1977]: Marxismo y literatura. Barcelona: Península.
Williams, Raymond 1994 [1981]: Sociología de la cultura. Barcelona: Paidós.
Williams, Raymond 2011: Televisión: tecnología y forma cultural. Buenos Aires: Paidós.
Williams, Raymond 1975:The Long Revolution. Londres: Penguin.