Título: “Provincializar Gramsci: una lectura del campo intelectual argentino a la luz de
la categoría de hegemonía”
Autor: Dra. María Marta Luján
El presente trabajo forma parte
de una investigación más amplia, que analiza el campo intelectual argentino
actual a luz de la teoría de Antonio Gramsci y, específicamente, de dos
nociones nodales de la misma, tales como hegemonía e intelectual[i]. El
andamiaje teórico del filósofo italiano será operativo no sólo para la reconstrucción
del mapa intelectual y de la función de los intelectuales orgánicos en su
interior, sino además para analizar las diferentes lecturas de Gramsci por
parte de los intelectuales, interpretaciones que dan cuenta, por otro lado, de los posicionamientos en el campo y frente
al/los poderes de turno. El universo conceptual gramsciano guiará no sólo la búsqueda de comprensión de
la realidad nacional por parte de los agentes del campo, sino además los modos
de construcción identitaria en tanto sentido de pertenencia a un colectivo, las narrativas que tejen
sobre sí y sus prácticas y los mecanismos de diferenciación y jerarquización
que producen a través del ejercicio intelectual.
En tal sentido, se pondrá énfasis en la
necesidad de “provincializar”[ii] el
arsenal teórico del filósofo, como así también en las operaciones
provincializadoras de los intelectuales en una configuración socio cultural
específica como lo es la Argentina contemporánea.
Partimos del presupuesto de que, si bien se rescatan la operatividad y
potencialidad de las categorías sociales y teóricas de la narrativa marxista,
las mismas deben ser desnaturalizadas, evidenciando su historicidad para
desarraigarlas del contexto europeo y resituarlas en el escenario social
nacional.
Nos proponemos rescatar conceptos claves
desarrollados por Gramsci para comprender la realidad actual, específicamente,
la lucha por el ejercicio de la hegemonía en el contexto nacional; el objetivo
es recuperar aquello que está vivo del
pensamiento gramsciano y desechar lo que no lo está, lo que permanece frente a
lo que constantemente cambia de toda realidad; fiel a la propuesta del
filósofo, se hará hincapié en la historia concreta, en las particularidades
nacionales y en las características del bloque histórico que se aborda.
Pensar el rol del intelectual en la Argentina actual, impone, como
condición previa, construir lo que Lauwrence Grossberg[iii] denomina una “historia política del presente”
(Grossberg, 2006) y analizar en qué medida, en dicha coyuntura, el campo
intelectual establece relaciones con el poder y produce, de acuerdo a los
vaivenes de dichas relaciones, reubicaciones en el interior del mismo campo.
Nos
proponemos abordar al campo intelectual como “una configuración de relaciones
constantemente abiertas a la rearticulación”, unidad relativa, en tanto y en
cuanto se re-sitúa y autodefine en una situación histórica concreta.
Para los estos “productores de bienes
simbólicos” , tener una posición política en la Argentina de hoy, supone
también una lucha sobre qué es la inteligibilidad y cuál es, en tanto palabra
legitimada para leer la realidad actual, su real función en el espacio público.
En ese sentido, tanto Carta Abierta como los grupos Foro
del Bicentenario, Aurora para una
nueva República, Intelectuales que apoyan a Hermes Binner, Los
Intelectuales del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, Plataforma 2012: Para la recuperación del
pensamiento crítico” o Argumentos
por una mayor igualdad, diseñan el mapa del campo intelectual argentino y
demarcan sus fronteras, en función de
cómo definen o se aproximan al concepto de intelectual en tanto categoría
identitaria[iv].
y, fundamentalmente, qué significa como sitio, rol, misión operativa en el todo
social. En la tradición teórica del término y sedimentado en el sentido común, subyace
el mandato según el cual el intelectual
debe situarse, desde el espíritu crítico y una posición
ética innegociable, del otro lado del poder.
Ahora bien, qué es lo ético para estas formaciones y dónde sitúa cada
una de ellas al poder hegemónico es lo que difiere y lo que determina tanto la
segmentación del campo como los criterios legitimadores de los diversos
sectores de la intelectualidad.
Sostenemos que el Grupo Carta Abierta constituye lo que Gramsci
entiende por intelectual orgánico, en este caso, al proyecto político del
gobierno kirchnerista.
Dicha formación será clave, pues
colaborará en la generación de una nueva hegemonía en el campo de la sociedad
civil, procurando elaborar una nueva visión del mundo que lucha por imponerse,
legitimarse y propagarse en el todo social.
El colectivo intelectual se asumirá a sí mismo como el modelo de compromiso
moral del rol intelectual, se hará cargo de la función de intervención en el
presente histórico, político; construirá su labor como el aporte pensante a las
fuerzas de cambio que pretenden “dejar atrás las fuerzas conservadoras en pos
de un nuevo bloque histórico, nacional y popular” (Gramsci, 1972)
Por otro
lado, sin embargo, y a partir del debate por la 125,[v]
los medios masivos de comunicación actuaron como los intelectuales orgánicos
del sector agropecuario y reprodujeron casi linealmente los discursos de la Mesa
de Enlace; en este punto, debemos destacar el papel que juegan los medios de
comunicación en la consecución del consenso espontáneo que las grandes masas de
la población dan a la dirección impuesta a la vida social por el grupo
dominante, entendiendo que en este caso, hubo una fuerte disputa entre el
gobierno nacional y la Mesa de Enlace por la obtención de dicho consenso.
En
tal sentido, y en la pelea por los significados en tanto “guerra de posiciones”
con el poder concentrado de los medios y sus estrategias de elaboración e
irradiación del sentido común, Carta
Abierta construirá su propio “relato”, como lo designan peyorativamente sus
críticos.
Asi, el enunciador colectivo Carta Abierta se erige en defensor de
la democracia, las instituciones y la legitimidad gubernamental que siente
amenazadas. Las cartas denuncian no al poder del Estado, sino al poder de los
medios de comunicación y su funcionamiento en la realidad económica argentina[vi].
Definen al foco de ataque como el grupo “agromediático”, significante de
una restauración
conservadora.
Para Carta
Abierta, es frente a este adversario que manipula la realidad que el campo
intelectual debe, desde su misión crítica, deconstruir la retórica de los
mensajes mediáticos y preservar la verdad de los acontecimientos.
El funcionamiento destituyente de los
medios es ilustrado con el rol que éstos cumplieron frente al conflicto del
campo y que se prolongó en las versiones conspirativas y falaces sobre el
proyecto oficial de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.
A
lo largo de los 17 documentos
-y de diferentes maneras- el grupo expone sobre el poder de los medios en el
ámbito económico, pero, fundamentalmente, denuncian otro poder: el que les
otorga el hecho de ser dispositivos que estructuran diariamente la realidad de
los hechos, que generan el sentido y las interpretaciones y definen la verdad
sobre los actores sociales y políticos.
A
partir del documento fundacional, el colectivo
alerta sobre los intereses de los medios, que exceden la pura búsqueda
del impacto y el rating y que
apuestan –desde la desinformación y la discriminación- a la gestación de
mensajes conformadores de una nueva conciencia colectiva reactiva.
Desde una visión -que podríamos
caracterizar como frankfurtiana- del poder alienante de los medios y negando
toda posibilidad de resistencia y resignificación por parte de los receptores,
el espacio lee en las estrategias comunicacionales la conformación de “un
sentido común ciego, iletrado, impresionista, inmediatista”, alimentan –dicen-
“una opinión pública de perfil antipolítico, desacreditadora del Estado como
interventor en la lucha de intereses sociales” (Carta 1, 1)
Es interesante la concepción que subyace
en los textos respecto de la relación significante/significado: una relación
natural -no arbitraria- que estaría distorsionada y velada por la derecha y el
grupo agromediático. La Carta 4 habla de una “inversión de los lazos naturales
que unen las palabras y las cosas”, de un “trastocamiento de los significados
por parte de los medios” (Carta 4, 9). La construcción del sentido no sería
social, sino mediática, una prerrogativa exclusiva de éstos.
Frente a esta “malversación lingüística” y
la degradación de lo real por parte de la retórica televisiva, Carta Abierta, mirada
lúcida-intelectual de la realidad, se asume como visión que restituye la verdad
de los hechos frente a la palabra
viciada de los medios.
Es en este laberinto que la misión
intelectual debe encontrar –como Ariadna- los hilos constitutivos de la verdad
histórico-social y desanudar el entretejido de un pasado nacional-popular.
La disputa por el significado, en torno al
significante hegemonía
En un artículo publicado en abril de 2011
en el diario Página 12, Beatriz Sarlo
lanza el controvertido sintagma “Batalla Cultural”, librada entre el
kirchnerismo y el “periodismo independiente” en la que el kirchnerismo habría
triunfado en el campo de lo simbólico gracias a una “impostura”, elaborada y
puesta en circulación por un dispositivo cultural oficialista, una suerte de
conjunto de Aparatos Ideológicos de Estado, constituido por diversas
formaciones de la sociedad civil, (desde canales de TV, revistas, diarios,
hasta blogueros y una constelación de
redes sociales).
En este texto disparador, cuyas hipótesis
más provocadoras serán desarrolladas en su libro La audacia y el cálculo, Sarlo recurre a Gramsci para leer, en la
estrategia kirchnerista, una operación de la
hegemonía en la que se juega a convencer elaborando un sentido común
funcional al poder gubernamental.
Posteriormente, en un artículo del Diario La Nación de 2012, Sarlo alerta a los poderes establecidos sobre el
peligro del avance de la “hegemonía cultural kirchnerista”, en términos
evidentemente gramscianos. Luego de describir las virtudes culturales de la
elaboración de un candombe que acompaña las movilizaciones kirchneistas,
llamado “Nunca menos” escribe:
Tengo,
por primera vez, la sensación de que así se expresa una hegemonía cultural no
simplemente en el vago sentido de llamar hegemonía a cualquier intento de
dirección de la sociedad, sino a una trama donde se entrecruzan política, cultura,
costumbres, tradiciones y estilos (Sarlo, 2011).
Pero aclara: “La hegemonía cultural no es
siempre una marca autoritaria: esto vale la pena aclararlo porque se la ha
venido confundiendo. Es posible pensar en una hegemonía democrática,
pluralista, como la que brevemente vivió la Argentina en los años ochenta” (Sarlo,
2011). Para la autora, la hegemonía cultural no es siempre autoritaria -como la
kirchnerista, se desprende-, puede ser democrática, como lo fue la
alfonsinista.
Así, desde los diversos espacios del campo
intelectual, se analizará la coyuntura kirchnerista teniendo como referente
legitimado y legitimante del campo, la propuesta teórica de Antonio Gramsci en
relación a la dirección moral e intelectual por parte de una configuración
ideológica y política preferencial.
María Pía López, miembro del espacio Carta Abierta, replicará a Sarlo la
utilización de un término como “batalla”, impregnado de connotaciones militares
y bélicas y por lo tanto, alejado de la idea gramsciana de hegemonía en tanto
lucha en el campo de lo simbólico. López recupera una lectura positiva del
concepto de hegemonía como operación legítima que le permite a un Nuevo Bloque
Histórico (el kirchnerismo) constituirse como tal en un enfrentamiento que
implica, simultáneamente, conflicto y conciliación. La autora
retoma la idea gramsciana de hegemonía no como imposición de un sector,
sino como la capacidad del mismo de “traducir, deglutir y retomar temas y
valores que no han surgido de él y que, sin embargo, por su mediación, pueden
generalizarse” (López, 2011). López inicia, a partir de esta réplica, una lucha
por la correcta interpretación de Gramsci -limitada al reducido espacio de la intelligentsia progresista- y denuncia
una “malversación” del concepto gramsciano de hegemonía. Postula que el kirchenerismo, en tanto
configuración hegemónica, lo que hizo, fue recuperar valores defendidos por
minorías históricamente subordinadas y excluidas, para convertirlos en política oficial.
Desde otro ángulo, el de la
intelectualidad de Izquierda, Eduardo Grünner recoge los argumentos de ambas
autoras para re-semantizar el concepto de hegemonía desde una interpretación
diametralmente distinta de la misma. Coincide en descartar el concepto de
batalla, para referirse a la política cultural, no por los mismos motivos de
López, sino porque considera que hablar de batalla en el campo cultural sería
algo así como una redundancia, un pleonasmo: la cultura es un campo de batalla
perpetuo, no una uniformidad armónica y unitaria.
Contestando a las dos autoras, interpreta
el concepto de hegemonía como una atribución de la construcción
nacional-popular, conducida por las masas trabajadoras y sus aliados
independientes, pero nunca en manos del Estado y al margen de las clases
dominantes cómplices de éste:
La hegemonía por la que
aboga Gramsci no es entonces la del Estado (eso es, en el mejor de los casos,
una forma de “revolución pasiva”), sino la de la construcción “nacional-popular”
(son palabras del propio Gramsci) conducida por las masas trabajadoras y sus
aliados independientemente del Estado y las clases dominantes. Esa
construcción, que en una primera etapa es contrahegemónica, tiene que partir,
obviamente, del “sentido común” realmente existente, que incluye “lo que no
viene de las propias filas” (por eso la hegemonía la tiene el otro), pero lo
hace para desarrollar su propia búsqueda de hegemonía […] Supongamos –es un
decir– que la sociedad acepte que el centro de la “batalla cultural” está
ocupado, no por el conflicto entre las clases, sino por dos contendientes
llamados “Estado” y “Mercado”, como si en la sociedad capitalista el Estado
nada tuviera que ver –y más aún, fuera el antagonista “irreconciliable”– con
los resortes del poder económico. Si una sociedad cree eso, es porque hay,
ciertamente, “hegemonía”, pero no precisamente la que desearía un Gramsci o un
Bajtin (Grüner, 2011)
El debate constituye una lucha acerca de
las significaciones, lucha en la que el signo –como lo afirma Stuart Hall [vii]
(en este caso, el signo hegemonía), abierto a diferentes tonos y entonaciones,
habla del lugar ideológico de los productores de bienes simbólicos y cómo éstos
se sitúan en el interior del campo intelectual y en relación al campo de poder.
(Hall, 1980)
La lucha, la verdadera “batalla”, en este
caso, es por la interpretación de la palabra gramsciana y consiste en disputar
la legítima acepción de la misma: qué es
para cada actor del campo la hegemonía y cuál es la clase que debe apropiarse
del poder hegemónico en la coyuntura actual, da cuenta de la distancia o
acercamiento de los intelectuales al kirchnerismo. La hegemonía como –peligrosa- arma cultural
utilizada por el gobierno, la hegemonía como legítima
arma para recuperar las voces y demandas de las clases subordinadas o la
hegemonía como arma a la que deben
aspirar las clases populares, siempre antagónica del Estado.
Son tres lecturas de Antonio Gramsci,
acotadas al campo intelectual, dirigidas a los miembros del mismo como los
–únicos- interlocutores validados por su formación académica
e impelidos por una toma
de posición ideológica frente al poder gubernamental.
Por otro lado, el diferente abordaje del
tema de la hegemonía les sirve, a los actores del campo para autodefinirse como
sujetos intelectuales, construir sus identidades, interpelar, ser interpelados
y posicionarse frente al OTRO.
Podemos concluir que la disputa por los
significados, ejemplificada en este caso con la palabra hegemonía en tanto
significante que es un punto nodal en el imaginario intelectual
pero que al mismo tiempo se abre a la polisemia, da cuenta de la dinámica
constitutiva de la formación hegemónica: campo de articulaciones antagónicas,
que no son estables sino contingentes, se reorganizan constantemente, y en el
que las relaciones de clase tienen un fuerte carácter simbólico; las luchas por la hegemonía,
en las que los intelectuales cumplen un rol fundamental, están cargadas de
sentido y constituyen el escenario en el que se disputan el sentido y la
significación.
NOTAS
[i] Ahora bien, al hablar de
hegemonía, resulta necesario detenerse en la caracterización de esta noción. En
Gramsci, el concepto adquiere un rol fundamental en el análisis de una
coyuntura determinada, al señalar que la hegemonía consiste en la dirección política,
económica y cultural de un grupo sobre
el conjunto de la sociedad, grupo que logra generalizar su concepción del mundo
de modo tal que el resto de la población considere que es legítimo que esto sea
así, siendo que este consentimiento pasa por la creencia consciente en que esa
es “la” concepción del mundo válida y no por el deseo en sostener esta
dominación.
Una de las
principales características del poder hegemónico es que actúa mediante el
consentimiento de los grupos o clases subalternas, quienes lo consienten porque
suponen que este poder tiene en cuenta los intereses y tendencias de los grupos
sobre los cuales se ejerce la hegemonía. Asimismo, el poder hegemónico se
constituye como cuerpo de prácticas y expectativas en relación con la totalidad
de la vida social, tomando la apariencia de lo natural.
Es importante remarcar que no se trata de un concepto
unívoco, sino que siempre implica resistencias y reapropiaciones e incluye
tanto el consenso de las poblaciones a su dominación como la coerción en pos de
lograr esa supuesta unidad de intereses.
Para este trabajo es fundamental tener en cuenta que
la hegemonía no puede entenderse en un sentido unidireccional sino que
diferentes fracciones del “grupo fundamental dominante” presentan distintas
alternativas hegemónicas, las cuales son permanentemente puestas en cuestión
por las clases subalternas, dando por resultado el que varios discursos
circulen en la sociedad. La relación, el equilibrio entre consenso y coerción
es lo que da a la hegemonía su carácter dinámico, por lo tanto es posible
afirmar que la hegemonía es creada y re-creada constantemente.
La elección de la noción de hegemonía en el presente trabajo es clave,
pues responde a un modo de concebir las
transformaciones históricas como dinámicas siempre asociadas al desarrollo de
estrategias de creación de consenso ante la existencia de procesos de
cuestionamiento y resistencia a lo establecido.
Si la hegemonía se produce y reproduce a través de la
construcción de consensos como de acciones coercitivas, en este caso, nuestro
foco estará puesto en el primero de los aspectos, aquel en el cual los
intelectuales son llamados a intervenir. En este sentido, intentaremos
abordar la construcción hegemónica en tanto proceso dinámico asociado
a la relación activa existente entre los intelectuales y el ambiente cultural
que pretenden modificar. La
coyuntura argentina actual, en tanto bloque histórico, precisa una unidad
intelectual y una ética que se correspondan con una concepción de lo real. Los sectores
que se disputan el poder requieren de
intelectuales, es decir, de un estrato de personas “especializadas” en
la elaboración conceptual y filosófica, dedicadas a desarrollar las relaciones
entre estructura y superestructuras, elaborando y administrando estas últimas.
El análisis del campo
intelectual argentino contemporáneo no constituye un estudio de personas
individuales sino más bien de organizaciones, instituciones y medios de
comunicación que a través de múltiples personas y nombres realizan una labor
fundamental para la construcción y pervivencia del consenso de la mayoría de la
sociedad en torno a un cierto proyecto político.
[ii]
“Provincializar Europa” va más allá como proyecto teórico, dado que
propone comprender la radical contextualidad de las categorías y los conceptos
propuestos. Esto no remite a un
nativismo teórico ni a una forma cualquiera de parroquialismo, sino a la
convicción de que existen fuertes y tradicionales cosmopolitismos periféricos
que requieren acentuar la crítica al eurocentrismo y el colonialismo del saber
(Quijano, 2000) para comprender su propia situacionalidad” (Grimson, 2011).
iii
“Una coyuntura es la descripción de una formación social como fracturada
y conflictual, a lo largo de múltiples ejes, planos y escalas, en una búsqueda
constante de equilibrios provisorios o estabilidades estructurales mediante una
variedad de prácticas y procesos de lucha y negociación. […] Una coyuntura
describe el complejo terreno históricamente específico que afecta –pero de
maneras desiguales- una formación social específica en su conjunto”.
(Grossberg, 2006)
[iv] Así, en un
contexto histórico específico una sociedad tiene una caja de herramienta
identitaria, un conjunto de clasificaciones disponibles con las cuales sus
miembros pueden identificarse a sí mismos e identificar a los otros. Algunas de
esas categorías son antiguas, otras son emergentes, algunas fueron fabricadas a
su interior, otras han viajado desde lugares remotos.
Las características
de esa caja de herramientas identitaria ofrecen un panorama acerca de cómo una
sociedad se piensa a sí misma y cómo sus miembros actúan en relación a otros.
Las categorías disponibles tienen distinta relevancia social. No se trata
simplemente de que un término sea lingüísticamente comprensible, sino de que
tenga potencia identificatoria. (Grimson, 2011)
[v] “Lo que se dio en llamar el “conflicto
campo-gobierno comenzó el día 11 de marzo de 2008, cuando el Senado de la
Nación, contando con el voto “no positivo” del vicepresidente Julio Cobos,
rechazó el Proyecto oficial de retenciones. Si bien con esta decisión no se
pudo destrabar el lock out patronal,
los cortes de ruta y demás manifestaciones de protesta, lo cierto es que la
tensión continuó y aún continúa aunque en la actualidad no tenga un fuerte impacto directo en la cotidianeidad de
la clase media urbana” (…) “partiremos de la idea de que la disputa por las
retenciones móviles actuó como punto de partida de un proceso en el cual se
puso en juego la definición sobre el modelo de Estado-Nación en Argentina,
generándose de este modo una disputa por la dirección del Estado” (Esteve,
2011)
[vi] Es interesante, en este punto, el
viraje que el discurso intelectual orgánico al gobierno imprime al sentido de
opinión pública tal como lo había definido Jürguen Habermas: recordemos que el
autor otorga un rol preponderante a la prensa en la conformación de un espacio
público que posibilita el debate crítico y racional entre los ciudadanos; el
uso público de la razón actúa, en Habermas como un antídoto frente al secreto
de la res pública y un arma defensiva
que controla al gobierno, protegiendo, de ese modo, a la sociedad del Estado.
En su propuesta teórica, la prensa, escenario de la opinión pública, actúa como
nexo entre la sociedad civil y el Estado.
Como
contrapartida, Carta abierta postula
al intelectual como figura mediadora entre sociedad civil y Estado, planteado
éste no como el poder ante el cual hay que defenderse sino como posibilidad de
representación y concreción de las demandas sociales. Es el intelectual
orgánico al proyecto nacional y popular el que actuará como mecanismo defensivo
ante el poder mediático. El
medio prensa no es, en este caso, el espacio de la objetividad racional
y neutra del cual surge el consenso sino
otro modo de violencia, el de la persuasión dirigida en función de intereses
hegemónicos.
En
la línea de Ernesto Laclau, los intelectuales develan la falacia de una
neutralidad que estaría más allá y por encima de intereses políticos; la
oposición política y sus intelectuales orgánicos formarían parte del
antagonismo constitutivo de toda formación discursiva en la lucha por la
legitimación de los significados.
[vii] Afirma
Hall: “En este nivel, claramente se contraen relaciones del signo con un
universo de ideologías en la sociedad. Estos códigos son los medios por los cuales el poder y la ideología
significan en los discursos particulares. Ellos remiten los signos a los “mapas
de significados” en los cuales cualquier cultura está clasificada; y estos
“mapa de realidad social” tienen un amplio espectro de significados sociales,
prácticas, usos, poder e intereses “escritos” en ellos. Los niveles
connotativos de significación, como subraya Barthes, “tienen una estrecha
comunicación con la cultura, el conocimiento, la historia, y es a través de
ellos que el contexto, en torno del mundo, invade el sistema lingüístico y
semántico: ellos son, fragmentos de ideología”
BIBLIOGRAFÍA
Della Rocca, Mario. Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnersimo. Buenos
Aires: Editorial Dunken, 2013.
Esteve, Marisol, “Todas las voces, todas”:
¿todas? Discurso hegemónico en el conflicto campo-gobierno por las retenciones
móviles en 2008. En: Galafassi, Guido (Comp.). Ejercicios de hegemonía. Lecturas de la
Argentina contemporánea a la luz del pensamiento de Antonio Gramsci. Buenos
Aires: Ediciones Herramientas, 2012
Gramsci, Antonio. Cuadernos de la cárcel. México: Ediciones Era de la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, 1981.
Gramsci, Antonio. El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Buenos
Aires: Nueva visión, 1971.
Gramsci, Antonio. Los intelectuales y la organización de la cultura. Buenos Aires:
Nueva Visión, 1972.
Grünner, Eduardo. “¿Qué clase de batalla (s) es la
batalla cultural?”. Página 12, 11 de
junio, (2011) p.12.
Hall, Stuart.“Codificar y
decodificar”. Culture, Media y Lenguaje. (Traducción Carlos Rusconi y Ariadana
Cantú. Dpto. de Ciencias de la Comunicación, Universidad Nacional de Río
Cuarto), Hutchinson, London: 1980. p. 20-29.
Laclau, Ernesto y
Mouffe, Chantal. Hegemonía y estrategia
socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Buenos Aires: Fondo
de Cultura Económica, 2004.
López,
María Pía. “Batallas y hegemonías”. Página 12. 30 de abril (2012): 10.
Sarlo, Beatríz. La audacia el cálculo. Kirchner 2003-2010.
Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 2011.
“La Batalla cultural”.
Página 12. Buenos Aires 29 de abril (2011): p.12
“Hegemonía cultural
del kirchnerismo”. La Nación. Buenos
Airres, (2012): p.16.
______________
Título: “La opinión pública, ¿un significante
vacío?”
Autor: Dra. María Marta Luján- Universidad Nacional
de Tucumán- Universidad Nacional de Salta, Sede Regional Tartagal
e-mail:
mariamar106@hotmail.com
El trabajo procura realizar un rodeo sobre
la noción de opinión pública, con el fin de desencializarla, desnaturalizarla y
asumirla como un concepto históricamente situado y socialmente construido. En
ese sentido, nuestra propuesta procura deconstruir dicha noción en tanto punto
nodal discursivo, institucionalizada en un momento determinado, pero
contingente.
Abordaremos
a la opinión pública como un “significante vacío”, siguiendo a Ernesto Laclau,
quien sostiene que, en ciertas configuraciones sociales hay términos
polisémicos, que pueden inscribirse en proyectos hegemónicos distintos –incluso
opuestos- y en pugna, pueden participar a
la vez de dos o más formaciones discursivas en tensión, son
“tendencialmente vacíos”. (Laclau, 2013:12)
Al realizar una genealogía del concepto de
opinión pública, se evidencia su carácter flotante, su no fijación estable a un
sentido y su fijación relativa a una determinada relación hegemónica. Los
abordajes teóricos dan cuenta de las modulaciones ideológicas en las que el
término está anclado.
En tal sentido, este trabajo seguirá la
propuesta de Ernesto Laclau, quien, por un lado, discute la idea habermasiana
de la transparencia de una opinión pública como espacio pleno, transparente,
exento de antagonismos, pero por el otro, también toma distancia de la
apocalíptica visión de Pierre Bourdieu, para quien la opinión pública “no
existe”, es pura impostura que responde a intereses de los poderes dominantes y
en la que la verdad de éstos deviene la verdad de todos.
En
Laclau, por el contrario, hay una recuperación del concepto, que, si bien
también es leído desde el enfrentamiento antagónico de fuerzas en disputa,
existe como posibilidad deliberativa, pero no en el sentido de Habermas, como
consenso plural, sino desde la perspectiva de una lucha por la hegemonía, y,
por lo tanto, de articulación hegemónica. Laclau apuesta a las potencialidades de
la opinión pública como un espacio
clave para la radicalización democrática.
El ineludible punto de partida para hacer
una genealogía de las nociones de espacio y opinión públicos, es Jürguen
Habermas, en su libro Historia y crítica de la opinión pública,
donde la opinión pública es abordada como
un nexo entre la sociedad civil y el Estado. El autor analiza la emergencia de
la opinión pública burguesa en los siglos XVII y XVIII; siguiendo a Kant,
Habermas define a la opinión pública
como el espacio del uso público de la razón y el uso de la lógica argumentativa
para tratar de defender una posición o procurar llegar a algún tipo de
entendimiento a través del intercambio. Así, el uso público de la razón es el
ámbito en donde queda excluida la fuerza como modo de persuasión. La
legislación debe basarse en la ratio; el uso público de la razón debe combatir
el secreto de Estado, controlar el gobierno, quien a su vez debe someterse a
los debates públicos racionales. La opinión pública tiene la función de
defender a la sociedad del Estado. Como en Kant, la opinión pública/esfera
pública es un “nexo” o colchón entre sociedad civil y Estado. La esfera pública
burguesa de Habermas, es igualitaria e incluyente, accesible a todos en un
mismo plano social:
Este ámbito que Habermas describe como la esfera pública burguesa tiene
dos características: es igualitario e incluyente: igualitario en el sentido de
que las diferencias de status se ponen entre paréntesis en la esfera pública. E
incluyente porque quien quiera participar puede hacerlo. La esfera pública para
Habermas se sostiene o se destruye sobre la base del acceso universal. (Biglieri
y Perelló, 2013:101).
Sin embargo, Habermas marca un momento
de decadencia de la esfera pública tal como había funcionado en sus inicios y,
fundamentalmente, a través de la prensa como medio. Dicho momento de decadencia
es identificado por el autor con la politización de la esfera pública, la emergencia
del movimiento obrero y en la medida en que el Estado asume tareas que hasta
entonces solo competían a la sociedad; es el momento en que se desdibujan los
límites entre el Estado y la sociedad y que él entiende como el momento de la feudalización
de la política. La voluntad general es impregnada y erosionada por voluntades
individuales o corporativas.[1]
Si en un primer momento la prensa había servido como “caja de resonancia”, que
amplificaba los debates críticos racionales, en la etapa de la “feudalización”
decae, porque se convierte en un instrumento al servicio de los grupos de
interés; se direcciona el sentido de los debates y se moldea a gusto la opinión
pública; ya no hay más opinión pública como el producto del debate crítico racional,
lo que tenemos es mera publicación de resultados de encuestas, marketing y
lobby político.
Quizás
éste sea el punto donde podemos establecer un
contacto con la teoría de la opinión pública de Pierre Bourdieu: lo que
para Habermas es una etapa de decadencia, de feudalización, politización y
marketing de una opinión pública que hasta el siglo XIX había funcionado como
control al poder político, en Bourdieu aquellas características subyacen a la
noción misma de opinión pública, que, para el sociólogo, no es otra cosa que
una falacia. Concluye afirmando que “la opinión pública no existe” (Bourdieu, 1972:
7)
Bourdieu
desenmascara a la noción de opinión pública que, bajo la apariencia de la
universalidad, es un significante que se invoca para legitimar el discurso de
unos pocos. La opinión pública, según el autor, -con las encuestas como
instrumentos de medición- impone de antemano las respuestas, respuestas
pautadas y producidas ya en las mismas preguntas. Se trata, en realidad, de la
opinión autorizada, eficiente, en la que la verdad de los dominantes aparece
como la verdad de todos. El que está autorizado a hablar produce ese efecto de
verdad, y de ese modo se da existencia a lo que se expresa como interés común.
Así, la construcción de la opinión pública produce simultáneamente un discurso
y la creencia en la universalidad de ese discurso, que operará como garantía de
los actos de aquellos que lo producen. No se trata de ese espacio igualitario,
incluyente, de intercambio de subjetividades en el debate horizontal, como el
espacio público habermsiano; en Bourdieu -y desde su teoría de los campos como
espacios de tensión y lucha- , la opinión pública no es la opinión de todos, y no todas las
opiniones tienen el mismo peso; existen distintas competencias políticas y no cualquiera puede
producir ni emitir opiniones. Elegir opiniones es elegir entre grupos de
opinión que ya están constituidas. No hay posibilidad de un consenso sobre los
mismos temas, que por otra parte, son construidos como problemas ligados a una
determinada coyuntura y que responden y están subordinados a intereses
políticos particulares. De ese modo, las encuestas de opinión son un
instrumento de acción política. Se impone la ilusión de que existe una opinión
pública como sumatoria puramente aditiva de opiniones individuales que daría
como resultado una opinión nueva; se construye la idea de que hay una opinión
unánime y de ese modo se legitima una política y se refuerzan las relaciones de
fuerza que la sostienen o hacen posible. Lo que se produce, entonces, es un
efecto de consenso. Las problemáticas dominantes son en realidad las problemáticas
que les interesan a las personas que detentan el poder y quieren estar
informadas sobre los medios de organizar su acción política.
Bourdieu concluye que la opinión pública es
un artefacto cuya función última es disimular que el estado de opinión en un
momento dado es un sistema de fuerzas, de tensiones. La ejecución de la fuerza
va acompañada de un discurso cuyo fin es legitimar la fuerza del que la ejerce.
La opinión pública son fuerzas y las
relaciones entre opiniones son conflictos de fuerzas entre grupos.
También
en este el punto podríamos relacionar la
postura de Bourdieu con la de Laclau, quien deconstruye el concepto clásico,
habermasiano de opinión pública y lo devela como un campo discursivo (no
paralelo, sino constitutivo de las luchas de clases) y como un escenario de batalla, de
enfrentamiento entre fuerzas por legitimar determinados valores. Para el
filósofo, la realidad está constitutivamente construida por discursos, marcados
por sus significantes, determinados por una retórica y una gramática, lo que
constradice toda idea de una “fuerza original e inmanente” que se pueda
representar directamente.
Como
Bourdieu, Laclau desenmascara a las
pretendidas objetividad y neutralidad como intereses disfrazados de
determinadas posiciones políticas. También, como el sociólogo francés, Laclau
descree de un consenso plano, racional, transparente, y asume el antagonismo
como constitutivo de la política. Frente a la heterogeneidad irreductible,
frente a esta “diferencia” imposible de cancelar, se articula el momento
político que él llama hegemónico. De
hecho, Laclau lee a la opinión pública desde una categoría central en su
teoría, la de hegemonía, que toma del arsenal teórico de Antonio Gramsci. La
hegemonía –lógica constitutiva de la política- implica “una relación de entidades en la que
una fuerza social particular asume la representación de una totalidad, de una
universalidad, inconmensurable con ella” (Laclau, 2014:10); la articulación
entre fuerzas, en la hegemonía, es contingente, siempre reversible. No hay una
ley necesaria de la Historia, como lo quería la visión teleológica del marxismo
clásico. La opinión pública es, desde el vamos, un espacio político, no
escindido y a contrapelo de ella; no habría una instancia no política de la
opinión pública y otra política, que hubiese desencadenado su decadencia, como
lo veía Habermas. Lo político, en Laclau, es una ontología de lo social, el modo
privilegiado en que el mismo se constituye, no una superestructura ni un
subsistema de la realidad.
Para
Laclau, el espacio de la opinión pública es un orden sedimentado, producto de un
determinado momento de institución. El autor abandona la idea de neutralidad y de
que el espacio público burgués se haya
constituido por afuera de cualquier antagonismo:
Si tal como lo afirma Habermas, la esfera pública se conformó como ámbito del debate
crítico racional en oposición a la autocracia del absolutismo, debemos agregar
que también se formó al calor de una burguesía naciente que reprimía los
movimientos populares. Por lo tanto, la esfera pública burguesa, como cualquier
otra formación social, nunca se constituyó exenta de antagonismos. (Biglieri y
Perelló, 2013:107).
Laclau
sostiene la necesidad de remarcar el carácter estrictamente contingente de la
esfera pública burguesa; la misma –sostiene- no se configuró a la luz de
grandes principios generales del uso público de la razón, sino a través de
antagonismos; es el producto de la correlación de fuerzas que se impuso en un
determinado momento, históricamente dado, espacialmente ubicado, por lo tanto,
nunca dado de una vez y para siempre.
Laclau,
como Habermas, critica el modelo agregativo de democracia y reconoce el modo en
que las identidades políticas son
construidas y reconstruidas a través del debate en la esfera pública; también
coincide con la necesidad de tener en cuenta la pluralidad de voces y en el
requerimiento de una ampliación del campo de las luchas democráticas.
El
punto clave de diferenciación en relación a la propuesta de Habermas, estaría
dado por el papel central que la noción de antagonismo desempeña en Laclau,
antagonismo que cierra la posibilidad de una reconciliación final, de un
consenso racional, de un nosotros puramente inclusivo.
Para
Laclau, una esfera pública dominada enteramente por la argumentación racional donde
el sujeto desaparece en la enunciación de los medios de comunicación para
volverse parte de la “gente”, es una imposibilidad. Sin conflicto, sin
división, una política pluralista y democrática sería imposible. Creer en la
resolución final de los conflictos pone en peligro al proyecto democrático,
porque el antagonismo es la condición de posibilidad del juego democrático. El
consenso de Laclau no es el de Habermas, una realización plena, sino el
resultado de una articulación hegemónica, luchas discursivas por los sentidos
políticos. No se trata de la pluralidad como pura presencia, sino de la
pluralidad como antagonismo.
La objetividad
y la neutralidad (también significantes flotantes, vacíos), como resultado del
debate racional a cargo de sujetos críticos, libres, son nociones deconstruídas
por Laclau y develadas como pura contingencia; las mismas son el resultado de
una exclusión violenta, la exclusión violenta a través de un acto de poder, de
las distintas alternativas que estaban abiertas:
Lo instituido tiende a asumir la forma de una presencia objetiva; éste
es el momento de la sedimentación. Las formas sedimentadas de la objetividad
son prácticas institucionalizadas. La sedimentación es el resultado del
esfuerzo por domesticar las diferencias. Es sutura de una estructura dislocada).
(Biglieri y Perelló, 2013:106).
El
poder neoliberal es una dominación que se disimula como consenso, y deviene
naturalización de sus mecanismos, disfrazando su ideología bajo la forma del
“fin de la ideología”. “No admite
ninguna brecha, ninguna heterogeneidad inicial, se presenta con la potencia de
representar todo y llevar todas las singularidades y las diferencias a la
totalidad del circuito circular de la Mercancía” (Aleman, 2015: 30).
Por
otro lado, la opinión pública no es concebida como un espacio que debe ser
defendido de los embates del Estado, como en Habermas, sino como un espacio
también a ser defendido de las embestidas de los privados o intereses
corporativos -los grandes grupos concentrados- para sostener la soberanía
popular y para defender la democracia, radicalizándola.
Los gobiernos populistas consideran y plantean
al Estado como un espacio en el cual pueden inscribirse y satisfacerse diversas
demandas populares, y no el enemigo del cual el pueblo o la sociedad tienen necesariamente
que defenderse.
Así,
desde este enfoque, el espacio de la
opinión pública es el lugar de la puesta en escena de la disputa con los grupos
económicos concentrados, y en donde no sólo las decisiones del Estado deben
hacerse visibles y someterse al juicio público, sino también la de aquellos
privados o grupos corporativos que afectan los intereses de la nación en cuanto
tal: “En contextos de gobiernos populistas, el espacio de la opinión pública
necesariamente también ha devenido el de la “verificación de la igualdad”
(Biglieri y Perelló, 2013:112).
Frente
a la mirada apocalíptica de Bourdieu, y de los relatos posmodernos que plantean
el fin de la Historia, Laclau recupera
la noción de espacio público como el lugar del debate deliberativo de
los ciudadanos libres. Su teoría constituye una apuesta (sin garantías, en
tanto pura contingencia): una realidad cultural, política y social dominada por
el mercado y el neoliberalismo, solo puede ser afectada por una transformación
profunda en las relaciones de poder. El objetivo de su propuesta teórica, filosófica,
pero fundamentalmente intervención política, es el establecimiento de una nueva
hegemonía, la re-articulación de las fronteras políticas, de nuevos
antagonismos para la radicalización de la democracia por la igualdad y la
libertad.
A
contrapelo de las teorías posmodernas de pluralidad de juegos de lenguaje
inconmensurables, pero revisando -desde el interior del marxismo- la “metafísica” de la revolución y sus leyes
históricas, propias del marxismo canónico,
Laclau apuesta a la hegemonía como articulación de diferencias que nunca serán
anuladas. La posibilidad emancipatoria de la ruptura populista (fuerza política
transformadora, reactivación de lo instituido) es posible. La hegemonía
imperante, que es solo una configuración histórica de las relaciones de poder,
puede ser desafiada:
(…) existen diferentes
superficies de inscripción donde lo político-hegemónico, de modo contingente,
puede hacer advenir un sujeto popular y soberano. Un sujeto interpelado por
aquellos legados simbólicos que lo preceden y por las demandas de distintos
sectores explotados por las oligarquías financieras. Estas demandas singulares
se caracterizan porque no pueden ser absorbidas por la arquitectura
institucional dominante. Las demandas no satisfechas institucionalmente son el
punto de partida, pero sólo el punto de partida, para que las diferencias
ingresen a una lógica equivalencial. (Aleman,
2015: 30).
La
apuesta –la utopía de Laclau- reside en identificar al adversario, desde la
aceptación del carácter inerradicable del antagonismo; consiste en restaurar la
centralidad de lo político como el único lugar posible frente a la tiranía de
lo económico y su proyecto de deshistorización y desimbolización que el
neoliberalismo comporta. Significa volver a la lucha por la hegemonía.
Bibliografía:
Aleman, Jorge, “Hegemonía y poder neoliberal” en:
diario Pagina 12, Suplemento
Psicología. Buenos Aires, 23 de abril de 2015.
Biglieri,
Paula y Perelló Gloria, “Gobiernos populistas, medios de comunicación y
antagonismo. Una reflexión teórico-política” en Revista Debates y combates, Nº 5, Año 3. Buenos Aires, Universidad San
Pablo T, Casa del Pueblo y FCE, Julio-agosto de 2013. Pags. 95-113.
Bourdieu, Pierre, “La opinión pública no existe” Conferencia
impartida en Noroit (Arras) en enero de 1972 y publicada en Les temps modernes,
no. 318, enero de 1973, pp. 1292-1309. Versión
en línea:sociologiac.net/biblio/Bourdieu_OPE.pdf.
Della
Rocca, Mario, Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnersimo. Buenos
Aires, Editorial Dunken, 2013.
Galafassi,
Guido (Comp.), Ejercicios de hegemonía. Lecturas de la Argentina contemporánea a la
luz del pensamiento de Antonio Gramsci. Buenos Aires, Ediciones
Herramientas, 2012.
Habermas,
Jürgen. “Sobre el concepto de Opinión Pública” en Historia y crítica de la Opinión Pública. Barcelona, GG Massmedia, 1995.
Laclau,
Ernesto, “Argentina: anotaciones preliminares sobre los umbrales de la
política” en Rev. Debates y combates, Nº
5, Año 3. Buenos Aires, Universidad San Pablo T, Casa del Pueblo y FCE.
Julio-agosto de 2013, pags. 7-18.
Laclau,
Ernesto y Mouffe, Chantal, Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una
radicalización de la democracia. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
2004.
[1][1]
Se relaciona con el
concepto de voluntad general propuesto por Rousseau: ella solo es posible a
través de la plena presencia del pueblo deliberando en la asamblea y supone un
sustrato común en la medida en que solo puede desear lo que el conjunto de los
ciudadanos concebiblemente pueda desear y rechaza la formación de asociaciones
parciales en su seno. Sería lo contrario a la voluntad corporativa o a la
voluntad individual. (Biglieri y Perelló, 2013: 103).
Ficha de cátedra sobre el texto “Modernidades y destiempos latinoamericanos” de Jesús Martín Barbero
Elaborada
por la Prof. María Marta Luján
El autor inicia el texto con la siguiente
afirmación:
“Ligada al proyecto de constituirse en
naciones, América Latina exige ser pensada desde la heterogeneidad e hibridación de temporalidades de que
están hechas sus sociedades y sus pueblos”.
Desde la importancia que Barbero
confiere a la dimensión sociocultural, piensa a América Latina como una
diferencia, que no puede ser analizada a la luz del modelo hegemónico
europeo-norteamericano, ni únicamente desde el ámbito de las prácticas
económicas y políticas; (Pensar en las observaciones de
Daniel Mato en relación a la fetichización). pues en los mundos de las mayorías, las transformaciones remiten
a la persistencia de estratos profundos de la memoria (lo sedimentado en Canclini, lo residual en Williams) sacadas a la superficie por las
alteraciones bruscas de la alteración modernizadora. (la modernidad-mundo de Ortíz)
En el texto, Barbero propone
re-considerar el sentido de lo universal, tanto el de la Ilustración como el de
la Globalización.
La idea de desarrollo (acuñada en los
años 60`) implicaba la superación y negación de todas las particularidades de
los países del Tercer mundo. Desarrollarse suponía la universalización de una
particularidad: la europea; se conservaba la idea de emancipación de la
Ilustración, pero se dejaba de lado lo que ese proyecto racionaliza de
expansión y dominación.
Del mismo modo, el etnocentrismo del
relato enfermo de la Globalización, nos exige cuestionar a la misma, pues, en
lugar de unir, unifica. Barbero invita a cuestionar la reflexión posmoderna,
que piensa la diferencia como fragmentación, que es lo contrario a la
diversidad, y a la interacción en que se sostiene y teje la pluralidad. Relacionar con la propuesta de Grimson sobre
interculturalidad.
Se
impone, para el autor, contraponer a esos relatos una universalidad descentrada
y plural que recupere el proyecto emancipador de la Ilustración, pero sin
imponer como requisito la igualación con la civilización norteamericana o europea,
que lee a nuestra modernidad solo como una deformación o degradación de la
verdadera.
Frente
a la idea de una Modernidad UNA, Barbero prefiere hablar de Modernidad plural o de Modernidades. Propone
pensar la crisis de la modernidad desde nuestro particular malestar con/en la
modernidad.
Lo que
especifica más profundamente la heterogeneidad de América Latina es su modo
descentrado, desviado, de inclusión y apropiación de la modernidad.
Barbero
invita a superar las imágenes de un modelo europeo como homogeneidad, pureza,
plenitud y de los latinoamericanos como parodia, desplazamiento de esa
plenitud. Tampoco –aclara- la modernidad en Europa fue un proceso unitario,
integrado y coherente.
Su
visión, entonces, parte de dos postulados:
1- La Modernidad no es lineal ni resultado de la
cultura de la modernización socio-económica, sino el entretejido de múltiples
temporalidades y mediaciones sociales, técnicas, políticas y culturales.
2-
Se cuestionan los modelos que oponen irreconciliablemente tradición y
modernidad: ya sea porque entienden a la modernización como superación del
atraso o porque proponen el retorno a las raíces y denuncian a la modernidad
como simulacro.
La modernidad se inscribe como dislocamiento
y desviación, forma parte de la tradición.
Para Barbero, es a partir de los años 50’ y
60’ que se produce el desarrollo más vasto y denso de la modernización en
América Latina; dicho proceso se hallará vinculado al desarrollo de las
industrias culturales. En esos años se produce:
·
La diversificación y afianzamiento del crecimiento económico.
·
La consolidación de la experiencia urbana.
·
La ampliación de la matrícula escolar y
la reducción del analfabetismo.
·
La expansión de los medios masivos y la creación de la industria
cultural
·
El descentramiento de las fuentes de producción de la cultura, desde la
comunidad a los aparatos especializados.
·
La sustitución de las formas de vida elaboradas y transmitidas
tradicionalmente por estilos de vida conformados desde el consumo.
·
La secularización e internacionalización de los mundos simbólicos.
·
La fragmentación de las comunidades y su transformación en públicos
segmentados por el mercado.
La modernidad entre nosotros –concluye
Barbero- resulta una experiencia
compartida de las diferencias, pero dentro de una matriz común, proporcionada
por la escolarización, la comunicación televisiva, el consumo continuo de
información y la necesidad de vivir conectados en la ciudad de los signos.
A su vez, Barbero propone romper con las
exclusiones y los compartimentos –en un movimiento de integración y
diferenciación- pues la modernidad
genera hibridaciones entre:
-
Lo autóctono y lo extranjero
-
Lo popular y lo culto
-
Lo tradicional y lo moderno
-
El arte y el folclor
-
El saber académico y la cultura industrializada
-
El trabajo del artista y el del artesano
Estos órdenes deben ser redefinidos por la
lógica del mercado.
El tradicionalismo de las elites letradas
nada tiene que ver con el de los sectores populares.
En el modernismo se encuentran -convocadas
por los gustos que moldean las industrias culturales- parte de las clases altas
y medias con la mayoría de las clases populares.
La modernidad latinoamericana está cargada de
componentes premodernos y se hace experiencia colectiva gracias a los cambios
sociales perceptivos posmodernos.
La Posmodernidad, en lugar de venir a
reemplazar, viene a reordenar las relaciones de la modernidad con las
tradiciones.
La Posmodernidad consiste en asumir la
heterogeneidad social como valor e interrogarnos por su articulación.
La Posmodernidad en América latina es menos
cuestión de estilo que de cultura y de política.
El desafío, para Barbero es cómo desmontar la
separación
que atribuye a la elite un perfil moderno
que recluye lo popular a los sectores
populares
que coloca la masificación de los bienes
culturales en las antípodas del desarrollo cultural
que propone al Estado dedicarse a la
conservación de la tradición
que permite adherir fascinadamente a la
modernización tecnológica (mientras)
que profesa miedo y asco a la
industrialización de la creatividad y a la democratización de los públicos.
El desafío es cómo recrear las formas de
convivencia y deliberación de la vida ciudadana sin reasumir la moralización de
principios, la absolutización de las ideologías y la substancialización de los
sujetos sociales; cómo reconstruir las identidades sin fundamentalismos,
rehaciendo los modos de simbolizar los conflictos y los pactos desde la
opacidad de las hibridaciones, las desposesiones y las reapropiaciones.
La historia de América Latina podría narrarse
como una continua y recíproca ocupación de terreno. Es por eso que hay un miedo
ancestral al invasor, al otro, al diferente, venga de arriba o de abajo. Relacionar con el texto de Grimson sobre las nuevas xenofobias y el
de Marcus sobre las políticas en la ciudad de Buenos Aires.
Existe, entre los políticos, una tendencia
general a percibir la diferencia como disgregación y ruptura del orden; entre
los intelectuales, a ver en la heterogeneidad una fuente de contaminación y
deformación de las purezas culturales. Se ha producido una inversión de
sentido, mediante la cual la identidad nacional es puesta al servicio del
chauvinismo de un Estado que, en lugar de articular las diferencias, lo que ha
hecho es desintegrarlas y subordinarlas al centralismo.
En América Latina, se ha producido una
inversión de sentido, mediante la cual la identidad nacional fue puesta al
servicio del chauvinismo de un Estado que, en lugar de articular las
diferencias, lo que ha hecho es desintegrarlas y subordinarlas al centralismo.
La idea de lo nacional era incompatible con la diferencia: el pueblo era uno e
indivisible; la sociedad, un sujeto sin texturas ni articulaciones internas y
el debate político-cultural se movía entre esencias nacionales e identidades de
clase. Pensar acá en lo que vimos en
Historia de la comunicación, las políticas homogeneizadoras en el Centenario y
los mecanismos de construcción identitaria.
La
multiculturalidad, en la sociedad actual latinoamericana, hace estallar la
equivalencia entre identidad y nación. Relacionar lo
que vimos en Grimson sobre identidad, cultura, interculturalidad.
La
identidad es redefinida como una construcción imaginaria que se relata y no
puede seguir siendo pensada como expresión de una sola cultura, homogénea,
perfectamente distinguible y coherente.
El
monolingüismo y la uniterritorialidad escondieron la densa multiculturalidad de
que está hecho lo latinoamericano y lo arbitrario de las demarcaciones que
trazaron lo nacional.
Hoy,
nuestras identidades son cada día más multilingüísitcas y transnacionales, se
construyen no solo de las diferencias entre culturas desarrolladas separadamente
sino mediante las desiguales apropiaciones que los diversos grupos hacen de
elementos de distintas sociedades y de la suya propia.
Hoy,
la Globalización disminuye el peso de los territorios y los procesos que
telurizaban y esencializaban lo nacional.
La
revalorización de lo local redefine la idea misma de nación; desde la
diversidad, lo nacional equivale a
homogeneización centralista y oficialista.
Es
en la ciudad donde se hace patente –más que en la nación- la construcción de
identidades hechas de imagenerías nacionales, tradiciones locales y flujos de
información transnacionales; también donde se configuran nuevas modalidades de
ciudadanía. Relacionar con el texto de Juliana Marcus
sobre las ciudades múltiples que trabajamos en clase práctica.
Hoy,
las ciencias sociales exigen la configuración de objetos de conocimiento
móviles, nómadas, de contornos difusos, frente a una situación que al mismo
tiempo es fluida, plural, descentrada.
Pensar
la diferencia en América Latina deja de ser la búsqueda de su autenticidad, de
su pureza original, para convertirse en la indagación del modo des-viado y
des-centrado de nuestra de nuestra inclusión en y la apropiación de la
modernidad.
Ese
descentramiento tiene menos que ver con las doctrinas ilustradas que con la
masificación de la escuela y la expansión de las industrias culturales.
Opuesta
e incompatible con la diversidad de temporalidades y mentalidades, la “razón
instrumental”, tornó irracional toda diferencia que no fuera incorporable al
desarrollo, o sea, recuperable por la lógica hegemónica.
La posibilidad de
afirmar la no-simultaneidad de lo simultáneo, destiempos, residuos (residual como lo entiende R. Wiliams)
que trastornan el orden secuencial del proceso modernizador, nos libera
de nuestros diferentes pasados y el espacio se convierte en el lugar donde se
entrecruzan diversos tiempos históricos, donde se producen la recombinación y
la reapropiación -creativas- una modernidad descentrada.____________________
Ficha de cátedra: “La noción de Configuración cultural de Alejandro Grimson”
Dra: María Marta Luján
Fuente: Grimson, Alejandro Los límites de la cultura. Críticas de las
teorías de la identidad. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011.
En su
libro Los límites de la cultura,
Alejandro Grimson intenta
re-conceptualizar las nociones de cultura e identidad, bajo la noción nodal de
“configuración cultural”. El autor
intenta superar la distinción entre cultura e identidad: lo cultural indica
prácticas, creencias y significados rutinarios y sedimentados; lo identitario
refiere a los sentimientos de pertenencia y las grupalidades basadas en intereses
comunes. El autor señala que el problema
teórico deriva del hecho de que las
fronteras de la cultura no siempre coinciden con las fronteras de la identidad.
Es decir que dentro de un grupo social del que todos sus miembros se sienten
parte, no necesariamente hay homogeneidad cultural.
Por
otra parte, la esfera territorial no determina mecánicamente las
identificaciones. Una persona de cualquier grupo puede sentirse simbólicamente
cercana de alguien que se encuentra en otra punta del planeta, y sentirse
extremadamente lejos de su vecino. Si alguna vez la diferencia cultural se
asoció a la distancia física, hoy se ha hecho patente la imposibilidad de esa
presunción. El extranjero no está siempre del otro lado de la frontera: también
la ha cruzado para venir a vivir con nosotros. El extranjero somos nosotros
cuando arribamos a otra parte, cuando “otra parte” no sólo significa otro
espacio físicamente distante sino otra espacialidad simbólica. Por ello propone
no preguntarse por los territorios, los rasgos y los individuos, sino por los espacios y los regímenes de sentido.
De hecho, un mismo individuo puede habitar y habita distintos espacios
(territoriales o simbólicos).
Si
bien Grimson discute con el sustancialismo, afirma que las fronteras culturales
no son una mera construcción: en una configuración cultural hay marcos
compartidos (que está muy lejos de ser un todo homogéneo). Si la configuración
cultural es diversidad, la misma supone una trama simbólica común y una lógica
de interrelación. Se trata de una heterogeneidad organizada, instituida
imaginariamente, “las tramas –afirma- se dirimen entre quienes pueden
entenderse y enfrentarse”.
El
autor define a la configuración cultural como un campo de interlocución dentro
del cual son posibles ciertos modos de identificación mientras que otros quedan
excluidos.
La
noción de configuración cultural pone el acento en las tramas de significación,
que son procesos culturales pero no “cultura” en sentido tradicional (no hay
homogeneidad, un todo compacto y territorializado); sin embargo, Grimson señala
que hay fronteras de significación dentro de las cuales hay desigualdades,
poderes e historia.
El
aspecto histórico es fundamental a la hora de abordar la noción de
configuración cultural: las tramas simbólicas a la que hemos aludido son contingentes,
inestables aunque sedimentadas; dentro de un espacio se han sedimentado
parámetros culturales que no son meramente imaginarios. Hay una lengua primera
que el individuo no ha elegido, matrices corporales, concepciones del tiempo y
del espacio, hay dimensiones materiales y simbólicas ajenas a la voluntad de
los actantes, sedimentadas. Grimson habla de “sutura” (opuesta a la idea de
clausura) de la inestabilidad de las heterogeneidades sedimentadas, las cuales,
sin embargo, son constantemente reconstruidas.
Ello
se vincula con otro aspecto clave, inherente a la noción de configuración
cultural: el aspecto del poder. La configuración cultural implica que, donde
las partes integran algún tipo de articulación hay construcción de hegemonía.
La hegemonía conlleva necesariamente a la producción de sentidos comunes y de
subalternizaciones naturalizadas en las que se instituyen los términos de la disputa
social y política; la configuración cultural establece fronteras que actúan de
marco para los conflictos que se dan en ellas o en los límites, buscando
transformaciones. La configuración cultural supone una distribución desigual
del poder: es un territorio de la diferencia, del conflicto, una arena que es
histórica; la configuración cultural es un campo de interlocución dentro del
cual son posibles ciertos modos de identificación mientras que otros quedan
excluidos; se trata de un lugar de disputa por los sentidos. La sedimentación
produce habilitaciones e invisibilizaciones de ciertos sentidos; los sectores
subalternos comprenden y enfrentan los sentidos sedimentados hegemónicamente.
Esos sectores reclaman, pero en los términos que establece la hegemonía, la
cual “instituye un sentido del ridículo para la política práctica y de ese modo
coacciona a los movimientos subalternos a actuar dentro de esas esferas de lo
posible”. Grimson sostiene que sí hay posibilidad de transformar, trabajando
sobre los límites de la hegemonía, como lo han hecho los grupos zapatistas. “…lo
que se ha fabricado existe. Pero lo que ha sedimentado también puede ser
intencionalmente socavado y puesto en cuestión”. Analizar la configuración
cultural desde las articulaciones que la hicieron posible permite comprender su
contingencia y pensarla como un proceso de constitución de hegemonía.
Sintetizando,
Grimson caracteriza una configuración cultural en base a cuatro elementos:
1) es
un campo de posibilidad: las representaciones, prácticas e instituciones
posibles dentro de un espacio social.
2)
posee una lógica de interrelación entre las partes: dado que se basa en la
heterogeneidad, implica una totalidad conformada por partes diferentes.
3)
implica una trama simbólica: una configuración cultural involucra lenguajes
verbales, sonoros y visuales en los cuales quienes disputan los significados puedan
entenderse y enfrentarse.
4)
lo compartido: una trama simbólica común y otros aspectos culturales comunes.
De manera
complementaria a estos elementos y en relación al término de cultura, el autor señala
que “hay cinco aspectos constitutivos de toda configuración cultural que no forman
parte de las definiciones antropológicas clásicas de “cultura”: la
heterogeneidad, la conflictividad, la desigualdad, la historicidad y el poder.”.
De este modo, propone dejar de lado el concepto de cultura, en tanto resulta
restrictivo, ya que alude a unidades homogéneas, las cuales, para Grimson,
poseen heterogeneidades evidentes de las
que la investigación social debe dar cuenta.
Otro
tema central es la relación entre configuración cultural e identificaciones
(equiparando la relación entre cultura e identidad). Por identificaciones se
debe entender las categorías sociales, los sentimientos de pertenencia y los
intereses comunes que se organizan en torno a una denominación. La relación con
el concepto de configuración cultural surge al constatar que las
clasificaciones (las identificaciones) son más compartidas que los sentidos de
esas clasificaciones.
En
el texto, Grimson postula una de las definiciones más claras del concepto:
La configuración cultural es una
noción que, en lugar de preguntar por los rasgos y
los individuos, pregunta por los
espacios y los regímenes de sentido. Un mismo
individuo puede habitar y habita
diferentes espacios (territoriales o simbólicos) y
puede cambiar de creencia o de
prácticas más fácilmente que lo que puede incidir
para que cambien las creencias de las
configuraciones culturales de las que
participa (Grimson, 2011: 189).
El
autor reafirma la importancia del contexto, de lo situado, en los estudios de
caso y da una serie de ejemplos de configuraciones culturales, en relación a
los medios de comunicación, los aparatos tecnológicos y las categorías de raza
y nación. De esta forma, muestra una serie de tácticas con las cuales abordar
las configuraciones culturales dentro de la disciplina antropológica,
resaltando la estrategia de llave
–palabras, expresiones (como el concepto
puertorriqueño de bregar), objetos, rituales (como el carnaval o el día de la
patria) y prácticas naturalizadas dentro de una grupalidad que permiten acceder
a sus configuraciones culturales y con esto descifrar relaciones sociales
particulares.
Finalmente,
en el epílogo, Grimson refuerza la idea de la interculturalidad como concepto
clave para comprender de manera más adecuada las dinámicas de las configuraciones
culturales que se despliegan en el mundo contemporáneo, dado que se suscriben
en circulaciones, conflictos y desigualdades, es decir en una heterogeneidad.
Lo
intercultural permite abordar lo simbólico, las tramas de significado y
significación, como algo constitutivo de lo social, político y económico; de
esta manera reaparece la relación de lo cultural con lo político, lo hegemónico
y el poder. Lo que resalta el autor del concepto de interculturalidad es que se
fundamenta en la interacción e intersección de las diferencias simbólicas de
las grupalidades. Para concluir, Grimson
destaca que como la multiplicidad de constitución de sujetos no existe fuera de
la interacción -en distintos grados e intensidades- con diferentes fines y
medios, necesitamos aludir específicamente a la "interculturalidad".
En este sentido, el término "interculturalidad" hace referencia a un
rasgo crucial del mundo contemporáneo: la multiplicidad interactúa y la
interacción no anula la diferencia. Más bien, la diferencia se produce en la
interacción,
así como en las intersecciones se producen las apropiaciones, las
resignificaciones, las combinatorias, las asimilaciones y las resistencias. Y vuelve
sobre la necesidad de renunciar al fundamentalismo cultural "para apostar
a un diálogo intercultural igualitario"
Lo
intercultural se opone a lo multiculturalidad, en tanto este último resulta
estático y ligado al
proyecto
posmoderno de corte neoliberal, al ser fabricante de fronteras fijas, que no
permite ni potencian la interacción. No obstante, señala que el concepto de
interculturalidad puede generar ciertos problemas en tanto puede confundir interacción entre configuraciones
culturales con la interacción entre identificaciones, es decir perpetuar el
problema de equiparar cultura con identidad.
Alejandro Grimson advierte acerca de la invención de fundamentos
ontológicos para la comprensión de los sujetos subalternos y la hegemonía.
Propone dejar de lado la simplicidad de clasificar identidades y abocarse en la
comprensión radical y contextual de aquellas situaciones particulares que
implican circulaciones desiguales de poder y no quedarse solamente en el
esfuerzo deconstructivista, sino re-aprender de los supuestos y críticas
surgidos desde las corrientes posmodernas, especialmente las críticas a la
reificación y la sustancialización.
Por
último, propone el análisis de los “contextos y significados” por ser capaces
de “reponer los
sentidos
prácticos” en que se sustenta una hegemonía en una particular configuración
cultural.
La
pregunta por la cultura, la identidad y la política es también una pregunta por
la autonomía y por las desigualdades. Reivindicar la autonomía resulta
fundamental en la actualidad, en tanto son los grupos –los sujetos de una
nación, de una región, de una ciudad, etc. – quienes deben tomar las decisiones
con respecto a sus estatutos culturales e identitarios. De esta forma, las potenciales modificaciones no
deben ser diagnosticadas desde un temor a los cambios o una defensa de éstos,
sino que deben centrarse en la heterogeneidad y en las desigualdades que
implican.
______________
______________
RELACIONES ENTRE CAMPO DEL PODER Y CAMPO INTELECTUAL
EN LA ARGENTINA CONTEMPORÁNEA
Dra. María Marta Luján
El intelectual,
más que un concepto, una problemática
Pensar la
figura del intelectual en la modernidad y cómo ésta ha mutado en la posmodernidad
supone, en primer lugar, asumir que la categoría de intelectual –lejos de ser
un concepto acabado- se define históricamente y por su uso.
Teniendo en
cuenta la relación indisoluble entre
palabra y campo social, se hace necesario –en segundo lugar- reconstruir
las “estructuras de sentimiento” de la modernidad y de la posmodernidad para
abordar la “problemática” intelectual.
Así, la
idea del intelectual, en estos contextos, expresa las tensiones de su
significado en uso, tensiones que dan cuenta de los procesos de cambio del
concepto.
En tercer
lugar, y considerando que la cuestión del intelectual es razonada y definida
por intelectuales, es imprescindible pensar a los actantes de este campo, leer
las tensiones no sólo en el ámbito del mismo, sino en la interioridad de las
subjetividades. Estas confrontaciones son las que evidencian la imposibilidad
de una definición esencialista, acabada del intelectual.
Si se
realiza una genealogía de la misión intelectual desembocamos en la escena
fundante del Yo acuso de Emile Zolá
frente al caso Dreyffus y el petitorio colectivo que lo siguió. En ese acto
iniciático, de intervención crítica, de cuestionamiento al poder, los clercs –como los denomina
anacrónicamente Benda- afirman su autoridad, una autoridad diferente de la
autoridad política y sus órganos, una suerte de magistratura de los hombres de
la cultura. Esa autoridad procede de la reputación adquirida como escritor,
erudito, científico o artista; magistratura de una elite de pensamiento, ella
se ejerce en el espacio público -a través de la prensa como medio- y proclama
su incumbencia respecto de la verdad, la razón y la justicia, no sólo frente a
la élite política de la “razón de Estado”, sino también frente al juicio
irrazonado de la multitud.
En la misma
época, asistimos, con José Martí, a la figura de una heroicidad plenamente
moderna, por cuanto intenta sintetizar roles y funciones discursivas como un
modo de superar la fragmentación del saber en múltiples campos de
especialización.
Esta
voluntad integradora de vida y arte, en Martí, lo erige en paradigma del
escritor comprometido, militante y revolucionario; su objetivo de ser “poeta en
actos” insiste en el lugar suplementario y dispensable de la palabra en la
vida; el compromiso personal del escritor crea una “estética de la ética”.
Pero es en
los años ’60, en América latina, cuando el intelectual responde a un “llamado”
social e histórico, solicitud que vive como mandato ineludible. “Sujeto fuerte”
como caracteriza Vattimo al sujeto moderno, el hombre de letras siente que su
misión trasciende el trabajo estético: surge la idea de una humanidad que está
por resolverse “conmigo”, con la subjetividad militante en lo político y en lo
cultural.
A partir de
la Revolución cubana- que funciona como el umbral entre dos bloques
históricos- el sujeto se siente
protagonista de una situación colectiva de ascenso histórico y que le atañe.
En esta
imagen del intelectual comprometido, militante, convergen dos vertientes
teóricas sobre su misión en el todo social: la de Antonio Gramsci y la de Jean
Paul Sartre.
El filósofo
italiano asigna, al intelectual, una función determinante en la construcción de
un nuevo bloque histórico, revolucionario. Un intelectual orgánico al mismo, al
servicio de las clases explotadas, conectado con la masa. Propone una filosofía
de la praxis, esto es, una relación dialéctica entre teoría y práctica, el
conocimiento, por parte del intelectual, de la realidad concreta y la tradición
histórica de su nación. Tal reclamo de conexión con lo real transforma la
filosofía en política y deviene trascendencia de la idea en acción
transformadora.
Por su
parte, Sartre ratifica su idea de compromiso intelectual en la distinción que
realiza entre escritor e intelectual. ¿qué escribir? ¿por qué escribir? Y
plantea la definitiva utilidad que debe tener la literatura con respecto al
mundo. Escribir es adoptar una práctica directa, una responsabilidad de la
palabra con la historia y con la realidad concreta que se padece. Para Sartre,
las palabras son “gatillos presionados”. Abstenerse de ese actuar comprometido
con lo coyuntural efectivo, es abdicar, es aceptar el mundo dado. El acto de
escribir es culpabilizado por el filósofo francés de no subordinarse a la lucha social, política y cultural.
En nuestro
país, el paradigma del compromiso del escritor se condensa en la figura de Rodolfo Walsh: él es el escritor que hace
hincapié en esa temática por su doble condición de narrador reconocido,
militante de medios sindicales y cuadro político orgánico. Desde esas
vertientes se pregunta por el éxito o el fracaso de la literatura, pero no en
relación con el mercado de consumo y con las cifras de venta, sino en relación
con la lucha que en esas circunstancias encarna el pueblo contra la dictadura
por llevar adelante un proceso de liberación nacional.
Si no
podemos –como dijimos- definir acabadamente al intelectual, sí es posible
acercarnos a lo que significa como sitio, rol, misión, función operativa en el
todo social.
En la
genealogía del concepto y más allá de las modulaciones de su significado,
emerge, como constante, el sentido moral de su actividad. Los intelectuales son
representados como integrantes de un grupo aparte, dotado de cualidades
inusuales, una clase “ética” asociada con una misión, sea la de guiar a su
sociedad, la de cuestionarla o adelantarse a ella.
La palabra
del intelectual es el lugar de una ética innegociable que trata de hacer ver en
los textos otros que circulan la justicia ausente, la razón ausente, la crítica
ausente y la historia ausente de la historia oficial.
El
intelectual es esa figura que se enfrenta al mundo en una suerte de des-poder
que es, en definitiva, su poder.
Ahora bien,
qué es lo ético en cada momento y para cada formación es lo que difiere y lo
que determina los criterios legitimadores del campo intelectual.
Como lo
hemos visto, para Gramsci y para Sartre, el compromiso moral del intelectual
consiste en la intervención en el presente histórico, político, en el aporte
pensante a las fuerzas de cambio que deje atrás las fuerzas conservadoras, en
su inscripción en el proyecto de un orden futuro al que se le confiere sentido
de utopía.
Sin
embargo, en otra vertiente teórica, se sitúan las perspectivas de Julián Benda
y Edward Said: como en Gramsci y en Sartre, el escritor está investido de una
misión, pero en este caso, la fidelidad a la misma radica en una función que no
es política, ideológica ni sociológica sino trascendente. El compromiso moral,
aquí, trasciende el contexto espaciotemporal. Los clérigos, como los llama
Benda, son los sacerdotes de la justicia abstracta y no se manchan de pasión
por un objetivo terrestre, obran como representantes de una corporación
superior, la del poder espiritual, cuyo único culto debe ser el de la justicia
y la verdad universales.
Esta imagen
del clrerc, sólo aplicado a la
contemplación del Bien, la Verdad o la belleza, evoca, para Sartre, a un
cómplice de los opresores. Para él, el escritor se involucra en su presente; su
libertad es una libertad situada.
En la línea
de Benda, Edward Said concibe que el
intelectual no debe adherir a ninguna
ideología o poder temporal –aunque éste sea el revolucionario-, no debe ser
orgánico a ninguna política cultural. Pues su esencia es, para el crítico
palestino, ser contradictor del poder, perturbador del statu quo; su papel es el del francotirador: desde la crítica
plantea públicamente cuestiones incómodas para los gobernantes, desafía
ortodoxias religiosas e ideológicas de su sociedad y su espíritu indócil no se
deja domesticar por las instituciones.
Se aboga por un compromiso –dice R. Williams-
más serio: el compromiso con la propia obra y con la realidad social. Para Altamirano, -un intelectualógo-, siempre la
cuestión de los deberes de la intellignetsia se sitúa en el centro:
Weber y el imperativo de discutir la irracionalidad camuflada de racionalidad o
Benjamín, para quien había que llevar a
crítica la idea moderna de futuro, progreso y leer los documentos de
barbarie presentes en los documentos de cultura.
El hecho de
que la argumentación ética sea tan corriente en el discurso sobre el
intelectual pone de manifiesto el hecho de que esta figura es irreductible a
una categoría socio-profesional, que un intelectual no se define únicamente por
una función sino también por una conciencia, es decir, por una representación
de su papel como intelectual; no hay una sino varias formas de esa conciencia y
cuando los intelectuales trazan la línea
que divide a los intelectuales dignos de admiración de aquellos que no lo son,
establecen y explicitan los criterios legitimadores del campo y se inscriben en
alguna de las familias de la tradición normativa.
Aquel viejo
concepto de raíz etimológica griega, kriteien, que remite a juzgar, a
diferenciar, a separar reflexivamente lo verdadero y lo falso, orientó por
largo tiempo, los fundamentos de una crítica moderna a cargo de ese sujeto
intelectual de pensamiento comprometido y autónomo, interviniente en lo público
desde criterios independientes.
Ahora bien,
qué pasa en la época de la posmodernidad, en la sociedad globalizada de la
información con esta figura controvertida, discutible del intelectual.
Agonizantes
los grandes relatos modernos, esta imagen –otrora fuerte- del intelectual se
re-sitúa.
A partir
del siglo XX ya no se repetirán casos
como el de Moreno, Belgrano, Monteagudo
o Sarmiento, figuras en las que se aunaba de modo indisoluble la literatura y
la política; los intelectuales, a pesar
de estar siempre involucrados en el debate de actualidad, serán relegados de la
administración de la cosa pública[1].
En un texto reciente de Cristina Mucci sobre Lugones, se adjudica a este
confinamiento, incluso, los suicidios -a fines de la década del treinta- de
Horacio Quiroga, Alfonsina Storni
y Leopoldo Lugones; la autora acude a una cita de Borges en relación a
estas muertes: “Lo esencial es la sensación de inutilidad que tienen en este
país las personas que se dedican a las letras”.[2]
Por otro
lado, y desde una perspectiva apocalíptica del presente, Nicolás Casullo
sostiene que:
La cuestión de los intelectuales se adormeció en los
temarios de los años ’80 y ’90. Las nuevas dimensiones informacionales,
comunicacionales y virtuales que hoy entretejen a las sociedades globalizadas
bajo la tutela casi exclusiva del mercado, la profunda crisis o muerte de los
ismos políticos que alimentaron los proyectos históricos de los siglos XIX y XX,
la disolvencia posmoderna de una crítica rotunda del mundo, el relativismo
filosófico, la revolución como vacío, parecieran haber eclipsado o neutralizado
esta figura pensante hija de la pura
modernidad. O bien la suplantaron por otros iconos enunciadores en las
pantallas hogareñas que explican las cosas y establecen otra relación entre
conocimiento, conciencia y poderes económicos y sociales.[3]
.
Resurgimiento y visibilización del rol intelectual en la coyuntura
argentina actual
Pensar el
rol del intelectual en la Argentina actual, impone, como condición previa, construir
lo que Lauwrence Grossberg[4]
denomina una “historia política del
presente” y analizar en qué medida, en dicha coyuntura, el campo intelectual
establece relaciones con el poder y produce, de acuerdo a los vaivenes de
dichas relaciones, reubicaciones en el interior del mismo campo.
Nos
proponemos abordar al campo intelectual como “una configuración de relaciones
constantemente abiertas a la rearticulación”[5],
unidad relativa, en tanto y en cuanto se re-sitúa y autodefine en una situación
histórica concreta.
En tal
sentido, hablar de los intelectuales en la “encrucijada”[6]
kirchnerista supone, en primer lugar, trazar la línea que precede al
kirchnerismo y, en segundo lugar, marcar los distintos momentos en el interior
del mismo kirchnesrismo. Al respecto,
señala Grossberg:
Una coyuntura es la descripción de una formación social
como fracturada y conflictual, a lo largo de múltiples ejes, planos y escalas,
en una búsqueda constante de equilibrios provisorios o estabilidades
estructurales mediante una variedad de prácticas y procesos de lucha y
negociación.[…] Una coyuntura describe el complejo terreno históricamente
específico que afecta –pero de maneras desiguales- una formación social
específica en su conjunto.[7]
En
Argentina, las voces intelectuales, silenciadas durante la dictadura y al
margen de la arena política en las décadas de los ´80, ´90, como bien lo ha
señalado Nicolás Casullo, prosiguieron su aislamiento en la anterior crisis
política y social del 2001, cuando la inteligencia progresista se fascinaba por
las asambleas populares en los barrios para que “se vayan todos”. En ese
momento, Beatriz Sarlo sostenía:
Tenemos
la convicción de que este sistema político actual está completamente agotado y
que es necesario darle el mayor contenido posible a la reivindicación de que se
vayan todos. Los políticos no le están dando ese contenido y, por lo tanto, los
intelectuales nos vemos obligados a pensar cómo se puede tomar ese grito, que
es sólo un grito, y articularlo.[8]
A través de Internet como nuevo modo de mediación, los
intelectuales y artistas argentinos que formaron la Asamblea constituyente: por un nuevo pacto, difundieron una Carta
abierta a través de la cual la opinión pública ilustrada argentina del 2002 -en
el sitio bazaramericano.com, de la Revista Punto de Vista- denunciaba el
fracaso de la política, lugar que leía como un terreno en ruinas en el que se
desmoronaban las instituciones y sus funciones de representación:
Frente a este cuadro, las elecciones de presidente y
vicepresidente suenan completamente inadecuadas, porque a ellas se llega del
peor modo, porque su convocatoria es el resultado de la crisis y porque su
trámite apurado proviene de un dato no menor: el asesinato de dos piqueteros.[9]
El llamado
de los intelectuales no se limitaba a un diagnóstico institucional, sino que se
instalaba como propuesta: frente a tal situación, afirmaban que era necesario
el abstencionismo como modo de precipitar el cambio. La carta planteaba la
necesidad de reconstruir un espacio destruido casi por completo: la esfera de
discusión de ideas. La escena que imaginaban estos intelectuales era la de una
Asamblea constituyente como el terreno posible de incorporación de diferentes
movimientos sociales que estaban reclamando un lugar en la política. El campo
intelectual se situaba por encima y más allá de una institucionalidad que
percibían como debilitada, cuando no, inexistente.
Sin
embargo, no podemos hablar de una emergencia del espacio intelectual y de sus voces en a la escena política
nacional a partir del “kirchnerismo”,
asumiendo a éste como un todo homogéneo, “en bloque”, que surgiría en el año
2003.
Al
respecto, señala José Natanson:
Periodizar es un ejercicio arbitrario pero interesante
si ayuda a entender mejor los procesos históricos. Si la edad contemporánea
comenzó con la toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 y si el siglo XX,
para Eric Hobsbawn, va de 1917
a 1989, el ciclo kirchnerista puede dividirse
arbitrariamente en tres: el primer kirchnerismo comenzó con la asunción del ex
presidente en mayo de 2003 y se caracterizó por un proceso sostenido de
reconstitución de la autoridad presidencial y normalización de la situación
económica, y concluyó el 17 de julio de 2008, con la derrota política que
implicó el voto no positivo de Julio Cobos. El segundo kirchnerismo nació esa
madrugada, a la defensiva, y se definió a partir de la creación de una “minoría
intensa” que, mediante iniciativas como el
matrimonio igualitario, la ley de medios y la asignación universal, se
fue expandiendo a otros sectores hasta alcanzar, asombrosamente, a una parte
importante de las clases medias. El tercer kirchnerismo es el que emerge de las
elecciones del 23 de octubre. Y aunque todavía no sabemos cómo caracterizarlo,
algo podemos intuir.[10]
Si bien sostenemos
que el kirchnerismo supone una suerte de
resurrección del debate intelectual –“conmoción intelectual” la llamará Horacio
González[11]-debemos,
siguiendo a Grossberg, tener en cuenta las contingencias en las articulaciones
entre evento y contexto; marcar el punto de inflexión a partir del cual se redefine el campo
político kirchnerista y se reorganiza la formación intelectual.[12]
Podríamos afirmar
–como lo ha señalado Dante Augusto Palma-
que el kirchnerismo, como fenómeno político, comienza a aparecer, paradójicamente,
una vez que Kirchner deja la presidencia y se produce la partición de aguas del
conflicto con las grandes corporaciones del país encarnadas en el ficcional
“campo”. Este momento de fractura, de quiebre en el discurso kirchnerista,
define más nítidamente una identidad kirchnerista, que hasta ese momento no era
clara y se mantenía más bien oscilante entre la transversalidad y el aparato
del PJ, aparato que, a su vez, se intentaba “depurar” (lo cual no se podía
hacer de forma abrupta).
Si hasta el
año 2008 había líneas generales: una intención clara de recuperación del Estado,
un cimiento institucionalista clave como la Nueva Corte Suprema, la decisión
política de avanzar contra las leyes de impunidad y señales de autonomía en la
negociación por la quita de la deuda, el desendeudamiento con el FMI y el ALCA
de mar del Plata, que inauguraba una épica de la patria grande latinoamericana,
todavía no podemos hablar de Kirchnerismo.
Sólo
después de la derrota de la 125 y la pérdida electoral en las legislativas, el
kirchnerismo emerge, paradójicamente, fortalecido y, a partir de esa derrota se
autodefine y marca su rumbo, rumbo que culminará con la aprobación de la Ley de
Medios.[13]
Es en este
punto de inflexión política-ideológica donde el kirchnenrismo, desde el lugar
del poder, se posiciona como un contrapoder. Es esa batalla por el poder, cuyos oponentes
más visibles fueron el campo y la concentración mediática -“el grupo
agromediático”- que un sector de la intelectualidad decide acompañar, pues gran
parte del campo intelectual progresista, entendió que el poder no estaba en la
clase dirigente elegida por el pueblo sino en las corporaciones económicas cuya
principal arma cultural son los medios de comunicación. Comprendió que la
batalla era por la hegemonía y que el espacio letrado debía participar
activamente en la pelea por la instalación y legitimación de un nuevo discurso.
Desde una
postura crítica hacia la gestión kirchnerista, dice Cristian Castillo:
El año 2008 es un año excepcional, el kirchnerismo va
a un enfrentamiento no querido originalmente con la 125 con las corporaciones
agrarias, surge de eso un fenómeno, el kirchnerismo militante, que no existía
antes, que es un fenómeno nuevo, incluso con jóvenes, surge la intelectualidad
kirchnerista como un factor activo. ¿Qué sentido tiene “intelectuales
kirchneristas”? Que existen muchos intelectuales que han hecho acciones
concretas para el kirchnerismo que para otros movimientos no. No tendría
sentido hacer la relación de intelectuales y menemismo; a lo mejor lo podemos
hacer como debate en el momento en que se dio; pero hay que tener en cuenta que
la capa central era otro sector de la intelectualidad, diferente. Eso fue un
dato: 500 tipos discutiendo cómo se defiende al gobierno es un dato político,
fue parte de la politización. En los 90 el centro era ser despolitizado. El
socialdemócrata moderado que aparte decía que tenía “neutralidad académica” era
lo normal, si vos le querías discutir de política decía “ah, no, vos estás
politizando las cosas”.[14]
Así, la
ciudad letrada se despertó de otro modo y desde otro lugar a partir de
mayo de 2008, en medio de la guerra desatada entre el gobierno y el frente
agropecuario: en menos de dos semanas, surgieron a la luz pública el grupo Carta Abierta[15],
defensor del proyecto kirchnerista, el Foro
del Bicentenario, de raíz liberal (Mariano Grondona, Juan Archibaldo Lanús
y Horacio Sanguinetti entre otros) y una agrupación de 160 intelectuales de
izquierda (Andrés Rivera, Hernán Schiller y Cristian Castillo), que consideró
igualmente reaccionarios al oficialismo y a la mesa de enlace.[16]
Pocos días
después de las elecciones del 28 de junio (y “envalentonados” por los
resultados) Marcos Aguinis se convirtió en la cara visible de otro
emprendimiento de intelectuales reformadores, Aurora de una nueva República,
cuya matriz es esencialmente no peronista: Félix Luna, Hipólito Solari
Irigoyen, Daniel Sabsay, el decano de la Facultad de Derecho, Atilio Alterini,
el ex vicepresidente Víctor Martínez y Horacio Sanguinetti, entre otros.
Para los
estos “productores de bienes simbólicos” , tener una posición política en la
Argentina de hoy, supone también una lucha sobre qué es la inteligibilidad y
cuál es, en tanto palabra legitimada para leer la realidad actual, su real
función en el espacio público.
En ese
sentido, tanto Carta Abierta como el
grupo Aurora, escinden el mapa del
campo intelectual argentino en función de cómo definen o se aproximan al
concepto de intelectual y, fundamentalmente, qué significa como sitio, rol,
misión operativa en el todo social.
Como lo
hemos señalado supra, el intelectual -orgánico
o crítico- debe situarse, desde la posición de una ética innegociable, del otro
lado del poder.
Ahora bien,
qué es lo ético para cada una de estas formaciones y dónde sitúa cada una de
ellas al poder hegemónico es lo que difiere y lo que determina tanto la
segmentación del campo como los criterios legitimadores de ambos sectores.
Los 9
documentos elaborados por el grupo Carta
Abierta, podrían ser leídos como líneas
de fuga en relación al modelo genérico carta abierta.
En éste, la
Verdad es esgrimida como horizonte del sujeto letrado, una verdad puesta al
servicio de lo ético como valor que trasciende el campo mismo para extender su
demanda al todo social.[17]
Si el
destinador de este tipo textual es el sujeto intelectual como palabra legitimada
por su visión crítica y garantía ética, que se dice desligada de intereses
económicos y políticos, se trata, en general, del intelectual que interpela a
la política estatal desde la posesión de la Verdad.
En el caso
de los documentos del grupo Carta Abierta, se trata, en cambio, de textos
argumentativos sin destinatario explícito, no formulados en términos de
correspondencia sino de artículos de análisis político. El enunciador es el
colectivo intelectuales y artistas,
salvo la Carta 3 que exhibe la firma de
Miguel Amed.
En segundo
lugar, no se postulan como voz contestataria al poder sino que se asumen como
apoyo crítico al gobierno y adhesión a las instituciones democráticas, el valor
que sitúan por encima de los poderes de turno.
Si los
documentos manifiestan su identificación ideológica con el gobierno y rescatan
los logros de su proyecto en tanto quiebre en relación al orden precedente,
preservan al discurso de las limitaciones del panfleto y resguardan un
espacio para la crítica.
En tal
sentido, en el primer momento del espacio, el cuestionamiento parece estar
dirigido a una carencia discursiva previa a las medidas concretas, medidas
incuestionables e incuestionadas desde lo político. Se trata –afirman- de una
falta de elaboración, explicitación y proyección anteriores a ciertas
disposiciones:
Lo es la estatización de Aerolíneas, pero lo previo
hubiese sido crear certezas mayores sobre su destino de empresa pública antes
de enviar el proyecto de ley al Parlamento; lo es el pago de la deuda al Club
de París, pero lo previo hubiera sido mostrar esa medida en conexión a mejores
argumentos sobre la economía pública y las deudas sociales internas; lo es el
proyecto de ley de jubilaciones, pero hubiera sido conveniente que se dijera
previamente que se evitarían alquimias matemáticas sobre esta vital cuestión.[18]
En lugar
de subsanar esta carencia de lenguaje, el gobierno de Cristina Kirchner cae -según
Carta Abierta- en las imputaciones y
en el riego de reproducir las estrategias sofistas de la reacción conservadora.
En cuanto a
las relaciones que el gobierno mantiene con algunos personajes de la política,
se le imputa apoyarse en una estructura partidaria para asegurarse un piso
electoral imprescindible. Carta Abierta
es implacable ante el error que se comete con alianzas oportunistas con Saadi
(la figura que gobernaba Catamarca cuando sacudía al país el caso María
Soledad), Rico, Barrionuevo (el ladrón confeso), Reuteman (cáustico sojero N°
1), “personajes sin moral y sin conciencia, que han navegado los últimos veinte
años de política”[19].
Horacio Vervitsky, una de las cabezas más expuestas del espacio, ha remarcado
en reiteradas oportunidades, sus críticas a De Vido y a Moreno, así como los
manejos inmobiliarios del matrimonio Kirchner.[20]
Lejos de
descreer de los sistemas de representación, (como antes el grupo Punto
de vista o ahora Aurora),
apuestan a las posibilidades que los mismos tienen para regular la
re-distribución no sólo económica, sino, demás, comunicacional.
En tercer
lugar, el enunciador colectivo Carta
Abierta se erige en defensor de la democracia, las instituciones y la
legitimidad gubernamental que siente amenazadas. Las cartas denuncian no al
poder del Estado, sino al poder de los medios de comunicación y su
funcionamiento en la realidad económica argentina. Definen al foco de ataque
como el grupo “agromediático”, significante de una restauración
conservadora.
Para Carta Abierta, es frente a este
adversario que manipula la realidad que el campo intelectual debe, desde su
misión crítica, desconstruir la retórica de los mensajes mediáticos y preservar
la verdad de los acontecimientos.
El
funcionamiento destituyente de los medios es ilustrado con el rol que éstos
cumplieron frente al conflicto del campo y que se prolongó en las versiones
conspitrativas y falaces sobre el proyecto oficial de la Ley de Servicios de
comunicación audiovisual.
A lo largo
de los 9 documentos -y de diferentes
maneras- el grupo expone sobre el poder
de los medios en el ámbito económico, pero, fundamentalmente, denuncian otro
poder: el que les otorga el hecho de ser dispositivos que estructuran
diariamente la realidad de los hechos, que generan el sentido y las
interpretaciones y definen la verdad sobre los actores sociales y políticos.
A partir
del documento fundacional, se alerta
sobre los intereses de los medios, que exceden la pura búsqueda del impacto y
el rating y que apuestan –desde la desinformación y la discriminación- a la
gestación de mensajes conformadores de una nueva conciencia colectiva reactiva.
Desde una
visión -que podríamos caracterizar como frankfurtiana- del poder alienante de
los medios y negando toda posibilidad de resistencia y resignificación por
parte de los receptores, el espacio lee en las estrategias comunicacionales la
conformación de “un sentido común ciego, iletrado, impresionista,
inmediatista”, alimentan –dicen- “una opinión pública de perfil antipolítico,
desacreditadora del Estado como interventor en la lucha de intereses sociales”.[21]
Es
interesante la concepción que subyace en los textos respecto de la relación
significante/significado: una relación natural -no arbitraria- (dónde quedaron
Saussure o Pierce?) que estaría distorsionada y velada por la derecha y el
grupo agromediático. La Carta 4 habla de una “inversión de los lazos naturales
que unen las palabras y las cosas”, de un “trastocamiento de los significados
por parte de los medios”[22].
La construcción del sentido no sería social, sino mediática, una prerrogativa
exclusiva de éstos.
Frente a
esta “malversación lingüística” y la degradación de lo real por parte de la
retórica televisiva, Carta Abierta,
mirada lúcida-intelectual de la realidad, se asume como visión que restituye la
verdad de los hechos frente a la palabra
viciada de los medios.
Es en este
laberinto que la misión intelectual debe encontrar –como Ariadna- los hilos
constitutivos de la verdad histórico-social y desanudar el entretejido de un
pasado nacional-popular.
Denunciando
la distorsión entre los hechos y los símbolos y desde una concepción progresiva
de la Historia, los miembros de Carta
Abierta se adjudican la misión de reconstruir el proceso histórico en una
línea que recupere la memoria, pero con
visión prospectiva, reabriendo las posibilidades de la Historia “para construir
el horizonte utópico y realizable del porvenir.”[23]
Este
discurso emerge como mecanismo defensivo frente al de los medios masivos, que
opera como un borramiento de la Historia en función de la inmediatez plana de
la actualidad, que se alimenta de la generación
del miedo, “el miedo de los medios” (miedo a la inseguridad, a las
repercusiones de la crisis económica mundial, a la desaparición de algunos
programas de TV o radio, a la “resurgimiento guerrillero” de Milagro Sala, al
“corralito verde”) y que tiene como finalidad encubierta justificar cualquier
proyecto de restauración conservadora. Desde esta perspectiva intelectual, los
medios se detienen en la superficie micro de los acontecimientos diarios para
no abordar en profundidad el desarrollo de los procesos sociales y la evidencia
del resurgimiento de proyectos populares en América Latina.
Es en este
sentido, que el espacio Carta Abierta,
como lugar letrado de enunciación, se
propone como articulación entre el Estado y el espacio público, una mediación
intelectual frente a la mediatización empresarial; la dirección hegemónica del
nuevo bloque histórico -“una excepcionalidad”[24]
- (en términos gramscianos), orgánica al proyecto gubernamental y que tiene,
como principal objetivo, crear un nuevo sujeto popular y otorgarle voz en el campo de los grandes
debates de la política actual.
Frente a la
globalización –que permite el singularismo desconectado de la Historia- y la
construcción de una red sin cuerpos ni herencias significativas, Carta Abierta reclama la reconstrucción
del Gran Relato de la Historia (frente a
los relatos fragmentarios de los medios) rescatando experiencias populares
significativas, las grandes aventuras intelectuales y artísticas, la historia
del movimiento obrero, las huelgas, etc.
Así, Carta Abierta (en consonancia con el
gobierno que apoya) se propone desempolvar la Historia para sacar a la luz los
hitos marcados por las luchas populares
y con el fin de recuperar la memoria y restablecer la justicia.
En esa
línea de pensamiento, la nueva derecha es destituyente no sólo porque divorcia
a los acontecimientos de su sentido, sino porque despoja al pasado de su
historia
Desde la
academia y la letra, y desde una visión crítica y negativa de la industria cultural,
Carta Abierta se asume como la voz
de los sin voz, portavoz del pueblo y demandante de sus derechos económicos y
culturales:
Sólo la disuasión, el cloroformo masivo que logró
impugnar la vitalidad de la cultura nacional y decretó el reinado de la
indiferencia o la inmunización ante lo grave que se presenta a nuestros ojos,
permitió llegar a esa fraseología vacía que sustituye la lengua política por el
marketing y la lavativa de las ideas. Que ha logrado calar hondo en los imaginarios sociales allí
donde cuestiona toda felicidad posible si no se la encarna en una felicidad
sostenida sobre el consumo y la materialidad de la riqueza; donde parecen
quedar en el ostracismo existencial quienes actúan fuera de las luces del
shopping center o de la espectacularización amplificada por los lenguajes
massmediáticos. Es la felicidad asociada sólo y únicamente a la figura
demandante del ciudadano-consumidor, de aquel que vive con gusto el
desmembramiento de lo público en nombre de lo privado, de esas intimidades
protegidas de contaminaciones insoportables.[25]
Frente a la
dimensión mercantil y fetichizadora de los medios, el intelectual orgánico de Carta Abierta se propone un nuevo
humanismo de fundamento crítico. Procura la incorporación y la reinserción de
culturas colectivas marginadas y su acceso a los acontecimientos desde la
re-asignación territorial y funcional de los medios, propósito – por otro lado-
que está en la base del Proyecto oficial de la Ley de servicios de comunicación
audiovisual.[26]
Como
contrapartida a esta visión de la misión intelectual, el grupo Aurora esgrime su filiación liberal, y
se inscribe en la línea del pensamiento de Sarmiento, priorizando la educación
como pilar de la construcción republicana y verdadera posibilidad niveladora:
“guiados por las mejores tradiciones, los principios de libertad, igualdad,
solidaridad, justicia y paz”[27].
Equiparan a los Krichner con Rosas y
sienten que su misión -como la de la de los intelectuales de la generación del
37- es la de la restitución de la legalidad.[28]
El grupo
cuenta con un solo documento -que opera como Manifiesto Liminar- y una serie de
declaraciones en reportajes a su miembros más representativos, como Marcos
Aguinis, Félix Luna o Hipólito Solari Yrigoyen. Ese único documento contrasta,
por sus generalidades, con la densidad teórica y argumentativa de las 9 Cartas.
Los
firmantes de Aurora arremeten -sin
nombrarlo explícitamente- contra el populismo del discurso gubernamental y de Carta Abierta, populismo que entienden como máscara para
ocultar un pueblo cautivo, la concentración del poder presidencial, la
manipulación de las masas, el desprecio por las instituciones republicanas y
una economía antiexportadora, un neopopulismo latinoamericano que atenta contra
el sistema de partidos políticos. El propósito es restituir la corriente
institucionalista socialdemócrata y devolverle la posibilidad de responder a
las demandas populares.[29]
En la 3°
Carta[30]
–y cuando aún no existía el grupo Aurora-
Amed habla de la derecha
destituyente que no sólo no se asume como tal, sino que apela a la profanación
de la historia nacional, confiscando símbolos de la tradición popular. El autor
postula que esta nueva derecha es la expropiación de una retórica que, incluso,
pertenece a sus antípodas ideológicas: por eso es nueva, porque traiciona las
antiguas derechas y se recubre con las consignas de la movilización social. En
función de esta confiscación del pasado –como la llama Baczko[31]-,
el discurso del campo recupera hitos de la historia nacional tales como el
Grito de Alcorta, la gesta de Paso de los Libres de 1933 o las asambleas de
2001.
En contrapartida a lo que entiende como
populismo clientelista del gobierno, el
grupo Aurora se adjudica el
restablecimiento de la plena institucionalidad democrática y republicana que
perciben degradada por el avance del Poder Ejecutivo sobre los Poderes Judicial
y Legislativo y la violación de la Constitución Nacional.
El
federalismo que defienden se agota en el federalismo fiscal; propugnan la
inserción en el mundo globalizado y competitivo (léase reanudación de las
relaciones carnales, un modo oponerse veladamente a las alineamientos con los
gobiernos neopopulistas de Chávez, Morales o Correa).
Mediante un
discurso superador, que apela a la “concordia para el logro de la paz interior”
(erigen a San Martín y a Raúl Alfonsín como modelos de convocatoria a la unidad
del pueblo argentino, desvirtuando a estas figuras y negando la dimensión
confrontativa que las mismas asumieron ante determinadas situaciones), el grupo
Aurora se sitúa por encima de lo que
lee como “falsas dicotomías fomentadas por el oficialismo”, desde una
perspectiva que piensa el rol del intelectual en tanto función ética, moral y,
fundamentalmente, crítica al poder de turno.
Este “más
allá”, (más allá incluso de las fuerzas de la oposición que percibe como
limitadas, insuficientes para emprender el cambio) que lo legitima como mirada
racional, encubre, en realidad, los intereses de sectores políticos y
económicos afectados por las medidas gubernamentales.
Si Carta Abieta se re-liga, ante el
Bicentenario, a los orígenes revolucionarios y libertarios y a la extrañeza y
el valor que pudo tener la celebración de Castelli en las ruinas de Tiahuanacu
el primer aniversario del 25 de mayo de 1810[32],
Aurora, -y mediante una operación de
selección de la tradición-, escoge, para inscribirse, la genealogía del costado
intelectual de la “Patria”, sus miembros se autocalifican como los genuinos
herederos de una tradición republicana de la Argentina del primer Centenario:
“¿A quien se le ocurrió – se pregunta Forster – tamaña desmesura de intentar
robarles los festejos del Segundo Centenario?¿Quiénes son los desfachatados que
quieren cortar el hilo dorado y patricio que une a los dos centenarios?”.[33]
Cada uno de
los grupos intelectuales realiza su propia tradición
selectiva[34]
y se inscribe en una de las líneas
ideológicas que parten de los orígenes de la nación.
En la 3°
Carta es desmontado el discurso del
“campo”, en el que se apela a enunciados como “patria profunda”, “patria
agraria” o “nuevo federalismo”, negando las contradicciones inherentes al campo
social y diseñando un relato homogéneo que se condensa metonímicamente en la
figura del un campo bucólico, habitado por laboriosos campesinos, chacareros,
pequeños propietarios que protagonizan la nueva gesta y teatralizan una
rebelión campesina que no es sino épica conservadora. Ante esta versión esencialista
de la identidad, el campo intelectual de Carta
Abierta se asume como lectura crítica capaz de religar los hechos con los
símbolos frente a los procedimientos
mediáticos, como la visión desmanteladota frente al constructo “la nueva nación
agraria como reserva moral de la nación”.
Aurora es leída como la continuación de
este discurso, pero desde el plano letrado; se ubica en la genealogía como las
espadas intelectuales, como aquellos –dice Forster- que deben defender con la
“pluma y la palabra”, a la Patria de la amenaza de la otra historia, la
popular:
“de la canalla, de los descendientes de los sans
culottes, de los olvidados de la tierra, de las hordas del Chacho Peñaloza, de
los ácratas que vinieron a estas playas del sur para seguir batallando por sus
utopías igualitarias y a los que se les aplicó la democrática y republicana ley
de residencia” del cocoliche radical yrigoyenista contra el que iniciaron la
noche de los golpes de Estado en nombre de la “virtud republicana”, de los
cabecitas negras a los que intentaron arrojar de la historia en setiembre del
’55 o de aquellos que osaron desafiar,
en nombre de ideales socialistas, a los poderes de una Argentina que supo cómo
“defender” a su república en los tiempos oscuros de marzo del ’76.[35]
Interpelando a la actualidad, ambos grupos leen la realidad política
actual de modo diametralmente diferente: Aurora
se postula como mirada crítica a las instituciones degradadas, vaciadas y
proponen el restablecimiento de la plena institucionalidad democrática y
republicana. Los cultores del “águila guerrera”, se erigen como la intelectualidad lúcida, la
voz de alarma frente al desguace jurídico y legal como consecuencia del
acrecentamiento de la figura presidencial; son los impolutos, los olímpicos,
los que ofrecen el ejemplo de la virtud cívica.
Carta Abierta, en cambio, postula al momento presente como momento
inaugural, de ruptura frente al hueco institucional anterior, “la re-fundación
del sistema de representación”; más que la mera restauración, el genuino
renacimiento del sentido de la democracia en tanto recuperación del espíritu
militante defensor de lo justo y de lo público.
Desde el
legado de la memoria popular, los intelectuales orgánicos apuestan a sostener
el tiempo inaugurado el 25 de mayo de 2003, a sustentar la hegemonía ante a la
amenaza oportunista de lo que ellos entienden como “restauración conservadora”.
Avanzada la
segunda etapa del gobierno kirchnerista -señalada por Natanson-, después del paradójico
fortalecimiento ante la derrota legislativa, y afianzado el modelo en la línea progresista
tendiente a la inclusión social, el mapa intelectual se re-configura, surgen
nuevas voces y se atenúan otras.
Frente a
los resultados de las elecciones primarias del 14 de agosto y ante al avance de
la izquierda en el polo opositor como el OTRO más legitimado para disputar el
espacio progresista, el grupo Aurora
emprende la retirada del escenario intelectual y emergen más nítidamente dos
formaciones que contestan a Carta
Abierta: Ios Intelectuales del Frente de Izquierda y de los Trabajadores,
(Cristian Castillo, Eduardo Grüner, Pablo Alabarces, etc.) y los Intelecutales
que apoyan a Hermes Binner, (Beatríz Sarlo, Tomás Abraham, Federico Andahazi,
Angélica Gorodicher, Fernado Casas, entre otros).
La primera
formación, aunque ya estaba conformada
antes de las elecciones, se erige en voz critica al gobierno nacional
procurando de-velar su verdadera alianza con los poderes económicos
concentrados. Desde una izquierda radicalizada, niegan la representatividad
nacional-popular antiimperialista del gobierno, que leen como un populismo
meramente discursivo:
Entonces el kirchnerismo tiene ese aspecto de
impostura, porque es un gobierno que no viene a liquidar al capitalismo sino a
mantener el capitalismo. Yo creo que a partir de eso no hay impostura. Cristina
Fernández habla claro, yo creo que los intelectuales de la izquierda
kirchnerista son los que no la quieren escuchar: cada vez que tiene un
empresario en frente ¿qué les dice Cristina? “yo quiero que se enriquezcan”, es
decir que les está diciendo –todos compartimos la teoría de la plusvalía, es
decir: no tenemos otra teoría, por lo menos los que estamos acá- de cómo se genera: que unos acumulan riqueza
en un polo y en el resto no.[36]
Los
Intelectuales que apoyan a Hermes Binner
(candidato del Frente Amplio Progresista) tienen un discurso más moderado: en
la Solicitada[37]
de presentación, -inmediatamente
anterior a las elecciones presidenciales del 23 de octubre- comienzan reconociendo y valorando las medidas
del gobierno kirchnerista tendientes a la inclusión social. Evidencian un claro
intento de no apartarse del modelo en lo que a reivindicaciones sociales se
refiere, pero marcando las cuentas pendientes, las deudas con la ciudadanía y
los proyectos inconclusos:
Persiste
una gran deuda social. A pesar del crecimiento económico a tasas formidables de
los últimos ocho años, la disparidad en el acceso a los derechos económicos y
culturales es dramática y millones de argentinos y argentinas viven en la
pobreza y aun en la indigencia. Los planes de asistencia que el Estado ha
brindado en los últimos años trajeron alivio para muchas familias, pero no
acortaron sustantivamente la brecha entre ricos y pobres. Esos planes tampoco
pueden constituir el corazón de la política social. Si se aspira a revertir el
patrón de la desigualdad y dejar atrás la indefensión de los pobres y el
clientelismo político, son imprescindibles reformas profundas que den sostén a
la autonomía del/la ciudadano/a y al ejercicio de los derechos sociales para
todos y todas. Después de una década de neoliberalismo, el Estado ha retomado
un papel activo en la vida económica y social, pero sigue funcionando de manera
ineficiente, manejado por el poder de turno arbitrariamente y con escasos
controles. [38]
Esta carta de presentación en el espacio público,
se presenta como alerta frente a lo que leen como una peligrosa tradición
–léase del peronismo- que, desde la arbitrariedad de un Estado concentrado,
construye un discurso homogéneo que elude la pluralidad de los puntos de vista
y diseña una realidad maniquea excluyente, en la que se polariza el campo
político entre aliados y adversarios.
Prosigue, en ese sentido, las
formulaciones de una de sus representantes y fundadoras, Beatriz Sarlo, en
torno a la “Impostura” kirchnerista, esto es: un discurso progresista que se
haría cargo de las necesidades de los excluidos desde un populismo clientelista
y una utilización oportunista de la memoria fundada en la defensa y
reivindicación de los derechos humanos.
La autora lanza el controvertido sintagma “Batalla
Cultural”[39],
librada entre el kirchnerismo y el “periodismo independiente” en la que el kirchnerismo
habría triunfado en el campo de lo simbólico gracias a una “impostura”,
elaborada y puesta en circulación por un dispositivo cultural oficialista, una
suerte de conjunto de Aparatos Ideológicos de Estado, constituido por diversas
formaciones de la sociedad civil, (desde diversos canales de TV, revistas,
diarios, hasta blogueros y una constelación de
redes sociales).
En este texto disparador, cuyas hipótesis
más provocadoras serán desarrolladas en su libro La audacia y el cálculo[40],
Sarlo recurre a Gramsci para leer, en la estrategia kirchnerista, una operación
de la hegemonía en la que se juega a
convencer elaborando un sentido común funcional al poder gubernamental.
Así, desde los diversos espacios del campo
intelectual, se analizará la coyuntura kirchnerista teniendo como referente
legitimado y legitimante del campo, la propuesta teórica de Antonio Gramsci en
relación a la dirección moral e intelectual por parte de una configuración
ideológica y política preferencial.
María Pía López[41],
miembro del espacio Carta Abierta, replicará
a Sarlo la utilización de un término como “batalla”, impregnado de
connotaciones militares y bélicas y por lo tanto, alejado de la idea gramsciana
de hegemonía en tanto lucha en el campo de lo simbólico. López recupera una
lectura positiva del concepto de hegemonía como operación legítima que le
permite a un Nuevo Bloque Histórico (el kirchnerismo) constituirse como tal en
un enfrentamiento que implica, simultáneamente, conflicto y conciliación. La autora
retoma la idea gramsciana de hegemonía no como imposición de un sector,
sino como la capacidad del mismo de “traducir, deglutir y retomar temas y
valores que no han surgido de él y que, sin embargo, por su mediación, pueden
generalizarse”. López inicia, a partir de esta réplica, una lucha por la
correcta interpretación de Gramsci -limitada al reducido espacio de la intelligentsia progresista- y denuncia
una “malversación” del concepto gramsciano de hegemonía. Postula que el kirchenerismo, en tanto
configuración hegemónica, lo que hizo, fue recuperar valores defendidos por
minorías históricamente subordinadas y excluidas, para convertirlos en política oficial.
Desde otro ángulo, el de la
intelectualidad de Izquierda, Eduardo Grünner[42]
recoge los argumentos de ambas autoras para re-semantizar el concepto de
hegemonía desde una interpretación diametralmente distinta de la misma.
Coincide en descartar el concepto de batalla, para referirse a la política
cultural, no por los mismos motivos de López, sino porque considera que hablar
de batalla en el campo cultural sería algo así como una redundancia, un
pleonasmo: la cultura es un campo de batalla perpetuo, no una uniformidad
armónica y unitaria.
Contestando a las dos autoras, interpreta
el concepto de hegemonía como una atribución de la construcción
nacional-popular, conducida por las masas trabajadoras y sus aliados
independientes, pero nunca en manos del Estado y al margen de las clases
dominantes cómplices de éste:
.
La hegemonía por la que aboga Gramsci no es entonces la del Estado (eso es, en
el mejor de los casos, una forma de “revolución pasiva”), sino la de la
construcción “nacional-popular” (son palabras del propio Gramsci) conducida por
las masas trabajadoras y sus aliados independientemente del Estado y las clases
dominantes. Esa construcción, que en una primera etapa es contrahegemónica,
tiene que partir, obviamente, del “sentido común” realmente existente, que
incluye “lo que no viene de las propias filas” (por eso la hegemonía la tiene
el otro), pero lo hace para desarrollar su propia búsqueda de hegemonía […]
Supongamos –es un decir– que la sociedad acepte que el centro de la “batalla
cultural” está ocupado, no por el conflicto entre las clases, sino por dos
contendientes llamados “Estado” y “Mercado”, como si en la sociedad capitalista
el Estado nada tuviera que ver –y más aún, fuera el antagonista
“irreconciliable”– con los resortes del poder económico. Si una sociedad cree
eso, es porque hay, ciertamente, “hegemonía”, pero no precisamente la que
desearía un Gramsci o un Bajtin.[43]
El debate constituye una lucha acerca de
las significaciones, lucha en la que el signo –como lo afirma Stuart Hall- (en este caso, el signo hegemonía), abierto a
diferentes tonos y entonaciones, habla del lugar ideológico de los productores
de bienes simbólicos y cómo éstos se sitúan en el interior del campo intelectual
y en relación al campo de poder.[44]
La lucha, la verdadera “batalla”, en este
caso, es por la interpretación de la palabra gramsciana y consiste en disputar
la legítima acepción de la misma: qué es
para cada actor del campo la hegemonía y cuál es la clase que debe apropiarse
del poder hegemónico en la coyuntura actual, da cuenta de la distancia o
acercamiento de los intelectuales al kirchnerismo. La hegemonía como –peligrosa- arma cultural
utilizada por el gobierno, la hegemonía como legítima arma para recuperar las
voces y demandas de las clases subordinadas o la hegemonía como arma a la que deben aspirar las clases populares.
Son tres lecturas de Antonio Gramsci, acotadas al campo intelectual, dirigidas
a los miembros del mismo como los –únicos- interlocutores validados por su
formación académica e impelidos por una toma de posición ideológica frente al
poder gubernamental.
Por otro lado, el diferente abordaje del
tema de la hegemonía les sirve, a los actores del campo para autodefinirse como
sujetos intelectuales, construir sus identidades y posicionarse frente al OTRO.
Ante el affaire Vargas Llosa[45],
los intelectuales de Carta Abierta,
insisten una y otra vez en discernir producción simbólica, compromiso político[46]
y postura ética frente a la realidad, y señalan reiteradamente las virtudes
creadoras del peruano del que se confiesan asiduos lectores y admiradores. Sin
embargo, el discurso del espacio diseña un mapa del campo intelectual argentino
según la actitud vital frente a la realidad que los actores asuman. La
escritura marca las diferencias, por ejemplo, entre escritores como Scalabrini
Ortiz, Martínez Estrada o Rodolfo Walsh y Mario Vargas Llosa. En el primer
caso,
Se trata de un intelectual sacrifical, al que defino
como el que unge su predica en términos de una misión trascendental (Scalabrini
y Martínez Estrada) son dos intelectuales que conocieron por igual –diferencias
políticas aparte- la fuerza del texto propiciador, incluso profético, y el
martirio de su propia vida ofrecido como prueba de que los ensalmos salvadores
no aparecían.(…) ¿Persisten intelectuales de este rango? ¿Los años
foucaultianos, con su intelectual cartógrafo o micropolítico, no los han
desplazado? ¿Los modelos de investigación universitaria, las redes
institucionales de tecnologías archivistitas y modelos de pesquisa, no los han
convertido en anacrónicos? ¿las foundations
neoconservadoras no han creado una nueva figura del converso, el sepultero mas
eficaz del pasado que lo persigue quedamente? (…) Qué nos trae en cambio
Vargas? No es un intelectual en su cartuja; curiosamente, retoma la idea de
señalar las heridas del mundo para reencaminarlo, darle verdad frente a los hombres equivocados como él dice
haberlo estado en los años sesenta;(…) alerta sobre los males presentes, por lo
general resumidos en la expresión “totalitarismo”. Es que con los antiguos
elementos del intelectual que llamamos sacrifical, actúa protegido por
penumbrosas fundaciones, corporaciones mediáticas y conglomerados de derecha
(…) nadie le pide bolivarismo, en cambio, es afligente, su bovarysmo[47].
Por ultimo, es
interesante el hecho paradojal de que, si bien los debates intelectuales en
torno a la función misma del intelectual latinoamericano -como el “Caso” Vargas
Llosa- signados por el presente político y las relaciones que se establecen
entre los diferentes campos se hacen accesibles gracias a los medios, la
representación que de sí mismos realizan los intelectuales se ubica por encima
de los medios de comunicación y de la cultura masiva; desde una suerte de
pedestal académico, la industria cultural es mirada como aquello que atenta
contra la cultura que la elite letrada,
sector social que tiene la misión de resguardar el pensamiento y el arte e
iluminar a los no iniciados.
Recordemos
que es gracias a la posibilidad de
mediar entre espacio público y espacio de poder que brinda la prensa,
que Emile Zola interviene como palabra legitimada para denunciar las
arbitrariedades del caso Dreyffus y, con dicha intervención, funda la categoría
de intelectual.
Como lo
hemos analizado en el discurso de Carta
abierta, y mas allá del enfrentamiento político del kirchnerismo con el
Grupo Clarín, vemos que en las
entrevistas concedidas por Vargas Llosa –acusado de cómplice de las
corporaciones mediáticas y de productor de
novelas cada vez mas “vendibles”, lineales y, en tanto desprovistas de
las profundidades de la ambigüedad, accesibles a la masa- el intelectual
crítico preserva el espacio intocado de la creación frente a la industria de lo
que llama “civilización del espectáculo”,
titulo, por otra parte, de su nuevo libro; la amenaza contemporánea del
espíritu lúdico que irradian los medios,
horada, para Vargas Llosa, la mirada complejizadora y lúcida del intelectual:
De eso se tratara mi próximo libro, La civilización del espectáculo, del
nuevo sesgo de la cultura como entretenimiento, como diversión y ya no como problemática. Durante muchísimo
tiempo consideramos el debate cultural como una forma de conocimiento y de
sensibilidad que enriquecía nuestra experiencia del mundo, de las relaciones.
Eso ha cambiado, tanto en los países desarrollados como en los que no lo son.
Lo que ahora se llama cultura es una práctica que tiende a librarnos de
preocupaciones, que nos hace vivir una especie de ficción o de juego en vez de
provocarnos y de abrir nuevas ventanas. Enfrentamos algo mas grave aun; los
intelectuales desaparecen La idea de un
discurso critico que le permita a la sociedad repensarse suena extraño e
indeseable. El intelectual que surge es, cada vez con mayor fuerza, alguien que
no genera problemas, que no ofrece orientaciones, que no pone nada en duda. Por
eso los nuevos escritores muestran cierto desprecio por ese rol que planteaba
incomodidades e intentaba esbozar respuestas. la misma idea de escribir para
producir un cambio provoca risas: esta es la manifestación mas seria de la
sociedad del espectáculo.[48][i]
En el texto citado de Beatriz Sarlo, se
realiza una lectura apocalíptica de las
redes sociales como “la banalización” discursiva, que atenta contra el
pensamiento crítico; analiza programas de
televisivos como 678, que proyecta –afirma-
la lógica de la repetición como mecanismo alienante.
Más allá de las adhesiones ideológicas de los
diferentes sectores de lo que Ángel Rama ha denominado “la ciudad letrada”, y
de las mediaciones que establecen entre campo político y campo intelectual, los
productores de bienes simbólicos se
pronuncian contra la alienación de los medios de comunicación y la alineación a
los poderes de turno, sean éstos el Estado o la concentración monopólica del mercado globalizado.
En el campo
intelectual, como campo de batalla por la significación, los actores se ubican
frente al poder, pero, fundamentalmente, se posicionan frente a sus pares para
construir su identidad. Pese a los vaivenes históricos, políticos y sociales,
perviven en el imaginario intelectual, constantes como el mandato ético “innegociable”,
y el diseño de sí mismos como la palabra legitimada y legitimante, espíritu
lúcido y crítico frente al sentido común y la superficialidad manipuladora de
los medios masivos de comunicación:
Y esto es lo que constituye la tarea básica del
intelectual: la de luchar contra el acoso del inmediatismo y el fetiche de la
actualidad poniendo contexto histórico, profundidad y una distancia crítica que
le permita comprender y hacer comprender a los demás el sentido y el valor de
las transformaciones que estamos viviendo…[49]
[2]
Mucci, Cristina, Leopoldo Lugones. Los escritores y el poder,
Ediciones B, Buenos Aires, 2009,p. 15
pag.3
[9] Carta abierta “Asamblea constiuyente: por un nuevo pacto” en: www.bazaramericano.com. Firmaban la carta,
entre otros, Beatriz Sarlo, Noé Jitrik, Mempo Giardinelli, Daniel Link y,
Gabriela Massuh y Germán García.
[11]
En: “Debates que la crisis nos dejó”, reportajes de Ivana Acosta, Revista Ñ, 2 de agosto de
2008, p.10.
[14] Catillo,
Christian, La izquierda frente a la Argentina Kirchnerista ,
Buenos Aires, Planeta, p. 308.
[15]
Carta Abierta es un espacio constituido por docentes universitarios,
educadores, científicos, investigadores que publican sus documentos en el
matutino Página 12 y son difundidos a
través de su blog, www.cartaabiertaa.blogspot.com.
Entre sus integrantes se encuentran Ricardo Forster, Jaime Sorin,
Nicolás Casullo y Horacio Verbitsky, David Viñas, Eduardo Grüner, María Pía
López, Cristina Banegas, Eduardo Jozami, Norberto Galasso, Horacio González,
José Pablo Feinmann, Américo Cristófalo, Juan Gelman, Eduardo Tato Pavlovsky,
León Ferrari, Luis Felipe Noé, Luisa Valenzuela, Ricardo Bartís, Vicente
Battista, Federico Schuster, Lorenzo Quinteros, Jorge Boccanera, Fernando
Birri, Patricio Contreras, Alberto Szpunberg, entre otros.
[16]
Revista Noticias, 1 de agosto de
2009, p.32.
[17]
En ese sentido, la carta abierta como género podría ser definida como el
espacio de intersección de la esfera íntima y el espacio público, como un modo
de labor crítica que los sujetos pueden articular desde la especificidad de la
prensa. Como lo ha señalado el crítico puertorriqueño Juan Carlos Quintero
herencia, en ciertas coyunturas, no hay como una carta abierta para establecer,
sin medias tintas, las posiciones públicas de un sujeto dado. Herencia, Juan
Carlos, Fulguración del espacio. Letras e
imaginario institucional de la
Revolución cubana (1960-(1971), Rosario, Beatriz Viterbo
editora, 2002, p.212.
[18]
Carta 4, p. 2.
[19]
Carta 5, p.4.
[20]
Revista Noticias, Entrevistas de
Franco Linder y Daniel Seifert , 3 de octubre de 2009, p.25.
[23]Carta
6, p.5.
[26] Es interesante, en este sentido, la polémica desatada entre Horacio
González y Juan José Sebrelli; éste, desde un antiperonismo visceral, marca la
paradoja de un discurso populista enunciado en clave hermética, barrora,
inaccesible al pueblo. Ante lo que González responde reivindicando la palabra
académica y crítica para oponerse las discurso mediático, banalizador y
simplificador de la filosofía y de la historia, con fines de difusión. www.perfil.com.ar .
[29] Para esta progresía –dice Sebrelli refiriéndose al discurso de Carta
Abieta- la corriente institucionalista socialdemócrata es incapaz de
responder a las demandas populares. Para
el crítico, el error es identificar a la izquierda con el populismo y a la derecha
con la democracia liberal o la socialdemocracia. www.perfil.com.ar, op. cit
[31]Backzco, Bronislaw, Los
imaginarios sociales. Memorias
y esperanzas colectivas, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991, p. 162.
[32] Carta 4, p. 9
[33] Forster, Ricardo, “La restauración
conservadora”, sábado 18 de julio de 2009, www.elargentino.com, p.2
[34]
“Dice Williams: “[…] la
“tradición” ha sido comúnmente
considerada como un segmento relativamente inerte de una estructura social: la
tradición como supervivencia del pasado. Sin embargo, esta versión de la
tradición es débil en el punto preciso en que es fuerte el sentido incorporado
de la tradición: donde es visto, en realidad, como una fuerza activamente
configurativa, ya que en la práctica la tradición es la expresión más evidente
de las presiones y límites dominantes y hegemónicos. Siempre es algo más que un
segmento histórico inerte; es en realidad el medio de incorporación práctico
más poderoso. Lo que debemos comprender no es precisamente “una tradición”,
sino una tradición selectiva: una
versión intencionalmente selectiva de un pasado configurativo y de un presente
preconfigurado, que resulta entonces poderosamente operativo dentro del proceso
de definición e identificación cultural y social”. Williams, Raymond, Marxismo y literatura, Barcelona,
Península, 1980, p. 137
[35] Forster, Ricardo, “La restauración conservadora”, op. cit. p.2.
[36] Catillo,
Christian, La izquierda frente a la Argentina Kirchnerista ,
Buenos Aires, Planeta,
p. 308.
[40] Sarlo, Beatríz, La
audacia y el cálculo, Buesnnnos Aires, Sudamericana, 2011.
[41] López, María Pía, “”Batallas y
hegemonías”, en; Página 12, 30 de abril de 2011.
[42] Grünner,
Eduardo, “¿Qué clase de batalla (s) es la batalla cultural?” en: Página 12, 11 de junio de 2011.
[43] Ibidem
[44] “En este
nivel, claramente se contraen relaciones del signo con un universo de
ideologías en la sociedad. Estos códigos son los medios por los cuales el poder y la ideología
significan en los discursos particulares. Ellos remiten los signos a los “mapas
de significados” en los cuales cualquier cultura está clasificada; y estos
“mapa de realidad social” tienen un amplio espectro de significados sociales,
prácticas, usos, poder e intereses “escritos” en ellos. Los niveles
connotativos de significación, como subraya Barthes, “tienen una estrecha
comunicación con la cultura, el conocimiento, la historia, y es a través de
ellos que el contexto, en torno del mundo, invade el sistema lingüístico y
semántico: Ellos son, fragmentos de ideología”. Hall, Stuart, “Codificación/Decodificación” Hall, Stuart, “Codificar y
decodificar” en Culture, Media y Lenguaje.
Hutchinson, London. (Traducción Carlos Rusconi y Ariadana Cantú. Dpto. de Ciencias de la Comunicación ,
Universidad Nacional de Río Cuarto), 1980.
http://es.scribd.com/doc/32022021/Stuart-Hall-Codificar-y-decodificar
[45] En mayo del 2011, el escritor peruano
fue invitado a abrir la Feria Internacional
del Libro en la Ciudad
de Buenos Aires, lo cual un grupo de
intelectuales que apoyan al gobierno cuestionaron por las declaraciones que el
escritor había realizado en medios internacionales contra del gobierno de los
Kirchner. Ello provocó un largo debate en torno a la independencia de la
creación en relación a la postura ideológica y la intelectualidad kirchnerista
–representada por la figura de Horacio González- fue acusada de atentar contra
la libertad de expresión.
La presidenta invitó a Vargas Llosa a expresarse
libremente.
[46] Forster, Ricardo, “El escribidor,
la civilización y la barbarie” en Revista Veintitrés,
17 de marzo de 2011. p.6
[47] González, Horacio, “Vargas y Scalabrini”, Diario Página 12, 22 de abril de 2011,p.6.
[48] Vargas Llosa,
Mario, Entrevista de la
Revista Ñ en: http://www.revistaenie.clarin.com/literatura/entrevista-vargas_llosa-nobel_literatura_...
20/04/2011.
[49] Martín Barbero, Jesús, “Comunicación, campo
cultural y proyecto mediador”, en: DIA-LOGOS
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compañía de los críticos. Intelectuales y compromiso político en el siglo XX.
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Williams, Raimond, Sociología
de la cultura. Barcelona, Paidós, 1994,
--------------------------Marxismo
y literatura. Barcelona, Península, 1982.
Se irán subiendo los textos a medida que avance la materia. De todas maneras si necesitan antes todo el material esta en fotocopiadora.
Eje 1: Cultura
- Margulis, Mario: Sociología de la cultura. Conceptos y problemas. Buenos Aires. Ed. Biblos. 2009. Bajar
- Williams, Raymond: Marxismo y literatura. Barcelona. Ed. Península. 1980. BAJAR
- Grimson, Alejandro: Los límites de la cultura. Buenos Aires. Ed. Siglo XXI. 2011. BAJAR
- Pérez, Fernando: "Identidades nacionales en las sociedades modernas". En Margulis, Mario y otros: Las tramas del presente desde la perspectiva de la sociología de la cultura. Buenos Aires. Ed. Biblos. 2011.BAJAR
- Grimson, Alejandro: "Nuevas xenofobias, nuevas políticas étnicas en Argentina". En Grimson, Alejandro: Migraciones regionales hacia la Argentina. Diferencia, desigualdad y derechos. Buenos Aires. Ed. Prometeo. 2006. BAJAR
Bibliografía complementaria
- Aime, Marco: Cultura. Buenos Aires. Ed. Adriana Hidalgo. 2015 (Traductor: Inés Marini). Leer desde Pag. 7-148. BAJAR
- Said, Edward: "Cultura, identidad e historia". En Gerhart Schröder y Helga Breuninger (Comp.): Teoría de la cultura. Un mapa de la cuestión. Buenos Aires. 2009 (2 edición). BAJAR
-Nair, Sami: Diálogo de culturas e identidades. Madrid. Ed. Complutense S. A. 2006. BAJAR
-Grimson, Alejandro: "Sendas y ciénagas de la cultura..."BAJAR·
Eje 2: Cultura y Comunicación
- Schmucler, Héctor. “Un proyecto de
Comunicación/Cultura” en: Comunicación y
Cultura N° 12, México: agosto de 1984 BAJAR
- Barbero, Jesús Martín: “De la comunicación a
la cultura: perder el objeto para ganar el proceso”. En Revista Signo y Pensamiento. Vol III, N° 5. Bogotá. 2 de Marzo de 1984. BAJAR
- Ford, Aníbal, Resto del mundo. Nuevas mediaciones de las agendas críticas
internacionales. Buenos Aires, Norma, 2005. BAJAR
Lectura complementaria:
- Grimson, Alejandro: Interculturalidad y Comunicación. Buenos
Aires: Norma, 2000.BAJARLectura complementaria:
Eje 3: Cultura y medios
- Entrevista a Ernesto Laclau, Cap. 3: "Medios, hegemonía y populismo". En el libro de Schuliaquer, Ivan: El poder de los medios. Seis intelectuales en busca de definiciones. Buenos Aires. Ed. Capital Intelectual. 2014. BAJAR
- Entrevista a Nestor García Canclini. Cap. 6: "Reconfiguraciones mediáticas en la sociedad globalizada".En el libro de Schuliaquer, Ivan: El poder de los medios. Seis intelectuales en busca de definiciones. Buenos Aires. Ed. Capital Intelectual. 2014. ESTE TEXTO ESTÁ EN EL LINK ANTERIOR TAMBIÉN
- Ramonet, Ignacio: La explosión del periodismo. Internet pone en jaque a los medios tradicionales. Ediciones Le Monde diplomatique. Capital Intelectual. Buenos Aires. 2011. BAJAR
-Zubieta, Ana María y otros. Cultura popular y cultura de masas. Conceptos, recorridos y polémicas. Buenos Aires: Paidós, 2000. BAJAR
Lectura Complementaria:
- Ramonet, Ignacio:"El quinto poder". Ed. Española. 2003. BAJAR
-García Canclini, Nestor: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. México: Grijalbo, 1990. Esta todo el libro, leer Entrada y capítulo 1, hasta la página 60. BAJAR
- Barbero, Jesús Martín: De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. Ed. Antropos. Barcelona. 6ta edición 2010 (1a edición 1987). Esta todo el libro, leer desde la pagina 133 a la 260. BAJAR
-Hall, Stuart: "Codificar y decodificar" en Culture, Media y Lenguaje. Hutchinson, London (Traducción Carlos Rusconi y Adriana Cantu. Dpto de Cs de la Comunicación, Rio Cuarto). 1980. BAJAR
EJE: GLOBALIZACIÓN-DESGLOBALIZACIÓN
- Mato, Daniel "Desfetichizar la globalización. Basta de reduccionismos, apologías y demonizaciones; mostrar la complejidad y la práctica de los actores". BAJAR
- Beck, Ulrich: Qué es la globalización. Falacias del globalismo. Respuestas a la globalización. Ed. Paidos, Buenos Aires, 2004. BAJAR
-Ortiz, Ferrari, Valencia y otros: Comunicación, Cultura y globalización. Catedra UNESCO 2002.. Va la Introducción, Parte I: Cap. 1: Ortiz "Globalización y esfera pública..."; Cap. 2: Ortiz "revisando la noción de imperialismo cultural...". Parte II: Cap.1: Ferrari, Cesar "los desafíos de la globalización..." BAJAR
-Appadurai, A. La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Cap. 1: "Aquí y ahora". Parte 1: Cap. 2 "Dislocación y diferencia en la economía cultural global" (pag 41 a 59). BAJAR
-Ortiz, Renato: Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo. Cap. "Modernidad-mundo e identidad". (p. 69 a 92). BAJAR
- Bauman, Zygmunt: La cultura en el mundo de la modernidad líquida. Cap. I, II, III, IV, V y VI. BAJAR
- Mato, Daniel "Desfetichizar la globalización. Basta de reduccionismos, apologías y demonizaciones; mostrar la complejidad y la práctica de los actores". BAJAR
- Beck, Ulrich: Qué es la globalización. Falacias del globalismo. Respuestas a la globalización. Ed. Paidos, Buenos Aires, 2004. BAJAR
-Ortiz, Ferrari, Valencia y otros: Comunicación, Cultura y globalización. Catedra UNESCO 2002.. Va la Introducción, Parte I: Cap. 1: Ortiz "Globalización y esfera pública..."; Cap. 2: Ortiz "revisando la noción de imperialismo cultural...". Parte II: Cap.1: Ferrari, Cesar "los desafíos de la globalización..." BAJAR
-Appadurai, A. La modernidad desbordada. Dimensiones culturales de la globalización. Cap. 1: "Aquí y ahora". Parte 1: Cap. 2 "Dislocación y diferencia en la economía cultural global" (pag 41 a 59). BAJAR
-Ortiz, Renato: Otro territorio. Ensayos sobre el mundo contemporáneo. Cap. "Modernidad-mundo e identidad". (p. 69 a 92). BAJAR
- Bauman, Zygmunt: La cultura en el mundo de la modernidad líquida. Cap. I, II, III, IV, V y VI. BAJAR
- Castells, Manuel: La era de la información. Economía, sociedad y cultura. La sociedad red Vol I. Cap. "La cultura de la virtualidad real: la integración de la comunicación..." BAJAR
- Castells, Manuel: La era de la información. Economía, sociedad y cultura. El poder de la identidad. Vol II. Cap. "Introducción: nuestro mundo, nuestras vidas"; Cap. 1: "Paraísos comunales: identidad y sentido en la sociedad red." BAJAR
- Pelfini, Alejandro: "Trump y la ilusión de la desglobalización" en el libro de García Delgado, Daniel y Grandin, Agustina El Neoliberalismo tardío. Teoría y praxis. N°5. Ed. Flacso. Buenos Aires. 2017. Leer desde la página 59 a la 64. BAJAR
- García Linera, Álvaro "Globalización, desglobalización", 23 de junio de 2017, Pagina 7, Bolivia. En el link www.paginasiete.bo/ideas/2017/
“Neoliberalismo tardío: Entre la hegemonía y la inviabilidad. El cambio de ciclo en la Argentina” de Daniel García Delgado y Agustina Gradin que está publicado en Documento de trabajo Nº 5. Teoría y praxis. El neoliberalismo tardío.Dr. Daniel GARCÍA DELGADO Dra. Agustina GRADIN (Compiladores) Flacso, Argentina, 2017.
Lo pueden encontrar en el siguiente link: http://209.177.156.169/libreria_cm/archivos/pdf_1575.pdf
(Paginas 17 a 26)
Eje: ciudad y tiempo
- Alú, Mariano : "Ciudades fragmentadas. El sujeto, el otro y la frontera.". En el libro: Aronson, Perla (coord.): Notas para el estudio de la globalización. Un abordaje multidimensional de las transformaciones sociales contemporáneas. Ed. Biblos. Bs. As. 2007. BAJAR
-Ortiz, Renato: Universalismo/Diversidad. Contradicciones de la modernidad-Mundo. Ed. Prometeo. Buenos Aires. 2014. BAJAR
- Barbero, Jesús Martín: "Modernidades y destiempos latinoamericanos". En Revista Nómadas, N° 8, Universidad Central, Bogotá, 1998. BAJAR
- También leean en fichas de catedra (cultura), la síntesis de Barbero confeccionada por la Prof. Luján titulada "Modernidades y destiempos latinoamericanos"... bajen en las fichas hasta encontrarlo
- De Marcús, Juliana: "La ciudad múltiple. Percepciones, usos y apropiaciones del espacio urbano". Del libro de Margulis, Mario y otros: Las tramas del presente desde la perspectiva de la sociología de la cultura.BAJAR
Eje: hegemonía, intelectuales
- Ver en Fichas de Cátedra "Cultura", de este blog el artículo de: Luján, Ma. Marta: "Provincializar Gramsci: una lectura del campo intelectual argentino a la luz de la categoría de hegemonía."
- Leer el texto de Williams, Raymond: Marxismo y Literatura (Está en el Eje 1). Ver el concepto de hegemonía, son dos páginas.
- Biglieri, Paula y Perelló, Gloria: "Gobiernos populistas, medios de comunicación y antagonismo. Una reflexión teórico-política". En la Revista Debates y Combates N°5, año 3. Ed. Fondo de Cultura Económica. Julio-Agosto de 2013. BAJAR
- Follari, Roberto: "La batalla interminable. Neopopulismo y medios hegemónicos". En la Revista Debates y Combates N°5, año 3. Ed. Fondo de Cultura Económica. Julio-Agosto de 2013. BAJAR
- Dellatorre, Raúl:"Un golpe mediático transnacional". En la Revista Debates y Combates N°5, año 3. Ed. Fondo de Cultura Económica. Julio-Agosto de 2013. BAJAR
José Natansón: ¿Hegemonía macrista? ¿Cómo se sostiene el macrismo?... En el Link https://www.google.com.ar/url?sa=t&source=web&rct=j&url=http://redcomsur.org/sitio/hegemonia-macrista/&ved=0ahUKEwjOz82R6OHWAhWKGJAKHSkkDCMQFggsMAU&usg=AOvVaw2JwMQeWTeStJBCgp8GjQeT
LECTURA COMPLEMENTARIA
- Bourdieu, Pierre: Campo de poder, campo intelectual. Ed. Montressor. 2002. BAJAR
-García Canclini, Nestor: "La sociología de la cultura de Pierre Bourdieu" BAJAR
Eje: género y medios
- María Ines la Greca: "Introducción al pensamiento de J. Butler". BAJAR
- Rita Segato: Contra pedagogía de la crueldad. BAJAR
- Alonso, Graciela y Zurbriggen, Ruth: "Pedagogías cotidianas de los medios de comunicación. Transitando dislocamientos desde prácticas feministas situadas." En Revista del CEHIM Temas de Mujeres, Año 7, Nueva época, 2011. ISSN 2250-6705. BAJAR
Eje Opinión Pública
- Leer el apunte de cátedra dejado en la ventana "fichas de cátedra cultura". Bajar hasta encontrar texto en el que se muestra las tres posturas: Habermas, Bourdieu y Laclau.
Eje Juventud y educación
-Reguillo Cruz, Rossana: Emergencia de culturas juveniles. Estrategias de desencanto. Ed. Norma. 1era Ed. 2000. Argentina. BAJAR
- Saintout, Florencia: "Construcciones de la Juventud en el cruce de los siglos. BAJAR
- Urresti, Marcelo:Los jovenes en la Argentina. Segunda parte: Medios de Comunicación hegemónicos y juventudes: la necesidad de dar la batalla cultural. Capítulo III. BAJAR